Capítulo 5

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Un par de semanas después, el número de diciembre de Ladies' Choice estaba listo para salir al mercado. No había sido una misión sencilla. En cuanto la señora Robinson anunció que se decantaría por el concepto de Marshall, las críticas de sus colegas no se hicieron esperar.

—Ni siquiera lo presentó en la junta correspondiente —se quejó Parker Brown junto a la máquina de café—. Y ahora voy a tener que decirles a todas mis modelos que se vayan a casa, que de repente necesitamos «mujeres reales».

—Reales para él, quizás —replicó Ashley Bawcett (quien había estado en la reunión y cuyo nombre Marshall había aprendido recientemente)—. Será de los que dicen que la obesidad es atractiva porque no puede conseguir nada mejor.

—No me quiero imaginar cómo será en verano —se lamentó una pelirroja de nariz puntiaguda—. El tirano insistirá en que no se incluya mi artículo de consejos para bajar de peso.

—¿Tú crees? ¡Si es un clásico! Esos consejos llevan en la revista más tiempo que él.

—Sin mencionar que probablemente esté aquí para cubrir alguna cuota de inclusión —agregó Brown, y miró a Fitzpatrick, quien había pasado la mayor parte de la conversación en silencio—. ¿Tú qué crees, Karla?

Fitzpatrick le dio un trago a su café.

—Creo que ya he dicho suficiente.

Marshall desapareció de la puerta de la sala de descanso antes de que advirtieran su presencia. Con una alegría maliciosa en medio de la tristeza por ser menospreciado, tomó nota de que debía rechazar el artículo de Bawcett ni bien lo propusiera.

Y eso fue antes de que se enterasen de que comenzaría a dirigir las juntas. Cuando lo supieran, la editorial iba a ponerse de cabeza. Una parte de él deseaba verlo. Recibir la visita de Fitzpatrick con el rabo entre las piernas había sido ya bastante divertido, y de solo imaginar las expresiones estupefactas de los demás al escuchar las nuevas noticias una sonrisa se le dibujaba en el rostro.

Pero aún tenía tiempo para ser invisible. Tan pronto como su nueva tarea se hiciera de público conocimiento, la guerra empezaría y no habría ventaja que lo salvase.

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Ocurrió un jueves por la tarde. Marshall estaba en su oficina, recogiendo sus cosas y casi listo para irse a casa, cuando Rita Hapkins apareció.

—La señora Robinson quiere verlo.

El momento había llegado y, tal y como le había prometido, su intención era informarle los puntos a tratar en la próxima junta. La junta que él iba a dirigir.

Al entrar en el despacho de la señora Robinson, esta le pidió que se pusiera cómodo. Lucía particularmente ansiosa aquel día. No paraba de ajustarse las gafas y rascarse el cuello. Marshall se abstuvo de hacer comentario alguno. Podría decirse que hasta se abstuvo de mirarla demasiado.

—Enero es un mes difícil, señor Valenzuela —empezó ella—. Diciembre tiene la Navidad y febrero, San Valentín, pero enero... no hay tanto con lo que podamos trabajar.

—Excepto Año Nuevo —razonó Marshall.

—Precisamente. Necesito ideas relacionadas con Año Nuevo y las necesito cuanto antes.

—Tengo algunas, pero... —Respiró profundo—. Supongo que lo ideal sería convocar una reunión de creativos.

—Señor Valenzuela, usted me lee la mente —celebró—. De hecho, ya he avisado a todo el equipo de una reunión a concretarse este lunes.

El ascenso de MarshallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora