Nota final

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Al momento de escribir esta nota, acabo de publicar el que será el último capítulo de El ascenso de Marshall y debo admitir que tengo sentimientos encontrados.

Por un lado, la felicidad y alivio de ponerle el punto final a un proyecto tan ambicioso que ha consumido mi vida durante casi un año. No voy a mentir y decir que quería que no acabase nunca. Mi agotamiento era evidente y solo quería ver la obra terminada de una vez.

Sin embargo, la sensación ahora que lo consigo es agridulce. Esta alegría se mezcla con cierta nostalgia, pues todos mis lectores saben que he puesto mi corazón en esta historia y cada uno de sus personajes. Cuando Marshall sufría y ustedes lloraban con él, no eran los únicos. Yo también acompañaba sus penas y celebraba sus victorias, por pequeñas que fuesen.

Este proyecto se ganó un lugar especial en mi corazón desde que fue concebido. De hecho, siempre supe que iba a terminarlo, sin importar cuántas ideas había desechado antes. Toca confesar que me asusta mi futuro más allá de Marshall, Joanna y sus aventuras. Tengo miedo de dar un paso en falso, de defraudar a los seguidores fieles que haya podido cosechar con este pedacito de mi ser. Pero también siento una gran esperanza por lo que se viene y espero me acompañen a descubrirlo.

La primera vez que este concepto apareció en mi cabeza fue cuando buscaba con desesperación literatura erótica que me atrapase. Nada de cuerpos y rostros perfectos, de gente joven viviendo una vida ordinaria, de mujeres sumisas en el peor sentido posible y hombres controladores que usaban al BDSM como pantalla para maltratarlas y así canalizar sus traumas sin resolver. Estaba cansada de las escenas de sexo sin contacto en las que todo iba con prisa, la penetración porque sí, la obsesión con la virginidad y los tres orgasmos seguidos, mérito solo del hombre, nunca de la mujer.

Quería ver gente real, gente rota que en vez de usar sus problemas como carta blanca para abusar de otros, se alentaban y apoyaban a la hora de superarlos. Porque eso es lo que la mayoría de las personas rotas hacen en la realidad. Tenderse manos los unos a los otros, escuchar con la atención que desearían haber recibido y buscar superarse incluso cuando no tienen fuerzas. Esa es la clase de gente rota que conozco y la clase de gente rota que quiero ver, que quiero poner como ejemplo para todo el mundo.

Existe la maldad, existe la violencia y creo que me he asegurado de representar esa cara del ser humano también. Pero si la novela romántica es el género escapista por excelencia, si es el canal que usamos para dejar volar nuestras fantasías, si es nuestro refugio del mundo cruel que nos rodea... ¿por qué no ir más allá? ¿Por qué no contribuir a la no tan descabellada fantasía de que la gente buena existe y nosotros podemos ser esa gente si nos lo proponemos? ¿Por qué no ser indulgentes con nuestras propias necesidades emocionales, de sabernos amados y respetados, de sanar nuestras heridas sin herir a los demás? ¿Por qué la mujer gorda de cuarenta y cinco años siempre tiene que proyectar sus deseos en veinteañeras despampanantes? ¿Por qué no podemos aspirar a más que ser la chica que no tiene "nada especial" hasta que el dios griego de sus sueños?

Yo no creo que no se pueda. No creo que haya que ser joven, blanco y convencionalmente atractivo, sin nada que nos pese, sin nada que nos duela, para ser objetos de deseo y de amor. No creo en los penes mágicos ni en los orgasmos milagrosos. Creo en la psicología, que es mi área de estudio. Creo en la capacidad del ser humano para construir puentes y aceptar ayuda. Creo en el derecho de las víctimas a recuperar sus cuerpos y usarlos como se les dé la gana, y creo en su obligación de no usarlos para privar a otros de lo que alguna vez les fue arrebatado a ellos.

Espero que la mujer de mediana edad con celulitis y estrías se haya reconocido en estas páginas, así como la víctima, el depresivo, el inmigrante y el rechazado. Espero que se hayan sentido reivindicados y ojalá pueda seguir reivindicando realidades en mis próximos trabajos. No porque necesiten la voz de una joven blanca para hacer oír las suyas, sino porque todos somos dignos del deseo que plasmo en mis obras hacia todos los personajes sexualizados, ya sean mayores, gordos, flacos, de color, neurodivergentes o discapacitados. Porque ya es hora de que su escapismo deje de recordarles que son diferentes y empiece a recordarnos a todos cuánto nos parecemos en verdad.

Gracias de corazón por aceptar la invitación a este viaje y ojalá lo hayan disfrutado. Nos volveremos a ver.

Con cariño,

Antonia Fell

El ascenso de MarshallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora