XVIII

430 62 70
                                    

—Cálmate, ¿quieres? —Le escucho dar un bufido, dando la impresión de que se encuentra en una situación extremadamente frustrante, en vez de una tan importante, como es en realidad—. Tampoco es tuyo.

Sus palabras me dejan desconcertado y más confundido que nunca; supongo que es la combinación de ambas emociones, lo que me roba el habla, así que incapaz de entonar palabra, me limito a mirarla expectante, necesitando con parte de mi ser una explicación a sus palabras.

—No es tuyo, ¿de acuerdo? —repite, mirando a todas partes, como si no quisiera que alguien aparte de mí la escuchara.

Memorias de mi época en preparatoria, en las que solía salir a fumar con mis amigos, me nublan por un par de segundos de la realidad, sí, sin duda alguna teníamos la misma actitud cuando sacábamos la marihuana.

Fijo mi vista en la taza de porcelana blanca frente a mí, desde que el mesero la trajo, se ha mantenido intacta.

Cuando mis ojos se pierden en aquel líquido oscuro, me doy cuenta de cuánta sed tengo en realidad, mi boca está seca, y mi garganta rasposa; mis piernas tiemblan, al igual que mis manos. Necesito que algún líquido cruce por mi tráquea, pero me siento más que incapaz de levantar la taza, por lo que me mantengo observándola, durante lo que parecen horas, hasta que por fin me decido a llevarla contra mis labios y beber un sorbo.

El café se ha enfriado, pero no deja de ser un líquido, así que, sintiéndome como un sediento que encuentra agua en el desierto, me bebo hasta la última gota, disfrutando de la sensación de volver a la vida, para luego gozar de tener la cafeína corriendo velozmente por mis venas.

— ¿Entonces? —La encaro, sintiéndome fuerte, vivo y capaz. Parece que el café ayudó a darme valor, más de lo que hubiera hecho cualquier bebida alcohólica—, si no es mío, ¿por qué me lo cuentas? Ni creas que me voy a hacer responsable por eso —ladro, dándome una idea de sus intenciones—. Que no sepas con quién te metas, no es mi problema —Le recrimino, gozando de pronunciar cada palabra—, busca quién es el padre y pídele que se haga responsable, porque yo no lo haré.

Ella se mantiene en silencio por unos largos segundos, en los que me fulmina con la mirada y cierra sus manos en puños, alimentando mi ego al prácticamente admitir que estoy en lo correcto y sufriendo por no querer aceptarlo.

— Yo sé quién es el padre —dice, con demasiada tranquilidad para mi gusto.

La miro confundido, buscándole sentido a sus palabras, o al hecho de que me esté contando todo eso; una idea llega volando a mi mente, declarándose casi al instante como la respuesta correcta. ¡Se está excusando y quiere que yo me haga cargo porque el otro no quiso! ¡Qué cómoda!

— ¡Pues ve con él! —exclamo con una gran sonrisa, dando un par de carcajadas— ¿O qué?, ¿no quiso y también te dejó? —burlo, sintiendo un piquete de culpa que ignoro, al ver el odio reflejado en sus ojos.

— No, Kevin —murmura antes de inhalar y exhalar un par de veces para calmarse—. Él no lo sabe. Y no quiero que te hagas cargo de mi bebé, por si es lo que estás pensando —explica—. No te lo cuento porque te quiero presumir ni nada parecido. Te lo estoy contando porque estás involucrado en todo esto.

La incredulidad que antes actúo en mi contra, haciéndome dudar y llenándome de terror mal fundamentado, ahora es un escudo que me protege contra sus palabras, por lo que me limito a mirarla con una sonrisa de suficiencia, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—No me digas —canturreo, sin cambiar mi expresión a pesar de la infinidad de veces que seguramente me ha asesinado en su mente—. ¿Y cómo me involucra, Guadalupe?

Pronuncio su nombre con lentitud, haciendo énfasis en cada sílaba, para hacerle saber, que no le temo y que ya no tengo ni el menor interés en la conversación ni en lo que suceda.

—Tú no eres el padre —repite, haciendo una breve pausa antes de seguir—, pero tu pareja, sí lo es.

¿Mi qué?

Siento que el aire a mí alrededor se corta de momento y por un par de segundos, mi cabeza comienza a girar, mas, por fortuna, la incredulidad sigue jugando a mi favor, por lo que logro recuperarme con algo de dificultad. Ella puede saber que ya estoy viendo a alguien más, pero no sabe que también es un hombre, además, ¿lo creería? Yo siempre le había negado esa posibilidad con demasiado énfasis.

— ¿Mi qué, perdón? —Me disculpo, tratando de aparentar seguridad y desentendimiento de la acusación—. No sé de qué estás hablando.

—Oh, vamos Kevin —se queja, poniendo los ojos en blanco, como si yo no hubiera entendido una obviedad—. No hace falta que finjas. Sé que estás saliendo con alguien más...

Después de su comentario, guarda silencio, como si esperase mi afirmación, por lo que, inclinándome levemente hacia delante, contesto.

—Sí, lo estoy haciendo, ¿y? ¿Tiene algo de malo que salga con alguien?

—No estoy diciendo eso. A lo que me refiero, es que sé que no es una chica —Impactado, la observo, tratando de pensar en una excusa en una defensa, en algo que pueda decir ante eso, pero todo mi cuerpo está congelado y no puedo hacer más que mirarla expectante por su siguiente oración—. De cierto modo, ya me lo esperaba. Sé que siempre me asegurabas no ser gay, pero...

— ¡Que no soy gay! —gruño, a lo que ella levanta las manos, declarándose inocente—. ¿Por qué todos piensan eso de mí? —susurro al techo, sin esperar realmente una respuesta.

—Bien, eso no es lo que me importa —continúa, haciendo un ademán para quitarle la importancia a lo anterior—. Realmente me da igual si es con un chico o una chica, el problema aquí es, que tu actual novio es el padre de mi hijo.

Hace un especial énfasis en "mi hijo", como si quisiera darme entender algo más de lo que ya implican sus palabras. Teniendo una media sonrisa, la observo en silencio, sabiendo de antemano que todo lo que dice es mentira. Afortunadamente para mí, pronto me hago de una idea con la cual podré dejarla en evidencia.

—No te creo —contesto, encogiéndome de hombros—, pero suponiendo que lo hiciera —digo con el tono más falso que puedo—. ¿Cómo se llama mi novio y padre de tu hijo?

Ella me mira seria, antes de inhalar una gran cantidad de oxígeno y después exhalarlo en un largo suspiro que parece estar cargado de dolor.

—Gerardo Penavos. Es un oficial de policía en Badabun —contesta con la vista gacha, casi como si se lamentase de decir lo que me está diciendo—. Para probarte que no lo investigué, puedes preguntarle a tu amiga, Fernanda.

 Para probarte que no lo investigué, puedes preguntarle a tu amiga, Fernanda

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Hug me, Mr. PoliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora