Parte 5

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Cleopatra no puede dormir por la noches, extrala su alconchinada cama y los cánticos de su tierra. Los días no han sido tan malos como pensaba, claro que este nuevo mundo la sigue asustando hasta el punto de casi hacerla llorar pero puede ver el lado beneficioso, ese primer mi rostro caerá en sus redes.

Bo puede olvidar su antigua vida y sus viejas costumbres como la mejor amante, es la faraóna y debe proteger a su pueblo de aquel tonto romano, porque su deber es regresar para formar de nuevo su reinado.

Sin embargo por la noches se asoma por la ventana imaginando estar en su tierra, tocando la arena y respirando sus dulces aromas, añora estar en el desierto. Pero al mirar a su alrededor solo puede ver lluvia y una ciudadana gris. También se esconde entre las frías sabanas de su cama pensando en los placeres que tenia y sueña con tocar el rostro de Marco Antonio, su gran amante, desea volver a esconderse entre sus fuertes brazos.

Pero su cuerpo manchada de sangre y su último aliento, le dicen que jamás volverá a verlo. Solo sus dioses podrías regresarlo junto a ella.

Sus hijos son la razón que impide su sueño cada noche, aquellos niños de rostros rosados perdidos entre la gran guerra, imaginarios llorando le destroza el corazón, no puede ni siquiera imaginar que alguien los trate mal por no tener a su madre y Cleopatra se siente vacía por dentro.

Se levantó muy temprano por la mañana. Quiere usar de nuevo sus famosos vestidos pero la lluvia se lo impide. La casa está en silencio y tomó asiento en la sala para esperar a  Beatrice. Esta decidida a buscar a sus hijos, sin importar lo que haga o tenga que dar, peleará por ellos.

— Hola, Cariño ¿Que haces despierta tan temprano? Esta haciendo un frío terrible — pregunto Beatrice al verla con el cabello mojado y lista para salir. Solo pensó que Cleopatra tiene una belleza extravagante al igual que su nombre. 

— Necesito saber donde esta mis hijos, ¡Por favor! — suplico por primera vez en su vida. Desesperada se puso en pie. Ella solo había estado así de estresada justo antes de morir.

— ¿Llamaste a servicio de menores? Quizá puedan ayudarnos a encontrarlos —

Cleopatra no comprendió ni una sola palabra. Negó con la cabeza.

— Yo... no se de que me esta hablando, lo último que recuerdo es dejarlos en Egipto. Los quiero conmigo de nuevo, ellos son muy importantes para mi país. —

Beatrice casi suelta la taza de té. Acomodo sus gafas y miro el rostro serio de Cleopatra y supo que no bromeaba, pude hecho pocas veces lo hacía.

— ¿En Egipto? ¿Recuerdas en qué  parte? — Cleopatra volvió a negar — Debes encontrar la forma de saber donde están, puedo hacer unas llamas...

— Quiero ir a la Biblioteca — recordó la biblioteca de Alejandría. Si, ese sería el único lugar para encontrara una manera de escapar de esta pesadilla.

— Cariño... no creo que encontremos una respuesta ahí —

— Yo si, debo buscar en los mapas. Necesito ir ahí. Ahora.— exigió con tono suplicante.

Unas horas después Cleopatra esta afuera de la gran biblioteca de Londres, el aire mueve su cabello negro y con incertidumbre camina detrás de un grupo de personas. Los hombres la miran al pasar, pero ella es un alma vieja y sabe controlar sus emociones.  El lugar le recuerda a su palacio. Antes lo decoraba con oro y bailarinas, con fiestas que deslumbraban, ahora apenas puede moverse en su habitación.

Caminó por el lugar tocando las esculturas, hasta que llegó a una que era objeto de admiración, el busto de Cleopatra. Se acercó a la figura poco parecida de ella y se observó de arriba a bajo para enojarse con todo los romanos bastardos que no supieron resaltar su belleza, solamente querían burlarse de ella. Toco las letras marcadas en la piedra, era su idioma antiguo. Se dio cuanta que todos piensan que falleció hace cientos de años.

