Capítulo 22: El nacimiento de algo inesperado

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Legolas se encontraba en el campo de entrenamiento, disparando flechas a varias dianas que él mismo había preparado en lugares difíciles de alcanzar. Alternaba la posición del arco y disparaba varias flechas a la vez, su concentración podía adivinarse por el silencio que lo rodeaba.

-Un príncipe tan noble...-empecé a decir desde mi escondite, detrás de un árbol a sus espaldas-luchando para salvar a la bella indefensa...

Rápidamente el príncipe se giró y disparó una flecha hacia donde provenía mi voz, acertando de pleno en el tronco que me resguardaba. Ya sabía que se trataba de mi persona.

-¿Quién dice que seáis bella?-respondió él a mi provocación. Salí de mi escondite y agarré la flecha que se había clavado en el tronco del árbol.

-Por algo será que no me quitáis los ojos de encima-respondí con una sonrisa pícara, y arranqué la flecha del tronco.

-Serás...yo...-parecía que había desarmado al príncipe, una victoria imprevista. Me acerqué a él y entonces miré las dianas a las que había disparado, todas en el centro.

-Veo que entrenáis duro-dije al fin cambiando de tema-habéis acertado todas.

-Es difícil mantener una puntería perfecta sin practicar-me respondió entonces-¿Queréis probar?-y me ofreció su arco. Con la flecha aún en mi mano, la coloqué sobre el elegante arco del príncipe y apunté a una de las dianas. Él se colocó detrás de mí y me corrigió la postura del brazo derecho, bajándome más la postura del codo. También me ayudó a tensar más el arco, para que la flecha tomara más velocidad. Y de nuevo, corrigiendo la altura del lanzamiento, me animó a disparar. Y lancé. No alcancé el centro de la diana, pero me faltó poco.

-No está nada mal, tenéis madera de arquera-me felicitó el príncipe-con un poco de entrenamiento seguro que serías un arma letal.

Le sonreí, y entonces le dije aquello para lo que había venido.

-Gracias por salvarme la vida-mientras le entregaba el arco-fuisteis muy valiente separándoos del resto para liberarme de esa prisión.

-Prometí llevaros al Volcán del Destino-me respondió-y eso haré.

No era la respuesta que esperaba, pero no tuve tiempo de decir nada más, Gimli, el enano, llegaba al campo de entrenamiento con una gran sonrisa en el rostro.

-¡Princesa!-decía con los brazos abiertos-¡Es una alegría veros recuperada!-Se acercó a mí y, cogiendo mi mano, la besó.

-Vaya, es todo un caballero-respondí contenta.

-¿Os está molestando el principito de orejas picudas?-preguntó mirando hacia Legolas.

-El que está molestando eres tú, Gimli, que has interrumpido nuestra conversación-respondió Legolas anotándose la victoria de la discusión.

-¡Es muy tarde ya!-replicó el enano-Me envían para comunicarles que la cena ya está servida.

-No vamos a acudir al castillo a cenar-dijo entonces el príncipe, lo miré confusa-la princesa quiere agradecerme el que le salvara la vida acudiendo a cenar conmigo en el pueblo, así que decid que llegaremos antes de medianoche.

Gimli me miró alarmado, pero negué con la cabeza mientras lo tranquilizaba. El enano se alejó susurrando algunas frases en voz baja. 

-¿Y bien?-pregunté a Legolas-No recuerdo haberos concedido tal honor, pero me gusta la idea.

-Conozco una taberna muy familiar con buenas viandas, os gustará-y colocándose el arco en la espalda, hizo señas para que le siguiera. Mientras caminábamos, el príncipe me contó sus experiencias en el pueblo los días que yo había pasado enferma. Había estado pocas veces allí ya que, me reveló, había estado velando por mí, pero las veces que había frecuentado el pueblo encontró personas muy acogedoras y humildes.

Memorias de la última princesa. 1º TomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora