Sellar Un Pacto

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Inés miró el reloj de nuevo por quinta vez en los últimos cinco minutos, moviendo la pierna con nerviosismo. Ya eran las 7:10 e Irene no había aparecido. Había oído cómo la gente se iba yendo a lo largo de la tarde y ahora el silencio reinaba en el edificio. A lo mejor Irene se la había jugado. A lo mejor sí que era una especie de estrategia retorcida para humillarla. Cerró el portátil con más fuerza de la que debería, preparada para irse, pero la puerta se abrió de golpe.

-¿Sabías que se tardan 10 minutos de un despacho a otro? Esto parece un laberinto- dijo Irene al entrar, casi sin respiración, tomando asiento en una de las sillas delante de la mesa.

-Se tardan 5 minutos- dijo Inés, sin ocultar la molestia en su voz.

Irene esbozó una sonrisa ladeada, levantando una ceja.

-Es verdad. ¿Te sabes la distancia que hay entre nuestros despachos?

Inés ordenó su mesa, aunque en realidad sólo se dedicó a mover carpetas de un lado a otro para mantenerse ocupada.

-Tengo que saber dónde está mi competencia- explicó como excusa. No es que ese día hubiera pasado delante del despacho de Irene y hubiera contado cuánto se tardaba-. Bueno, teníamos que hablar, ¿no?

Se colocó en su silla, estirando la espalda para ponerse recta e Irene suspiró.

-Esto no es como hablar de un acuerdo, Inés. Es ridículo hablar de esto con una pedazo de mesa de por medio como si estuviéramos pactando cuando ayer estabas encima de--

-Ya- le cortó Inés, antes de que acabara la frase. Sin embargo ya era tarde; las dos estaban pensando en el día anterior-. Pero somos adultas y hay que hacerlo. Pasó una vez--

-Más de una vez- corrigió Irene, pisando las palabras de Inés.

-Las que fueran- prosiguió ella-. Y no va a pasar más.

Irene sabía que tenía razón, pero no era la primera vez que iba en contra de lo que se suponía que tenía que ser, de lo considerado correcto. Por eso buscó sus ojos antes de preguntarle.

-¿Te arrepientes?

-Irene- suspiró Inés, y a la de Podemos le recorrió un escalofrío al recordar ese sonido en otro contexto.

-Contéstame. ¿Te arrepientes?- presionó.

-Es que eso no es lo que importa aquí. ¿No lo ves o no lo quieres ver?- Inés elevó el tono de voz. Irene no se lo estaba poniendo nada fácil y sus sentimientos estaban a flor de piel, tan liosos como estaban.

-¿Es porque soy una mujer?

Inés abrió los ojos, incrédula ante esa pregunta.

-Que seas una mujer es el menor problema de todos. Es que eres una mujer de un partido directamente de la oposición, Irene. ¡Que estoy casada, por dios!- se levantó dando un golpe a la mesa, e Irene no fue menos y la imitó, con la sangre hirviendo.

-¿Te crees que eres la única que ha arriesgado cosas? Tengo dos hijos que acaban de salir de cuidados intensivos. ¿Qué crees que dirían las cloacas si se enterasen? Ya se han cebado conmigo antes y lo volverían a hacer porque yo siempre soy Irene la de Pablo, Irene la madre, Irene la de la casa. Lo que les falta ahora es Irene la infiel. ¿Te crees que eres la única que ha luchado contra esto?- La intensidad de sus ojos y de sus palabras callaron a Inés, que sólo pudo aguantarle la mirada- Pero no me arrepiento. No me arrepiento de haberme acercado a ti esa noche, ni de ayer. Y lo volvería a hacer. ¿Y tú, Inés?

Irene se sentó pasándole la bola a Inés y, con ella, todo el peso de la conversación. Se encontraban en una encrucijada de la que sólo había dos salidas. O lo dejaban así, reconociendo que pasó y que no iba a pasar más, o seguían adelante con una mentira que solo ellas conocían. Una aventura. Inés respiró hondo al pensar en esa palabra. Sólo de pensarla ya sabía que acabaría mal. La situación en la que estaban no les daba cabida a un final feliz de película y nadie podría saberlo. La de Ciudadanos era consciente de todo eso, pero aún así su corazón quería lanzarse, e Inés había aprendido a escucharlo.