¿Entonces qué hace aquí? No lo sabe.

No tiene miedo, el amor por sus hijos la hace escabullirse a la parte prohibida de la biblioteca. Necesita información. Con precaución se escondió en los muros para que no la vean entrar.
Cuando entró se sorprendió por el olor a viejo, un olor que ella tiene, a arena, a sol y a incienso. Casi con poca luz, toco el vidrio que cubre las momias de sus antepasados, sus rostros desfigurados, oro por ellos.

Pero el libro abierto sobre la gran mesa llamó su atención, no por lo grande que era o porque un romano lo escribió. Sino por que está escrito en su idioma y  relata toda su vida y la de sus hijos.

Grito despavoridamente cuando supo que su hijo Cesarion fue asesinado. La traicionaron de la peor manera, matando a su hijo el faraón de Egipto, la única esperanza de su pueblo. Sus otros pobres y muy pequeños hijos habían estado al cuidado de la esposa de Marco Antonio, esa mujer que tanto odiaba y su hija era la única que había sobrevivido, sola en el mundo, sin su madre.

Se llevo las manos a la cara y dejo que las lagrimas bajaran por sus mejillas, gritó y golpeo el libro con todas sus fuerza, tanto que los guardias la descubrieron.

— ¡Mis hijos! ¡Los mataron! ¡Porque yo huí como una cobarde! ¡Tuve la culpa!— grita a todo pulmón.

Si tan solo no hubiera dejado que esa serpiente acabara con su vida, sin tan solo no hubiera dejado que el miedo a desfilar por las calles de Roma la consumiera, estaría junto a sus hijos, muerta o viva, estaría con aquellos niños que más quería. Ya no le importa nada. Los guardias la sacan a empujones del lugar porque sus gritos asustan a los turistas, molestos por que violó su seguridad.

La policía la recogió a los pies de la biblioteca, la joven chica está sentada sin dejar de llorar. La toman por el brazo y la suben al auto.

— ¿Saben quién es ella? — pregunta el director de la biblioteca. Aquel anciano a trabajado toda su vida tratando de desvelar la vida de los faraones, pero hasta ahora es la primera vez que conoce a una mujer tan parecida al busto de Cleopatra. Aquella mujer es tan enigmática que no puede olvidar su parecido con los rostros reconstruidos de los faraones.

— Es una desquiciada mujer que solo causa problemas, hace unos días la encontramos junto al río Tamesis, aún no sabemos quien es — contesto el guardia harto de los lloriqueos de Cleopatra que tiene la cara roja de tanto llorar.

Pero nadie puede entender lo que siente. Únicamente ella es la culpable de todo lo que le pasó a sus hijos. Sus malas decisiones y su ambición de poder la llevaron a perder todo.

En la estación de policía la misma guardia que la recorgio junto al río Támesis la observa. Suspira cansada y le tiende un pañuelo para que se seque las lagrimas.  

— ¡Otra vez tu! La próxima vez no te ayudaré y tendrás que quedarte unos días— miro a su compañero y este solo movió los hombros — Llevala a las celdas y le diré a Beatrice  que venga por ella —

Cleopatra ya no podía llorar. Es fuerte y debe encontrar una manera de regresar al pasado, de hacer las cosas de otra manera. Apretó tanto las barras de la celada que sus nudillos se pusieron rojos y ahí en ese lugar deplorable, junto a mujeres que la miran extraño y drogadictos. Juro vengarse de los asesinos de su hijo. Porque de alguna u otra manera debe regresar con ellos.

Egipto la está esperando y Cleopatra lo sabe.

Erase Una Vez Cleopatra. (Saga Faraones de Egipto Libro 1) Where stories live. Discover now