Reconciliación

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—¿Inés? —El susurro rompió con el silencio de la calle. A sus oídos parecía haber sonado como un grito, pero la mujer que aún estaba sentada en la puerta de su casa ni se había inmutado. Irene se agachó y le puso una mano en el hombro con el objetivo de despertarla de un movimiento— Inés, despierta —repitió un poco más alto.

Poco a poco, tomándose su tiempo, Arrimadas por fin empezó a abrir los ojos. Sus pupilas se encontraron de lleno con unos ojos atormentados, llenos de preocupación y enfado a partes iguales, y nadó en ellos un momento antes de darse cuenta de dónde estaba. Entonces abrió los ojos de golpe y miró a su alrededor, como si acabara de caer en la puerta de Irene por arte de magia.

—Hola —murmuró con una voz tan pequeña que parecía mentira que fuera la misma mujer que hacía unas horas estaba en el centro de Madrid en plena batalla campal. Abrió la boca, pero no sabía muy bien qué decir. Toda la fuerza que había tenido horas antes se había esfumado y la había dejado vagando a la deriva en la puerta de Irene.

—¿Qué haces aquí? —Fue Montero la que rompió el hielo con voz contenida, llena de sentimientos contrarios que trataba de mantener a raya. Inés tragó saliva y se movió para levantarse por fin, subiéndose en el escalón y quedando ligeramente más alta que la otra mujer.

—No sé —respondió con sinceridad. Estaba cansada; no quería luchar más. Al menos no con Irene. Desvió la mirada hacia algún punto incierto del cielo y se abrazó a sí misma sin darse cuenta.

Irene la observó con detenimiento, sin molestarse en ocultarlo, e Inés cambió el peso de una pierna a otra con un suspiro. La madrileña intentaba aclarar su mente, disipar la niebla que las cervezas le habían provocado, pero sólo podía perderse en los ojos marrones que reflejaban la luz de la farola. Su mente le decía que se alejara de Inés, su corazón le susurraba que no la dejara ir.

—Entra anda. Te puedes cambiar la camisa con la tuya y así te la llevas de paso —propuso sacando las llaves y silenciando todas las alarmas que sonaban en su cabeza. Inés le devolvió la mirada de nuevo, con sorpresa en sus facciones, pero no dijo nada. En su lugar asintió y se apartó para que Irene pudiera abrir.

La piscina les despertó a ambas fuego en el pecho, pero ninguna dijo nada. Inés siguió a Irene dentro de la casa y esperó en la cocina cuando la de Podemos anunció que iba a buscar la camisa. Inés pasó la mano por la encimera de manera ausente, mordiéndose el labio inferior por puro nerviosismo al pensar en qué hacía allí. Antes de que pudiera encontrar una respuesta, Irene apareció de nuevo y sus pensamientos se quedaron en silencio, atentos al siguiente movimiento.

—Gracias —murmuró cuando Irene le dio la camisa. La sostuvo entre sus manos, mirándola sin saber muy bien qué decir. Podía notar la mirada de Irene en cada uno de sus movimientos, acusadora. Sabía que en algún momento se desatarían los rayos, pero por el momento podía disfrutar de la llovizna que le daba tiempo para respirar.

—Puedes darte una ducha si quieres. Por cómo pinta tu pelo ahora, creo que sería lo mejor —añadió Irene con una mueca. La proposición sorprendió a Inés, pero no iba a negar que necesitaba darse una ducha y quitarse la mezcla pegajosa que notaba por todo su cuerpo— ¿Sabes dónde están las toallas no?

—Sí, gracias —Inés esbozó una sonrisa, más por recordar otras veces que se había duchado ahí que por agradecimiento, pero no dijo nada más. Deseaba entrar ya a la ducha y dejar por un momento que el sonido del agua taponara sus pensamientos.

Con el sonido de la ducha de fondo, Irene se paseaba nerviosa por la casa, dándole vueltas a sus opciones. Aún seguía enfadada, pero ese sentimiento se estaba comenzando a mezclar con la empatía que sentía con Inés y sabía que era muy fácil caer en algo que en ese momento no debería. Jugueteó con el móvil mientras su labio inferior sufría las consecuencias de la indecisión que sentía. Pasó por un espejo y se quedó mirando su propio reflejo. Aún tenía pintura en una de sus mejillas, restos de una bandera que Ione le había intentado pintar y ya se había convertido en una mancha de diferentes colores.

No pienses (en mí) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora