Capítulo 12

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Ese viernes, a la misma hora en que había aparecido el día anterior, Marshall caminó hacia la oficina de la señora Robinson para decirle que su juego se había acabado.

El día se le pasó volando y tuvo la fortuna de no encontrarse con ella en ningún momento. Desde que su ascenso se concretó, ambos habían estado especialmente ocupados. Gran parte de su jornada se le fue en bocetar algunas ideas para el siguiente número de la revista y visitar el despacho de unos cuantos compañeros para discutir las de ellos con mayor profundidad. Fitzpatrick, aún resentida por el cambio en la dirección de las juntas y los problemas que sus enfrentamientos con él le habían generado, se lo hizo particularmente difícil.

Ahora, mientras la tarde moría, Marshall se sentía más cansado de lo habitual, lo cual no era un buen presagio. Si bien sabía que la señora Robinson no se enfurecería ni se pondría a llorar, imaginar su actitud tranquila al aceptar el rechazo no le proporcionaba ningún alivio. En el fondo, le constaba que a ella la haría sentir tan mal el oírlo como a él el anunciarlo. Pero no podía mentirle. Tarde o temprano se daría cuenta y, además, ella tenía razón: la confianza era lo más importante.

Al pasar junto al escritorio de Rita Hapkins, vio que esta ya se estaba retirando. La saludó de forma ausente y ella le devolvió la cortesía. El hecho de que él y la señora Robinson estarían completamente solos lo angustiaba aún más.

—¿Puedo pasar? —preguntó, asomando la cabeza dentro del despacho.

—Por supuesto, señor Valenzuela —concedió ella, sentada ante el escritorio.

—¿Le molesta si cierro la puerta esta vez?

Las comisuras de los labios de la mujer se curvaron hacia arriba.

—Desde luego que no. Lo que usted considere más oportuno.

—Claro.

Marshall cerró la puerta y fue a tomar asiento. Rezó internamente por que la tenue luz anaranjada de la lámpara de pie no delatase el movimiento de su nuez de adán cuando tragó saliva. Robinson lo miró.

—¿Entiendo que ha desarrollado más nuestro próximo número? —Señaló con el mentón a la carpeta que él había olvidado que tenía.

—Oh, sí... Un par de cosas que...

—Déjeme verlas.

Extendió los brazos por encima de la mesa y Marshall le cedió el material. Mientras ella se tomaba su tiempo para examinarlo con más detenimiento del que podía soportar, se cuestionó qué tan serio había sido su acuerdo. Quizás fue apenas un juego de seducción que jamás hubiese querido llevar a término. Quizás se había arrepentido. Quizás presentía que él se había arrepentido.

Fuera cual fuera el caso, deseaba que se lo aclarase. Bastante ansiedad había sufrido en las últimas veinticuatro horas para que el tema quedase zanjado sin siquiera discutirlo. No se sentía justo, después del estrés por el que lo había hecho pasar.

Diez minutos más tarde, la señora Robinson cerró la carpeta y asintió.

—Todo parece estar en orden. Me la llevaré a casa y le daré una lectura más profunda, por si acaso. Pero en apariencia, es un trabajo brillante, como siempre. Gracias, señor Valenzuela.

Marshall no se movió de donde estaba.

—Puede retirarse.

—¿Y-ya...? —inquirió, los ojos engrandecidos.

Una sonrisa suave se coló en el rostro de la señora Robinson.

—A menos que haya otro tema que desee discutir.

El ascenso de MarshallWhere stories live. Discover now