V

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De la nada comencé a pensar que Lisa era preciosa de nuevo, justo ese día en su cuarto, mientas mirábamos una película de las que le gustaban a ella. Y es que eso era algo que solía (suelo) pensar con frecuencia. Tuve que acostarme de golpe y ver al techo tratando de concentrarme sólo en el color blanco sin mucho éxito, así que cerré los ojos con fuerza, pero ella seguía allí, encarnada en mi mente, sonriendo y arrugado la nariz de una manera tan dulce que me desesperaba.

Tenía ganas de llorar.

—¿Qué te pasa? —me preguntó ella, y se inclinó un poco hacia mí.

—Nada —respondí, casi aguantando las lágrimas.

Ella dudó un segundo.

—Oye, si no te gusta esta película podemos ver otra.

—No es eso, no te preocupes, no tienes que poner otra.

Deseé desaparecer, en serio que sí, pero luego mi mente se llenó del recuerdo de ella y yo escapando de la clase de deporte de los viernes, ella y yo escondidas en aquella aula del colegio que ya nadie usaba sólo para hablar de tonterias, ella y yo y ese miedo inexplicable que me invadía poco antes de que tocaran la campana, lo sentía también en ese momento, como si algo estuviera chupandose el tiempo.

Levanté un poco la cabeza para darme cuenta que la película ya iba por los créditos y vi a Lisa bostezando. Volví a pensar que era preciosa.

—Me gustas —dije de repente, porque ya no tenía espacio para seguir guardandome aquello, porque esas palabras simplemente ya se desbordaban de mis labios. Vi al techo, pues era incapaz de verla a los ojos, no podía verla a los ojos.

Lisa se quedó inmóvil.

Sabía que me estaba viendo, pero yo no quería verle, no podía verle, no después de haber dicho algo como lo que le dije.

—Lo siento —susurré.

No estaba esperando algún tipo de respuesta en concreto de su parte, pero su silencio me aterraba.

—Lo siento —repetí, mientas mis ojos comenzaban a ponerse húmedos.

Ella se colocó frente a mí, justo como cuándo me preguntó qué me pasaba al inicio de la película, pero esa vez inclinado un poco más la cabeza.

—¿Qué dijiste? —preguntó finalmente, los ojos le brillaban y a mi el corazón me estaba explotando en el pecho.

—Lo siento —volví a repetir, y comencé a llorar.

Ella pasó sus pulgares por mis mejillas, apartando mis lágrimas con suma delicadeza.

—Rosie... no... no llores.

Pero no quería parar, no podía parar.

Lisa se inclinó un poco más hasta pegar su frente contra la mía y se quedó así, ella también estaba llorando.

—Por favor —volvió a insistir—, no llores.

Traté de regular mi respiración y acomodar todo lo que estaba sintiendo en su lugar, Lisa seguía acariciando mis mejillas con sus dedos, seguía con su frente contra la mía, seguía a mi lado.

—Lo siento —alcancé a decir en un hilo de voz.

Ella me sonrió como siempre lo hacía, y algo dentro de mí se calmó un poco debido a eso.

Pero entonces sentí el roce de sus labios sobre los míos, un toque pequeño, una caricia inexperta, pero dulce en toda su expresión.

Mi corazón se saltó un latido en ese momento y ya nada más importó durante tres segundos.

Dejé escapar un suspiro de alivió cuando se separó de mí.

—No tengo la menor idea de lo que estoy haciendo, Rosie, y creo que lo sabes —me dijo, aún con su frente sobre la mía.

Yo le sonreí y acerqué de nuevo mi boca a la suya para llenarla de besos torpes y cortos, pues ni yo misma tenía la más mínima idea de lo estábamos haciendo.

Y es que todo era un contacto, un contacto tibio y suave que me envolvía y me causaba pequeños espasmos en la médula similares a una descarga eléctrica. Estar de esa manera tan íntima con Lisa me aterraba, las manos me temblaban, y quería volver a llorar mientras pensaba en lo guapa que se veía con el fleco desaliñado.

Parte de mi problema nunca giró en torno a que temiera ser rechazada por ella, al contrario, yo era la que me daba miedo a mi misma. No era correcto pensarla cómo lo hacía para ninguna de las personas que formaban parte de mi vida en ese entonces, no era correcto, no, no lo era, pero lo hacía de todas formas y tenía mucho miedo.

Un escalofrío venía a mí cada vez que llegaba su nombre a mi mente, Lisa, Lalisa, Lalisa Manoban, y allí está, puntual como siempre, la piel de gallina.

Seguí besándola, amoldando mis labios con los suyos, pegándola más a mí, convenciendome que estar con ella de esa manera no estaba mal, derritiendome entre sus caricias, queriendo más, queriendo mucho más de lo que ella podía darme, deseando, sólo deseando que ella se quedara a mi lado.

Lisa limpiaba mis lágrimas con sus pulgares, dándome mimos por toda la cara, y yo la atraía de nuevo a mis labios, de nuevo a mi boca, de nuevo a mí para sentirla cerca, hasta que no quedó nada para dejar salir.

—Lo siento muchísimo —repetí, no podia formular más que frases de disculpa, no podía pensar en otra cosa que no fueran sus labios ya irritados por los míos y frases de disculpa.

—No digas eso, ¿sí? —volvió a besarme en la boca, esa vez alargando el roce en mi labio inferior—. Ya no digas eso.

Pero no se lo decía a ella.

Y lo seguí repitiendo entre susurros mientras ella me abrazaba y besaba mi frente.

Que no suene la campana | Chaelisa Where stories live. Discover now