Diez cucharadas de valor

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Alba

Aún seguía sujetando la carta de Natalia entre mis manos cuando entraron los médicos acompañados de mis padres.

"Hola Albi:

Siento no haber estado aquí durante los anteriores tres meses para apoyarte y darte todo el amor y apoyo posible, y de verdad que lo digo con todo mi corazón. No me sentía capaz de poder mirarte sin ser capaz de derrumbarme. No solo por la pena de la enfermedad que tienes que sobrellevar, pero también por no haber sido capaz de dejar mis inseguridades a un lado y dejarme llevar por mis sentimientos.

He estado a tu lado todo el tiempo que tu situación ha empeorado, por eso nunca me has visto. Aquella vez que estuviste casi tres días inconsciente, estuve a tu lado todo ese tiempo. La única persona que sabía sobre mis visitas era tu hermana, Marina. Ella era quien me dejaba entrar a hurtadillas de los guardias y médicos.

Hablamos mucho, y ella me contó lo mal que lo pasaste las semanas siguientes a nuestra discusión. No sabía nada sobre la verdad, la verdad que ambas conocemos, Alba. Seguramente te hayas dado cuenta ahora, pero se la verdad sobre tu padre, tú y yo, nos concierne a los tres. Y se lo tuve que explicar a tu hermana, pues estaba enfadada conmigo y me decía que era una energúmena.

No me di cuenta de que eras tú más víctima que yo en todo eso, pero tampoco podía olvidar el daño que había sentido al enterarme de la verdad. Te pido disculpas por eso.

En cuanto a todo lo demás... Alba, creo que aún no estamos preparadas para retomar esa relación que ambas estábamos imaginando. No hasta que tú te recuperes y yo sea capaz de sacar a mi familia de su estado. Ni tú ni yo estábamos pasando por un buen momento y aún teníamos cosas con las que lidiar.

Te doy las gracias por haberme hecho pasar unos de los mejores momentos de mi vida, pero es hora de que ambas podamos descansar un rato.

Te esperaré el tiempo que sea.

Yo también estoy enamorada de ti, Albi.

Te quiero.

Aparté la vista de la carta que Natalia había dejado en mi mesilla al lado de la cama del hospital. Estaba en un sobre cerrado de color rojo con un lazo negro y un corazón amarillo pegado.

Marina me lo entregó hacía una hora, y no había parado de leerla y releerla hasta sabérmela de memoria. Porque esa carta para mí fue algo a lo que aferrarme durante las dieciocho horas siguientes.

—Alba, ¿estás lista? —Preguntó mi madre mientras agarraba mi mano con fuerza. La buena de mi madre, siempre me despertaba con ella a mi lado en la silla.

—Cariño, sé fuerte —esa era mi abuela. Se había tatuado la semana anterior la frase Siempre Fuertes en el brazo.

—Lo seré, abuela. Estoy lista—. Cerré los ojos y una aguja entró en mi antebrazo. Sentí un líquido frío entrar, y perdí la consciencia.

****

Luz blanca se filtraba por mis párpados, impidiéndome continuar con mi sueño. Intenté entreabrirlos, pero era como si tuviese pesas en cada uno de ellos. Sin saber como, abrí los ojos.

Estaba en la misma sala que la última vez que estaba consciente. Estaba tumbada, y mirando las luces LED que colgaban del techo, relucientes y aburridas. Intenté sentarme, pero entonces sentí una punzada de dolor en la espalda. Lágrimas salieron de mis ojos por aquel dolor que sentí, y volví a dejarme caer. El dolor cesó.

La sensación de mi espalda era extraña. Era como si tuviera una raja como las huchas. Y sentí algo sujetándola, para impedir que se abriese. Con la mano libre sin tubos ni agujas intenté tocarme la espalda, pero me dio miedo al sentir la cantidad de cosas que salían de ella. Mi cama tenía un agujero en la parte baja para dejar que los cables y tubos saliesen.

Anillos de Carbón | AlbaliaWhere stories live. Discover now