16- Raymond

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Volvió a la mañana siguiente, la que siguió a esa y dos días después. Fue solo, ya que el único amigo con el que compartió la noticia, Ronald, estaba demasiado ocupado terminando obras que el viejo Phil había mandado hacer antes de que finalizara la estación. Aquello lo tenía sin cuidado, ya que, después de todo, lo único que necesitaba era su libreta, lápiz, cuchillo y un trozo de madera. La primera vez, se había ocupado de garabatear la forma de la gran casa. La segunda, sentado en la misma piedra, e intentando mantener la misma posición, comenzó a tallar en madera el dibujo. Ahora, cuando la tomó entre sus dedos, la mansión en miniatura le pareció graciosa. Se preguntó si podría replicarla y hacer una casa de muñecas. Le pareció una excelente idea, la que dejó anotada en uno de los márgenes de la libreta. El tercer día, se dedicó a recorrer los jardines, con la ahogada ilusión de que quizás encontraría a la joven cuyo rastro había perdido. Pasó los dedos por una muralla de piedras, cubierta con enredaderas desde la cual florecían pequeños frutos rojos. La luz se colaba entre las ramas de enormes pinos, permitiendo que las piedras expidieran un tono plateado y azuloso. A su lado, un nuevo claro se formaba junto al riachuelo, el que ahora era una delgada vertiente entre las rocas. Se sentó sobre el pasto, frente al agua que se movía despacio. Abrió el maletín y tomó el lápiz. Dejó que la punta se moviera prácticamente sola por el papel, recreando en este el bosque de árboles delgados que se abría paso unos metros más adelante.

En ese instante, escuchó unas suaves pisadas venir por detrás. Inmediatamente pensó en la joven a la que había seguido. Lo sabía, sabía que ella vivía ahí y ya no podía ocultarse. Rio.

- Sabía que no podías esconderte para siempre. – Dijo en tono burlesco, dejando caer el lápiz sobre el papel.

- No soy yo la que se esconde entre mis jardines.

La visión fue completamente distinta a la que imaginó. Al voltear, se encontró con la figura de una mujer entrada en años. Su rostro tenía algunas arrugas, las que intentaba cubrir con rubor y maquillaje de tonalidades pálidos. Las pestañas que bordeaban sus ojos verdes eran largas y gruesas, cubiertas de tintura negra.

Se paró con rapidez, limpiando, en lo posible, sus pantalones color caqui.

- Lo siento, señora.

Ella lo miró con los ojos bien abiertos. Estaba embobada ante aquella imagen tan particular. El joven estaba ahí, a tan solo unos metros, respirando y sintiendo. De hecho, si se enfocaba lo suficiente, podía escuchar el latido de su corazón.

- No te disculpes. – Quiso pronunciar su nombre, pero se contuvo. – No juzgaría a alguien por querer quedarse en este paraíso.

El chico no le respondió, sino que se quedó analizando como su cabello casi blanco estaba recogido de forma perfecta sobre su cabeza. Mientras, ella dirigió su mirada a la libreta que el chico tenía entre las manos.

- ¿Qué tienes ahí? – Preguntó rompiendo el silencio que se había armado entre ellos y que les permitió escuchar una bandada salir rápidamente desde las copas cercanas.

- Oh, esto. – Agachó los hombros, avergonzado - Es mi libreta de dibujos.

- ¿Puedo?

- Claro – Le pasó la pequeña libreta y ella comenzó a hojearla, impresionada. Sus dedos y largas uñas iban cambiando de página a cada segundo, revisando sus increíbles dibujos. Rostros, barcos, partes de la playa, árboles y todo tipo de objetos. Recordaba alguna vez haberlo escrito, pero nunca se imaginó el nivel de talento que tendría.

- Eres excelente en esto – Nuevamente, el nombre pasó por su garganta. Pudo contenerlo.

- Muchas gracias. Sigo aprendiendo – Se rascó la espalda con nerviosismo. Ella lo percibió de inmediato.

- Estás en el lugar preciso para dibujar– Le dedicó una sonrisa y él sintió como sus mejillas se ruborizaban, ¿cómo lo supo? – Aquí los paisajes son conmovedores y capaces de dejar atónito a cualquiera.

- Es muy bello, de veras – Se quedó en silencio. Luego comenzó a hurgar en el bolsillo delantero de su pantalón. – Tengo algo que quizás le agrade. Bueno es que, no solo dibujo. – Extendió su mano y dejó que los ojos de la mujer se posaran en la pequeña mansión en miniatura que había tallado hace algunos días. – Tiene una casa preciosa, señora, y no pude aguantarme.

Ella la tomó entre sus finos dedos, sin preguntarle. No cabía duda, esto jamás lo había escrito.

- No puedo creerlo – La movió de un lado a otro, divisando los ángulos perfectamente logrados. Los pilares, el porche, las diminutas escaleras de la entrada, incluso algunas tejas que estaban más caídas que otras. Todo estaba ahí, en la palma de su mano.

- Me gustaría que fuera una casa de muñecas algún día.

Ella no lo miraba. Sus ojos seguían escrutando cada minúsculo espacio de aquella estructura tan bien lograda. Todo hecho con sus propias manos.

– Puedes venir cuando quieras. Y si necesitas algo, yo estoy en la mansión.

Sus pies se pegaron al piso cuando ella le devolvió la casa en miniatura, formando una sonrisa con sus labios.

- Marya Connery – Extendió su mano.

- Me llamo Raymond.

Cuando juntaron sus manos, Marya no pudo contener una risita.

- Un placer, - Lo miró directamente a los ojos - Raymond – Aunque ella siempre lo había sabido. 

Más allá de mis palabras [COMPLETA]Where stories live. Discover now