Capítulo 8

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La tempestad que embestía a Londres con gotas como balas se había trasformado en una fina brizna apenas perceptible.

El Bentley estaba aparcado frente a la librería, inmutable, como un fiel corcel esperando pacientemente el llamado de la aventura. Crowley abrió la puerta del lugar del copiloto, pasó sus compras atrás, se apartó, y con un movimiento cortés le dio a entender a Azirafel que podía subir. Cuando lo hizo, cerró la puerta, rodeó el auto, y ocupó su puesto como conductor.

-Vamos a Tadfield, cariño- dijo después de subirse.

-¡A Tadfield!- clamó Azirafel entusiasmado, alzando un puño cerrado con ultranza, como trabajador disconforme en plena manifestación. Pero cuando volteó a ver al demonio se dio cuenta de que no le hablaba a él.

Crowley acariciaba el tablero del Bentley.

-...Eso significa que cruzaremos la M25. Sé que te trae malos recuerdos, pero tranquilo, estarás bien, confía en mí. - le decía al auto.

Pero ni sus mimos, ni su aterciopelada voz que denotaba consuelo y comprensión, lograron convencer al automóvil de cruzar la autopista. Desde el momento en el que pronunció "M25", el carro descendió, acompañado por el sonido como de un globo pinchado por un alfiler: sus llantas se habían desinflado.

El Bentley estaba indispuesto a volver a poner una llanta en ese lugar donde cada parte de su mecánico ser había ardido en llamas. Crowley, que tenía al carro desde hace más de medio siglo y era una de sus más preciadas posesiones, percibía su descontento.

-Está un poquito traumatizado- explicó a un desconcertado Azirafel que se asomaba por la ventana para ver las llantas planas.

-¡Oh, por supuesto!- exclamó el ángel-¡Esta noble máquina ha enfrentado horrores! Debe de haber algo que podamos hacer para animarlo- posó su mano sobre el hombro del demonio y le dirigió una mirada suplicante -¿no se te ocurre nada? Debes hacer algo...

-Eso es lo que intento- refunfuñó Crowley y recargó su cabeza sobre el volante con frustración.

Aunque se consideraba un hombre seguro de sí mismo, rudo, un "chico malo", todo eso se venía abajo cuando estaba con el principado. Con él, se convertía en alguien desesperado por amor, obsesionado por complacer y su corazón palpitaba más rápido y sudaba frío cuando le pedía cosas que no podía realizar.

No quería defraudar a Azirafel. Tenía que encontrar la manera de convencer al Bentley de llevarlos hasta Tadfield.

Mientras el ángel le decía cosas como "¿Quién es un buen carro, uno valiente y temerario? ¡Sí, tú!" y le daba palmaditas al salpicadero, Crowley le mascullaba al Bentley propuestas para persuadirlo:

"Llenaré tu tanque de gasolina, puliré tus faros, te enceraré, te daré un servicio de afinación, alineación y balanceo (aunque no requieras nada de eso), pero por el amor de Satán ¡Arranca!"

Pero nada ocurría. Entonces, una iluminación divina- ¿o maligna?- le dio una idea.

"Podrás reproducir toda la música de Queen que quieras. A máximo volumen."

Al terminar de pronunciar esas palabras, como si estas fueran un hechizo, el motor emitió un suave ronroneo y la radio se encendió sola.

<<Tonight, I'm gonna have myself a real good time
I feel alive and the world I'll turn it inside out, yeah
And floating around in ecstasy
So don't stop me now don't stop me>>

El volumen ascendió de repente de forma inconcebible, era tan alto que podría compararse con el despegar de un avión y las llantas se llenaron de aire mágicamente. El Bentley se elevó y arrancó con el ímpetu de un rayo.

