Bélye Nóchi

449 36 100
                                    

El latente dolor continuaba sonando dentro de su cabeza al compás de las manecillas del reloj que le indicaron el pasar incesante del tiempo sobre su cuerpo.

La temperatura era gélida, los olores, los matices de la vida que lo rodeaba, le provocaban un sentimiento inconcluso. Moscú fue más bien un saludo o tal vez se trató de un cambio de planes, se supo abordando un avión distinto luego de dos días en los que no logró diferenciar el día de la noche.

San Petersburgo era totalmente distinto a Ikebukuro. Lo supo desde el instante en que cruzó la primera calle y todos a su alrededor parecían muñecos esclavizados por la rutina y la seriedad en sus rostros. Nadie se molestaba en dirigirle la mirada a su excéntrico ser. Lo extraño es que se sintió agradecido por ello, porque en el estado en que se encontraba le costaba reconocerse a sí mismo.

Despertó en medio de lo que suponía, era la madrugada. Lo primero que hizo fue contemplar la ciudad que recién conocía, lo colores le parecieron ausentes, le era difícil diferenciarlos aunque el paisaje en sí mismo fuera espectacular. Esa región del mundo poseía una belleza singular, sus atardeceres eran finales, los amaneceres eran principios y la oscuridad nunca era completa. Frotó con fuerza sus carmines orbes comenzando a sentir la desesperación para que los colores y las formas volvieran a su vista.

Mas no fue así y no lo sería hasta que su estabilidad emocional regresara. Le parecía un mal chiste, toda su realidad lo parecía.

Su pálida piel se aferraba a sus huesos como consecuencia de su falta de apetito. Dos meses después de haberse ido, su vida había cambiado, tomó un rumbo desconocido sin expectativas de mejorar. Huyó, tal cual cobarde que no deseaba ser lastimado más. Rió ante semejante comparación, sus resecos labios se curvaron, su mejilla se recargó contra el frío cristal y su expresión de burla hacia sí mismo duró poco, era tan débil que no llegaba a ser insultante siquiera, su pecho dolió, sintiendo los vestigios de sus cristalinos sentimientos se alejaba del paisaje para volver a refugiarse en la calidez de una cama vacía. Un avión surcó el cielo arrastrando un poco de nubes a su paso y fue aquella cotidiana escena la que se atrevió a contemplar antes de volver a dormir.

Dormir rodeado de recuerdos del único monstruo al que se había atrevido a dedicarle amor y odio con la misma destructora intensidad.

Estaba ahí, sobre su el piso de su departamento sintiendo la boca ajena recorrer su cuello sin rastros de delicadeza, a los labios chocar sin tregua pronunciando palabras que no lograba oír pero tampoco le interesaba. La faena delirante continuaba esta vez en un espacio abierto, la cima de un edificio cuyo techo servía como refugio para ambos. Palpaba su pecho, besaba su frente y lo envolvía en un abrazo que pretendía hacerle sentir los latidos desbocados de su corazón.

-Shizu-chan te amo tanto.

Decía, y el teñido le sonreía de manera cruel y respondía a su declaración con voz extraviada. Mas el azabache sólo podía repetir aquellas palabras una y otra vez, una y otra vez. Un intento por pedir auxilio fallido porque de su garganta no podía pronunciar algo distinto.

Y era como una maldición que su amor le había impuesto. Matándolo a su manera.

-¡Orihara-san! ¡Orihara-san! -La grave voz manchada de preocupación lo llamó- ¡Reaccione por favor!

Los jadeos balbuceantes provenientes de su boca eran algo a lo que no podía acostumbrarse, si las horas habían transcurrido, si la supuesta noche continuaba ahí, no lo sabía. Su boca se abría y cerraba en un intento vano de recobrar la respiración que se escapaba de su sistema, pero para el hombre que lo abrazaba con extremo cuidado, su prioridad era detener el temblor que recorría el cuerpo del azabache.

Date Prisa y VeteWhere stories live. Discover now