Día 3: Polvo de hada [Fantasía]

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Advertencias: Criaturas mitológicas/No quirks AU, o algo así

Hace mucho, mucho tiempo, existió en Japón un bosque de larga extensión al que ningún humano se atrevía a ir. En este lugar habitaban varias clases de criaturas que ahora conocemos como "fantásticas o mitológicas". Según cuentan, por el reino más cercano, se decía toda clase de cosas de ese desconocido lugar. Nadie tenía el valor de atravesar más que los primeros metros, llenos de árboles que permitían aún el paso de la luz. Sin embargo, llegado a un punto, el bosque se volvía en extremo espeso y no se podía pasar a menos que en serio se tuviera la determinación y la paciencia. Gracias al aspecto terrorífico de la espesa arboleda, se inventaron todo tipo de relatos, más que nada terroríficos para evitar que los más jóvenes quisiesen ir. 

Sin embargo, había excepciones. Por ejemplo, a Sero Hanta le daba curiosidad. A él y a su mejor amigo, Bakugo Katsuki, o bueno, algo así como su mejor amigo, puesto que el chico no se juntaba con nadie más que él, pero no era como si realmente le tratara como a un amigo. Había algo en los relatos que escuchaban, que les provocaba querer ver con sus propios ojos todo, para por fin entender que ese lugar era peligroso, pero, en lo que ellos no iban, no podían creerse que en realidad fuera así de malo.

Fue una tarde de locura en que ambos chicos, hijos de campesinos, acordaron encontrarse a las afueras del pueblo al siguiente día, apenas el sol saliera, para ir a investigar ese terreno carente de vida humana. Ambos estaban nerviosos, pero no cedieron al plan ni un poco. Quizá temían, pero la curiosidad era muchísimo mayor.

Al día siguiente, Sero se encontró con Bakugo a las afueras de la ciudad, como habían acordado, cuando el cielo a penas comenzaba a mostrarse claro. Sabían que era un poco largo el recorrido hasta llegar al bosque, pero entre bromas del azabache y gruñidos del rubio cenizo, el camino se les hizo incluso rápido. Para cuando el sol ya estaba reluciente en el cielo mañanero, los dos chicos estaban sentados a la sombra de los árboles del inicio del camino a la espesura del bosque. Bakugo estaba comiendo un poco de pan, mientras que Sero hacía igual con una manzana. Siendo hijos de campesinos, era obvio que un gran desayuno no tendrían, pero al menos para recuperar fuerzas podían darse el lujo.

— ¿Listo? — preguntó Katsuki, limpiando su sencilla y humilde ropa al tiempo que se levantaba. Sero imitó su acción y, seguros, caminaron hasta donde las copas de los árboles impedían el paso de la luz. Ambos chicos inhalaron fuerte y, por mero instinto, Hanta se aferró al hombro de su amigo, quien, por el miedo, no le recriminó la acción.

Pasaron los troncos con mucho esfuerzo, y varios arbustos hicieron cortes tanto en piel como en ropas, pero eso poco les importaba en esos momentos. Lo único que deseaban era terminar ese martirio, y parecía más fácil seguir que regresar, ya que girar ahí iba a ser más perjudicial que continuar marchando al frente.

Sero tropezó con una raíz, y cayó encima del rubio que llamaba amigo. Los dos adolescentes se quejaron, sin notar que su caída había sido frente a un riachuelo, bajo los cálidos rayos matutinos, y una atmósfera totalmente contraria a lo que acababan de pasar. Con su característica fuerza, Bakugo se deshizo del peso extra de Hanta y se sentó en el suelo, sobando sus rodillas. Sin embargo, cuando los chicos reaccionaron, se quedaron embobados con el precioso paisaje que ante ellos se desplegaba por el gran lugar. Era como si el bosque que ellos conocían hubiera sido reemplazado por un paraíso.

Claro que, entonces, notaron dos dragones, uno negro y uno rojo, surcando los cielos. El pelinegro se arrastró en el suelo escapando de la vista de tales criaturas y chilló cuando se topó con algo duro en su espalda. Solo era un árbol. Por otro lado, el rubio se quedó pasmado por la belleza de esa imponente vista, pero fue más la sorpresa cuando un dragón rojo, más pequeño, salió de los arbustos lejanos a ellos, después del riachuelo, siendo montado por un chico rubio, de orejas puntiagudas, y de bellas alas cristalinas, con un efecto idéntico al de un rayo impresas en estas, vestido con algo parecido a las ropas que los campesinos portaban, solo que hechas de suave seda. Ninguna de las criaturas, que contaban con varias joyas adornándoles, se dio cuenta de los humanos al otro lado.

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⏰ Last updated: Jun 28, 2019 ⏰

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