PERVERSIÓN

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Los meses siguientes mi obsesión aumentaba. Federico sabía lo que había provocado en mí y lo disfrutaba. Debía sacarme esta obsesión de mi cabeza.

Decidí salir. Me preparé con un jeans pegado al cuerpo, una musculosa, unos zapatos tacos altos. Me maquille pintando mis labios con un labial rojo pasión para que resaltaran aún más. Llamé a Carla y Sandra. Salimos para ir al boliche, previo unos tragos en un pub.

En el pub estaba Luis, un chico que hacía mucho no veía, no sabía nada de lo que me había pasado así que no me preguntaría como estaba con una mirada de tristeza como los demás que me había encontrado. Me dediqué a conquistarlo.

Esa noche volvía a ser la misma de siempre. Tenía el control de la situación, era erótica, sexi, atractiva. Tomé las riendas y lo llevé al baño. Comenzamos a besarnos apasionadamente. El tocaba mis pechos, pasaba su lengua por mi cuello. Descubrió mi seno y empezó a chuparlo. Me hacía sentir dolor pero a la vez placer. Abrí su pantalón y metí mi mano tocando su miembro. Lo frotaba de arriba abajo.

A pesar de que era muy guapo no podía lograr concentrarme, el cuerpo de Federico pasó por mi mente. Las caricias y los besos de mi amante no me hacía sentir lo vivido con Federico. Que me pasaba, quería ser la misma pero ya el sexo no me llenaba.

De golpe la puerta del baño se abrió. Los dos nos escondimos en uno de los paneles que dividían los inodoros. Nos vestimos y salimos. Me invitó a un motel. Por supuesto, acepté. Al llegar, tomamos una habitación con espejos en el techo, y varios trajes eróticos, además de accesorios.

Jamás había usado accesorios pero la sola idea me excitaba. Me coloqué un traje de cuero negro, quedaban descubiertos mis pechos y mis nalgas, él una sunga y un collar de perro. Agarré el látigo y comencé a usarlo. Cada zumbido que hacia el cuero sobre su cuerpo me excitaba más.

Él solo pedía que lo castigara, Me senté en una silla con las piernas abiertas y le pedí a mi perro que lamiera mi vulva y mi clítoris. Jadeaba como loca, también pedí su boca en mis pechos, era increíble al locura que generaba en mi cuerpo. Los temblores erizaban mi pelo. Me estaba quemando.

Encontré en un cajón una prótesis peneana externa. La saqué de la bolsa y me la coloqué. Puse a mí perro con sus rodillas y sus manos al piso y comencé a estimular su ano con mi lengua. Con una esencia de vainilla rocié la zona. Era riquísima. Debía relajarlo para introducírselo.

Antes de hacerlo le pregunté si quería. Me contestó que sí. Suavemente ingresaba en su cuerpo, mi pelvis se movía. Nunca había penetrado a nadie, la sensación era exquisita.

Cuanto más gritaba y jadeaba, yo más balanceaba mi cuerpo.

Luego me tocó cambiar de rol. Tomó mis muñecas y colocó unos grilletes para atarme a la cama. Tapó mis ojos con un paño negro. Comenzó a estimularme con el látigo luego con su mano en mis nalgas. La lujuria me consumía.

Con unas pinzas tomó mis pezones, los retorcía, sentía dolor pero a la vez placer. La saña que ponía en mis senos me excitaba.

Decidió introducir unas bolas en mi vagina, me hizo gemir. Roció sobre mi cuerpo una sustancia gelatinosa que emitía un olor a frutilla, pasó con su lengua, no quedó zona por lamer. Mi cuerpo estaba en llamas, más viva que nunca.

Me tomó por la cintura y me puso en cuclillas para luego colocar su miembro en mi boca. Era un deleite para mi lengua. Movía su pelvis, trataba de introducir sus genitales con bolas y todo. Yo lamía y chupaba sus testículos mientras el agarraba mi cabeza por el pelo.

Se colocó el condón y me penetró por el ano. Muy lentamente fue ingresando, mis piernas temblaban, gemía de placer, él jadeaba. Los movimientos de su pelvis cada vez eran más fuertes, sus bolas rebotaban en mi trasero una y otra vez. Estaba a punto de explotar. No podía distinguir si los que sentía era dolor o puro goce. Sabía que al otro día aún me dolería, pero no quería que parara.

Retiró su miembro para pasar a mi vagina totalmente lubricada. Los estoques hacían que mi cuerpo temblara. Gritábamos a la vez, la locura enardecía desde mis entrañas hasta llegar a mi boca. En las paredes retumbaban nuestros gritos que eran una canción del placer que estábamos viviendo. Pensaba en algún momento tocarán la puerta para callarnos por los ruidos que hacíamos pero era imposible evitarlo. Me veía en los espejos empalada por mi fornido amante y me encendía aún más. No quería que pare y así se lo exigía.

Llego el inminente final, con un aullido, más que un grito, desahogamos nuestra lujuria. Llegamos al orgasmo rendido, adoloridos. Soltó mis manos de los grilletes aun con su miembro dentro de mí, llevo mi cuerpo para refregarse en el suyo. Giró mi cara y besó mis labios, mi cuello. Nos tiramos en la cama y nos quedamos dormidos.

A la madrugada me desperté, me vestí con mi ropa para salir del motel. Luis aún dormía. Solo dejé una nota dándole las gracias. Era la misma nuevamente.

Al llegar al departamento, Federico estaba durmiendo en mi cama. Pasé derecho a bañarme. No podía creer lo que había hecho. Mi cuerpo me dolía, tenía adormecido mis músculos, aun tiritaban mis piernas. Mi alma estaba llena de nuevo. Sentía una sensación de culpa y no sabía por qué.

Al correr la cortina del baño para buscar la toalla estaba Federico, mirándome, reprobándome. Me pasó el toallon y dijo:

—Tu no cambias más — se dio la vuelta y salió del baño. Lamentablemente era verdad, necesitaba del sexo para vivir. Él me lo había negado. Cuanto podía esperar a que se decidiera.

Lo que no sabía es que algo diferente me estaba pasando porque me sentía en falta con él.

REGÁLAME UNA NOCHEWhere stories live. Discover now