XIX

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Mi mirada continúa perdida en el infinito, mientras en mi mente repito una y otra vez, toda la información que Lupe me dio, tratando de encontrarle sentido o alguna falla, queriendo, necesitando creer que está equivocada y que todo lo que me dijo, es falso.

—Hey, lamento la tardanza —Escucho la voz de Gerardo, antes del crujir de la piel del asiento frente a mí, dándome a entender que se ha sentado.

Oír su voz es un golpe directo a mi incertidumbre, y a los temores, que gustosos, se alimentan de mi inseguridad. Con cada segundo que pasa siento que el oxígeno se me corta, y la manera en que mi corazón martilla contra mi pecho, alertándome sobre la fisura que tiene y el estado crítico en el que se encuentra.

Estoy asustado, realmente asustado, necesito hablar, pero no quiero, ni puedo hacerlo. Mi garganta está seca y mis pensamientos son un completo caos; mirar la gota de agua que recorre el exterior de mi vaso, resulta ser ya una tarea extenuante, a la que me obligo a continuar, para no desmoronarme en éste mismo instante y gritar con desesperación todas las ideas que taladran mis pensamientos.

—Oye, ¿estás bien? —pregunta utilizando su dulce tono de preocupación, que logra tranquilizarme con levedad.

Después, siento la palma de su mano sobre la mía, brindándome calor y su seguridad, que es justo lo que más necesito en estos momentos, por lo que sin pensármelo dos veces, me aferro a su mano, haciendo mi mejor esfuerzo por olvidar y recordar a su vez; olvidar cada una de las malditas palabras que Lupe me dijo ayer y, recordar todas las caricias y todos los besos que Penavos me ha brindado.

—Salí con Lupe —Suelto, sin ser plenamente consciente de lo que digo, pero teniendo la necesidad de acabar con mi tormento lo más pronto posible—. Ayer —aclaro, elevando mi rostro con levedad, encontrándome con su expresión sorprendida y algo incrédula.

— ¿Qué? —En su voz se denota la confusión, pero oculto entre ésta, logro distinguir un matiz de molestia, que lo único que hace es enterrar más la espina de la duda—. ¿Por, por qué? —tartamudea, a lo que yo me limito a desviar la mirada—, ¿por qué no me dijiste?

Mi cabeza es un caos y no puedo afirmar estar seguro de nada. Tengo cientos de dudas, pero demasiado terror como para formularlas; necesito saber qué es lo que sucede, pero la respuesta que pueda llegar a obtener me aterra demasiado, impidiéndome así juntar el valor necesario como para hablar.

Quiero demasiado a Penavos como para preguntarle algo así, pero la historia de Lupe es demasiado real, demasiado verídica, lo que me hace realmente imposible el no dudar de la fidelidad de mi novio.

—No quería preocuparte, supongo —respondo sin ánimos, haciendo mi mejor esfuerzo por ordenar las palabras con las que pienso preguntarle sobre el embarazo de aquella mujer.

Él me mira con el ceño fruncido y sé que duda de mis palabras, me cuestiona si tiene que ver con mi comportamiento del día anterior, pero yo no respondo; a pesar de su insistencia y los argumentos que me da, por los cuales debería contarle, no pronuncio palabra; tan solo me quedo en mi lugar, quieto; demasiado quieto, mirando sus profundos ojos cafés, escudriñando en ellos, por algo que me indique que fuera capaz de hacer algo tan horrible, como la historia que Lupe me contó.

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— ¿Qué?, ¿de qué estás hablando? —Mi voz suena temblorosa, pero no es que tenga gana de llorar, no, tan solo es que estoy demasiado aterrado por lo que acaba de decirme— ¿Y Fernanda qué tiene que ver en esto?, ¿acaso vas a decirme que ella también se metió con él? —pregunto elevando el tono de mi voz con cada palabra que pronuncio.

—Kevin, cálmate por favor —pide ella, mirando a todas partes, claramente avergonzada por llamar así la atención, pero sin dejar de estar asustada por mi reacción.

Hug me, Mr. PoliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora