3 - Helena

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Mientras recorríamos el interior de la mansión la oscuridad se hacía cada vez más absorbente. Las puertas a mi alrededor estaban todas cerradas y el papel tapiz color púrpura parecía ahora completamente negro.

Una larga fila de retratos llenaban las murallas previas a la oficina de la mujer, rostros que me seguían con la mirada, unida a la de Marya que, a ratos, se volteaba para ver si yo seguía allí. Ante nosotros, apareció una mesa, la que fue fácil de ver debido a la gran cantidad de velas encendidas y de distintos tamaños que se ubicaban sobre ella. Esto le daba algo de luz al lugar, pero, al mismo tiempo, un aspecto antiguo y tétrico.

Detrás de mí caminaba Mildred y, al momento de voltear por algunos segundos, pude ver una sombra pequeña que nos seguía. Se tambaleaba entre la oscuridad, a diferencia de los demás, que parecían relativamente cómodos en aquél espacio.

Después de recorrer el pasillo, la mujer mayor cruzó una puerta, la penúltima, según pude constatar.

En un principio, al entrar a la oficina, no pude ver nada. La oscuridad me cegó otra vez y tuve que sujetarme del marco de la entrada para evitar tropezarme con la alfombra plegada. Mildred se ubicó a mi lado, y junto a ella la pequeña sombra que nos había seguido.

Una serie de velas rodeaban un escritorio de madera, la mayoría de ellas encendidas y gastadas. Además, otro candelabro, igual al que se encontraba en la primera sala, iluminaba un poco con más velas que dejaban caer gotas de cera a una alfombra bastante desordenada y de extraños diseños anticuados. Gracias a estos pequeños rayos de luz, mi visión de la estancia se hizo más clara.

Dos sillas tapizadas con un manto floreado blanco fueron apuntadas por la anciana, junto con un gesto para que las usáramos y estuviéramos más cómodas. Regina se instaló, cruzando la pierna y yo me quedé de pie, observando aún anonadada mi nuevo hogar.

Mildred se mantuvo a mi lado, con las manos detrás de su espalda y la pequeña sombra que nos había seguido hasta aquella habitación se transformó en una chiquilla de tez morena y ojos negros que llevaba el mismo delantal que la mujer que nos había recibido hace unos minutos atrás. Al notar que yo la observaba, desvió su mirada y agachó la cabeza. Para mi sorpresa, una tercera figura apareció, la de un hombre alto y fornido, que llevaba puesto un traje y tenía el brazo cubierto de un pequeño manto color crema.

Todo parecía tan mágico y místico, terrorífico y horrible. Junto al escritorio había un atril, vacío, y estanterías llenas de libros, algunos de ellos abiertos y otros incluso agolpados en el suelo. Un ventanal enorme en la pared se encontraba cerrado y cubierto por una cortina de terciopelo color carne.

Regina había dicho que mi tía abuela tenía una vida anticuada, que no utilizaba la electricidad, pero jamás me imaginé que este sería el paisaje diario del lugar donde pasaría el verano. Me estremecí.

Algunas fotos colgadas de la pared llamaron mi atención. Eran en blanco y negro, utilizaban un marco pequeño y estaban con las esquinas rasgadas, seguramente por el paso del tiempo y dobleces mal hechos hace unos años.

- Siento mucho todo el desorden- Mencionó Marya hurgando entre los papeles que tenía por toda la mesa central, junto a una gran máquina de escribir, antiquísima. Su cabello, recogido sobre su cabeza, revoloteó con fuerza. Mientras buscaba, dejó caer algunos lápices al suelo, los que fueron tragados por los pliegues de la alfombra sucia y desgastada. Probablemente no los encontraría jamás. Nos entregó una sonrisa burlona.

- No se preocupe- Regina sonaba calmada, mientras yo aún daba vueltas por aquella habitación desconocida. Examiné otra vez los retratos, esperanzada de ver algún rostro familiar.- ¿Podríamos, si usted lo desea, tener algo más de...?

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Where stories live. Discover now