-Esto está mal- dijo, rodeando lentamente la mesa.

-Ya soy consciente. No hace falta recordarlo cada 5 segundos- replicó Irene, pero sus ojos siguieron los movimientos de la otra mujer.

-Pero no me arrepiento- admitió muy bajito, apenas audible-. Al hablar de los problemas ninguna hemos nombrado los sentimientos de Pablo o Xavi- se dio cuenta en voz alta, apoyándose en la mesa con la cadera. De hecho, nadie había hablado de sentimientos, ni siquiera de los de ellas mismas.

Irene apartó la mirada.

-La cosa no está para tirar cohetes, que se diga- admitió para la sorpresa de Inés. Eso era algo extremadamente personal. Nadie, ni siquiera las personas más cercanas a Irene lo sabían, e Inés pudo sentirlo por cómo lo dijo.

-Con Xavi tampoco- murmuró Inés. Irene la miró un momento, antes de levantarse al fin y ponerse al lado de Arrimadas.

-Sabes que eso no lo excusa, ¿no?- susurró, casi con miedo de decirlo. Inés asintió aún sin devolverle la mirada. No hubo más respuesta y ambas tragaron saliva en silencio. Sentían como si se estuviera decidiendo el futuro del país, aunque sabían que la decisión se quedaría entre esas cuatro paredes.

-Sabes que esto no va a acabar bien, ¿no?- preguntó Inés tras un largo silencio cargado de dudas y ganas- Incluso siendo sólo sexo.

Irene la miró y buscó su mirada de nuevo, pero Inés no se atrevía. Le había mentido pero, dentro de lo que cabía, sabía que era lo mejor sí dejaban los sentimientos a un lado y hacía como si no los tuviera. Irene no coincidía, pero se tendría qu conformar. Sabía que había sentimientos de por medio, lo había visto en la manera en la que Inés la miraba, y en cómo intentaba alejarla para luchar contra ellos, pero no iba a ser ella la que obligara a afrontarlos.

-Probablemente no, pero qué hay que perder, ¿no?- bromeó, logrando sacar una sonrisa de Inés- Resulta que al final sí que se trata de un pacto.

-¿Así es cómo lo ves?- preguntó Inés, cruzando los brazos y mirando a la otra mujer.

-¿No estamos llegando a un acuerdo?- Irene imitó la postura de Arrimadas, estirando la espalda. Sin embargo, Inés no se dejó intimidar.

-Un acuerdo necesita que se selle.

-¿Ahora quieres un contr-- Inés interrumpió la pregunta, besando a Irene.

-Y yo necesito que te calles- murmuró contra sus labios antes de besarla de nuevo. Aún quedaban muchas cosas que hablar, cosas que sentir. La conversación había estado llena de emociones y había sido como una montaña rusa, y sólo necesitaba olvidar todo por un momento, igual que habían hecho ayer. No quería pensar más, no por ahora. Quería que Irene le besara con la misma pasión con la que se había defendido, con uñas y dientes, y que la única preocupación que se le cruzara por la cabeza fuera quién iba arriba y quién abajo.

Irene la recibió sin quejas. Aún no se creía que estuvieran besándose, y mucho menos que Inés la estuviera empujando contra su propia mesa. Los sueños y las fantasías estaban bien pero tener a la Inés de verdad entre sus brazos era de otro planeta. Prácticamente le arrancó la americana que llevaba puesta, lanzándola en algún lugar del despacho, y sus ojos se encontraron, desbordando con sentimientos escondidos. Irene le apartó un mechón de pelo, trabándolo detrás de su oreja e Inés se apoyó en su mano, inclinando la cabeza.

Estaban jodidas, muy jodidas, pero en ese momento a ninguna de las dos le importaba.

No pienses (en mí) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora