9- Helena

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Aquella noche, bajé a cenar mucho antes de que alguien me llamara. Me encontré con Thatcher ubicando las últimas jarras en el centro de la mesa, que nuevamente tenía solo dos puestos armados, pero una gran cantidad de comida rodeándolos.

- Buenas noches, señorita Helena. – Su voz sonaba rasposa

- Hola Thatcher.

- ¿Ha tenido un buen día? – Me dedicó una sonrisa – Mildred ha dicho que estuvo recorriendo los jardines toda la mañana.

- Así es, este lugar es precioso. – Crucé los dedos de mis manos, mientras me sentaba en el mismo lugar que había ocupado la noche anterior. – Pero creo que – Dudé- igual me gustaría conocer el resto.

- ¿El resto? – Thatcher me miró directamente, enarcando sus cejas.

- Ya sabes, el pueblo. ¿Tú crees que pueda ir?

Cuando rio suavemente, mis músculos dejaron la tensión que los había invadido repentinamente.

- No sé de qué habla.

Me mordí el labio inferior.

- ¡Helena! – La voz de mi tía resonó desde la parte de atrás. Thatcher se fue directamente a la cocina al oírla. ¿Hace cuánto había estado allí? – ¿Está todo bien? - Me tomó por un pequeño segundo de los hombros, antes de sentarse en la cabecera y juguetear con las uñas de sus largos dedos.

- Si, fue un día soleado muy bonito. ¿Usted estaba...?

- Trabajo hasta muy tarde Helena. – Thatcher volvió para servirle un poco de vino tinto. Yo asentí cuando me ofreció un poco de agua, la que fue vertiendo en mi copa con lentitud. – Además, ayer fui haciendo una selección de lo que podría servirte para tus estudios.

- Se lo agradezco mucho.

- No hay de qué, puedes contar conmigo para lo que sea, pequeña. – Dejó relucir, tras sus labios rojas, una sonrisa torcida y forzada.

Comenzó a servirse unos trozos de pescado que estaban en una bandeja plateada.

- Sí, vera, tengo una duda.

Me detuve para ver su reacción, pero continuó sirviendo, sin inmutarse.

- ¿Cree que pueda... salir? Me refiero, cruzar el... - No entendía por qué me intimidaba tanto, pero titubeaba sin parar. Además, no dejaba de cruzar por mi mente la extraña reacción del mayordomo.

- El arroyo.

- Sí, exactamente.

Me miró fijamente. Sus ojos verdes escrutaban cada detalle de mi rostro, a ratos enarcaba las cejas y luego hacia una mueca con los labios, forzando una sonrisa. Un aire frío cruzó la habitación.

- Por supuesto, Helena. ¿Lo has visto ya? Quería que fuera una sorpresa. – Se paró en seco y se apoyó en la mesa. Los trozos de pescado que había puesto sobre su plato humeaban. - Es un pueblo pequeño – Se cruzó se brazos y miró un punto indefinido en la pared. – y como tal, las noticias corren rápido. – Sonrió – Ellos saben que estás aquí. – Dio algunos pasos, los que apenas se oían.

- ¿Ellos? – Susurré.

No me escuchó, por lo que el monólogo continuó.

- Tal vez sea una buena idea que tu... – Se detuvo, antes de dar el siguiente paso y me miró otra vez – que tu vayas. Sí. Puedes. – Río entre dientes. – Le diré a Gartia que te lleve a dar un paseo.

- ¿Gartia? ¿La jardinera? Se veía simpática – Musité, intentando entrometerme en aquella conversación unipersonal.

Su mirada volvió a ser seria. Comenzó a acercarse a mí a paso lento.

- ¿Tú la viste? ¿Cuándo estuviste con ella?– La sonrisa torcida se convirtió en una risa estruendosa. Me encogí de hombros, confundida, mientras Marya continuaba riendo con fuerza. Pasaron así varios segundos, los que se me hicieron una eternidad. – Eso es, eso es. Oh vaya. – Suspiró, ocultando su sonrisa con sus manos huesudas. – Vuelvo a corroborarlo una y otra vez, soy tan estúpida. – Continuó dando pasos por la habitación.

- ¿Está todo bien?

Nuevamente, no me escuchó o quizás era una muy buena actriz.

- ¿Crees que es posible tenerlo todo bajo control, Helena?

Me quedé pegada en mi asiento, no entendía lo que estaba ocurriendo.

- Bueno... jamás me lo había preguntado.

- Parece tan simple, pero luego las cosas vuelven a desarmarse. – Suspiró. Pude escuchar que su voz se quebraba en las últimas palabras. – Pero no, esta vez lo haremos bien. Irás al pueblo.

Asentí.

Una vez que pasó el momento de tensión, comencé a servir en mi plato un poco de arroz y pescado. Pero Marya todavía estaba parada en el comedor, sin mirarme.

- Creo que he perdido el apetito. ¿Te importa cenar sola?

- No, para nada. – Me costó tragar. La última vez que había cenado realmente sola fue la noche del accidente de mis padres.

- Muy bien. Dile a Thatcher que no retire mis cosas, quizás vuelvo más tarde. – Antes de salir por la puerta de atrás, me tomó con suavidad el hombro derecho. No volteé, ni siquiera sonreí.

Miré mi plato y tomé un bocado, buscando algún tipo de distracción. Al menos mascar el pescado hacía que el sonido de mis dientes quebrara el frío silencio que recorría el comedor. Sin embargo, nada fue lo suficientemente reconfortante. Si ayer las cosas habían sido extrañas, hoy la sensación de asombro se había transformado en miedo. Lo peor de todo, era que ni siquiera sabía a qué debía temerle.

Quería regresar el tiempo y volver atrás. Ansiaba ver mi hogar, lleno de luz y espacios abiertos, donde las cenas se llenaban de risas y viejas historias. Quería verlos, abrazarlos, decirles cuánto los extrañaba.

Se me cayó el tenedor de los dedos y mi garganta volvió a cerrarse. Me quité la servilleta de las piernas y me dirigí a mi habitación, con pasos rápidos. Una vez ahí, me arrojé a la cama y lloré. Hace tiempo no lo hacía. 

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Where stories live. Discover now