Tauriel

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Últimamente parecía que todos los días eran iguales. No hacían más que limpiar el bosque de arañas pero siempre volvían, parecía que se reproducían por esporas. En una de esas ocasiones que llegaron más al sur en la purga descubrió que el nido estaba en Dol Guldur, sin duda se lo comunicaría al rey.

Una partida de reconocimiento había salido a patrullar por las lindes del bosque, en ese momento Tauriel estaba descansando en uno de los jardines del palacio subterráneo cuando Legolas se acercó a ella.

-Mi señor Legolas.

-Necesito hablar contigo, Tauriel... en privado.- ella asintió y lo siguió hasta una pequeña cueva detrás de una cascada que había en el jardín.- Se trata de mi madre, está viva.- dijo en voz baja.

- Pero el rey Thranduil detuvo toda búsqueda. La dio por muerta.

- Lo sé, pero no lo está. Soñé con ella hace apenas unos días.

- Eso puede ser porque la extraña, mi señor.

- No, fue...-se le atragantaron las palabras, no sabía cómo decirle que tenía sueños en los que sentía y veía cosas reales.- tuve un sueño onírico, ella aún está viva.

Tauriel se quedó muda de la impresión, había oído hablar de esos sueños pero sabía que muy pocos poseían ese don pues requería de un gran poder.

-Entonces, ¿qué tiene pensado hacer?

- Tú eres una buena rastreadora, Tauriel.- dijo él con admiración-. Quiero que vayamos los dos en su busca pero no sé por dónde empezar-.

- Déjeme pensar en un plan, sin una pista no podemos hacer mucho pero pondré todo mi empeño.- resolvió ella.

- Gracias.- y sonrieron mutuamente.

Legolas sentía algo más que una simple amistad por ella, y ella lo sabía

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Legolas sentía algo más que una simple amistad por ella, y ella lo sabía. Cuando entró en la guardia como un simple peón nadie apostaba por ella por ser la hija de una cocinera y un soldado del ejército sin un nombre, nadie excepto Legolas, que la trató con respeto y como a una igual desde el principio. Sus padres murieron, al igual que tantos otros, en la guerra de la Última Alianza de Elfos y Hombres en Barad-dûr, su padre en el campo de batalla y su madre en el campamento que asaltaron. Por lo que ella, como tantos otros niños huérfanos, quedó bajo el amparo del reino y pese a que nunca le faltó de nada, pues recibió educación, ropa y comida, sintió la soledad en toda la extensión de la palabra como una losa que cargaba a sus espaldas. Sin embargo, encontró refugio en las cocinas de palacio, donde los compañeros y amigos de su madre la trataban siempre con cariño, no podían sustituir a sus padres pero allí se sentía arropada y siempre que tenía un poco de tiempo se escapaba para hacerles una visita.

El día que la ascendieron a comandante de la guardia personal del rey todos en la cocina celebraron con ella el logro, con cada felicitación, con cada "qué orgullosos estarían tus padres si te vieran" y con cada abrazo las lágrimas de alegría corrían por sus mejillas. También se unieron a la fiesta antiguos compañeros de su padre, varias sanadoras y otros compañeros de la guardia, entre ellos Legolas, que también estaba invitado. Uno de los guardias trajo de contrabando varias botellas de un licor fortísimo que, según él, tomaban en la Ciudad del Lago para combatir las bajas temperaturas.

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