Capítulo 6

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Crowley se encontraba frente a A.Z. Fell & Co, indiferente de la lluvia torrencial que le daba una ducha. La nebulosidad del exterior contrastaba mucho con el ambiente cálido de ese lugar, que parecía el único iluminado, destacando sobre la lobreguez de la calle. Era como si algo- o alguien- emanara de la tienda una luz refulgente y agradable, que lo atraía de una manera especial.

Miraba fascinado a través del escaparate al dueño de la librería, que había tomado un grueso libro de aspecto antiguo de una estantería y lo hojeaba con cuidado.

No es propio de los demonios admirar la belleza de la vida, el sentir afecto de cualquier clase, o el tener la necesidad de proteger y preservar; o eso era lo que creía Crowley, pero ahí se hallaba, dispuesto a hacer cualquier cosa por ese ángel de cabello esponjoso y un arcaico sentido de la moda.

Azirafel estaba perfectamente bien, y Crowley estaba contento por ello.

Dentro de él chisporroteaban toda clase de emociones, emociones que muchas veces debía ocultar por ser tan amenas. Eran buenas e inocentes, y por lo tanto, prohibidas. Pero eso ya no importaba, aquella regla absurda ya no tenía poder sobre él. Así que entró al local, y antes de que Azirafel pudiera saludarlo, se abalanzó sobre él; el libro saltó y sus gafas oscuras se resbalaron y cayeron al suelo.

Abrazó a Azirafel como nunca lo había hecho. No era un simple abrazo fugaz y ordinario entre colegas; sino uno largo, emotivo y fuerte, uno de esos que curan todo malestar después de un día terrible.

Azirafel, azorado y en silencio, reaccionó rodeándolo gentilmente con sus brazos, y acariciándolo en la espalda para sosegarlo.

- ¿Cuál es la razón de esta hermosa e inusitada muestra de afecto?- interrogó con voz almibarada.

Crowley no tenía ganas de contarle su triste y melodramática historia de cómo pensó que Gabriel lo torturaba en el cielo o lo hacía alitas rostizadas con fuego del infierno, ni tampoco de su ñoño plan estilo Tom Cruise en Misión Imposible para rescatarlo.

-¿Acaso necesito una razón para abrazarte?- replicó

-No, por supuesto que no.

Tras unos minutos, se separaron torpemente. Azirafel le dedicó una sonrisita a Crowley, quien, para ocultar su rubor, se agachó para alzar sus gafas y el libro, pero apartó rápidamente su mano del último, pues al tocarlo sintió que quemaba como si estuviera hecho de hierro al rojo vivo.

-Una biblia- explicó Azirafel, levantándola y sacudiéndole el polvo. Después observó a Crowley, consternado - Querido, estás hecho una sopa, ¿no tienes frío?

-No- Crowley hizo un ademán con su mano, y su ropa se secó. Pero Azirafel ya había ido a la cocina por una taza con chocolate caliente.

Fueron a la trastienda, Crowley sosteniendo la taza, dándole unos sorbos al chocolate, y Azirafel con la biblia.

El ángel apartó la silla de su escritorio, y le pidió a Crowley que se sentase.

-Hoy fue un día muy peculiar, una montaña rusa de emociones, me enteré de cosas extraordinarias- dijo

-Ni me digas, yo también he tenido un día raro - coincidió Crowley, desparramado en la silla de madera con las piernas semicruzadas.- ¿Para qué la biblia? ¿Me quieres exorcizar o algo?

Azirafel se rio a carcajadas. Crowley sonrió, le encantaba escucharlo reír.

-¿Exorcizarte? ¡Jamás! No, no, sólo quería corroborar un dato.-entonces, inhaló aire, y su expresión se tornó seria y algo melancólica.- Te voy a contar algo, pero no quiero que te preocupes. Tengo un plan para solucionarlo todo, y esto- señaló la biblia- es la clave.

Crowley se levantó de la silla de un respingo. No podía "no preocuparse". Lo percibía, algo andaba mal. Azirafel no podía haberse encontrado con Gabriel y regresar como si nada.

-¿¡Qué paso!?- gritó - ¿Es Gabriel, verdad? ¿Quieres que lo queme? Tengo un lanzallamas en el Bentley...

Azirafel dio unos pasos hacia atrás, aturdido por el furor de Crowley.

-¡No, no hay por qué quemar a nadie! Gabriel no tiene nada que ver... bueno, sí. Pero sólo cumplía con su papel como mensajero.

Entonces, el principado le habló de cómo se había encontrado a Gabriel en el parque, del agua bendita, de la propuesta de su reincorporación, de las pruebas para comprobar que era digno del cielo, y de la penitencia.

Crowley lo escuchaba, atento y reservado. Le parecía impresionante que Azirafel tuviera la oportunidad de regresar al paraíso, y muy en el fondo, tenía algo de envidia. Le había costado siglos superar su caída, y aún no lo hacía por completo, siempre quejándose de que él no quería caer, preguntándose si habría una forma de volver, amargado por lo injusto que era su trato. Claro, después de un tiempo comprendió que el cielo y el infierno no eran muy diferentes, y que sus jefes en ambos lugares eran unos cretinos incompetentes. Aun así, se sentía disgustado con la noticia. Azirafel obviamente aceptaría, y no podría soportar que se fuera.

-Bueno... han sido unos increíbles seis mil años. - sentenció, desanimado. Miro a Azirafel directamente a los ojos por unos largos segundos, admirándolos y conteniendo las ganas traicioneras de lloriquear- En todo este tiempo nunca he podido averiguar de qué color son tus ojos. A veces son verdes, otras azules, otras grises. Son mágicos, como tú. Nunca he conocido a alguien como tú... Espero que en el cielo te valoren, porque en serio, nadie te merece.

Azirafel, conmovido, se enjuagó los ojos empañados por las lágrimas.

- Eres el demonio más sentimental que existe- seguía limpiando las gotitas de agua que resbalaban por sus mejillas con la manga de su abrigo- Ni siquiera consideré regresar. Estamos de nuestro lado, Crowley. No iré a ninguna parte, mi lugar es aquí en la tierra, contigo. Superaremos todos los obstáculos, te lo prometo.

Tomó la mano de Crowley. Estaba fría, pero la suya era calientita y reconfortante. El demonio apenas estaba procesando las lindas cosas que le había dicho, eso de superar los obstáculos, y de que su lugar era con él; y fuegos artificiales echaban chispas en su cabeza, efervescencias que su cara de póker no manifestaba.

Parpadeó un poco al salir de su trance, y trató de lucir rudo y desinteresado, dejándose caer lánguidamente sobre la silla.

-Sí...- dijo, con un hilo de voz. Después carraspeó un poco, y con un tono más grave y normal, continuó- Ajá, este... ¿Cuál es tu plan?

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