<<Cause I'm having a good time, having a good time...>>

Crowley y Azirafel fueron empujados bruscamente al respaldo de sus asientos debido a la velocidad con la que el auto recorría en segundos las tortuosas calles de Soho, provocando mini terremotos por donde cruzara debido a las ondas sonoras. Ambos hacían un gran esfuerzo para evitar desincorporarse al ir a la velocidad de un cohete, mientras el volante se movía como poseído. El Bentley era una estrella fugaz ruidosa y de color negro para el transeúnte promedio, que, en su mayoría, se cuestionaban si lo habían imaginado.

Al son de Don't stop me now, se internaron en la M25.

En menos de cinco minutos, ya estaban en Tadfield, frente a la casa de Adán.

El demonio miró de soslayo a Azirafel, que tenía una expresión aterrorizada en el rostro y aún sujetaba con tanta fuerza la agarradera del techo que sus nudillos estaban blancos.

-Ya llegamos- le dijo.

Azirafel reaccionó, y parpadeó como salido de un trance. Volteó a ver a Crowley, y al hacerlo su rostro se relajó y le sonrió, como si su presencia lo serenara. Crowley sintió que esa sonrisa lo derretía por dentro como si le echaran agua bendita. Era una sonrisa que manifestaba confianza y simpatía. Tan linda... Vaya, todo respecto a Azirafel era lindo para él.

Tanto el ángel como el demonio habían tomado conciencia de su situación, de lo que venían a hacer, y estaban felices y ansiosos; algo importante ocurriría, una solución definitiva que verdaderamente les permitiría estar juntos para siempre, y todo lo que debían hacer era pedirle un favor a un niño.

Bajaron del auto.

En Tadfield no había llovido. Una brisa fría anunciaba una noche fresca, y el cielo estaba cuajado de estrellas. Crowley, atónito, se quitó sus gafas y se quedó observándolo un largo rato: era como si el universo entero los envolviera. Pensó en el tiempo en el que como ángel, ayudó a construirlo. No por nada le había dado consejos a Hiparco en el 150 A.C para crear su catálogo astronómico. En aquel momento, podía identificar a cada estrella. No había visto un cielo como ese en la Tierra desde los días del Edén.

-Es precioso, ¿no?- dijo, sin apartar la vista.

Pero Azirafel no miraba ese impresionante espectáculo. Lo miraba a él. Su rostro fascinado, sus ojos brillantes, su boca entreabierta.

-Lo es.- afirmó.

-¿Por qué crees que lo sea?

-Por la misma razón por la que percibo destellos de amor y el clima es perfecto aquí. Adán ama a este lugar más que a cualquier cosa, inconscientemente, lo protege...

Entonces, Crowley sintió que Azirafel tomó su mano.

-... Y no quiere dejarlo nunca.

Tomados de la mano, ingresaron al jardín atravesando un hueco entre el seto que lo bordeaba. Se acercaron a la casa. Era de dos pisos, había tres ventanas y estaba oscuro. Los Young debían estar durmiendo.

Azirafel se agachó y tomó una pequeña roca del pasto. Pero Crowley sabía que esa minúscula piedra no llamaría la atención, así que tomó una del tamaño de una pelota de béisbol y le pidió a Azirafel que se apartara. Entonces, la lanzó con todas sus fuerzas y al impactar contra el vidrio, lo rompió.

Se escuchó el grito de una mujer. Encendieron la luz. La silueta de un hombre rollizo blandiendo una lámpara de mesa apareció, recorrió la cortina y abrió la ventana: era Arthur Young, el padre de Adán.

-¡Lárguense, delincuentes! ¡O llamare a la policía!- les gritó, rojo como un tomate.

-Hola señor, buenas noches- contestó Azirafel cordialmente, ignorando su cólera.- Nos preguntábamos si podíamos hablar con su hi...

Pero Crowley le tapó la boca con su mano.

-¡Ya nos vamos, disculpe las molestias!- dijo, nervioso. Arthur les lanzó la lámpara, que se quebró en el suelo, y se echaron a correr.

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