Eclipse azulado | Ronance

20. Pastillas

Abrí los ojos. Los sentía muy pesados y me costó más de un par de segundos poder abrirlos.

La vida nunca me había ido demasiado bien, aparte de haber tenido innumerables problemas familiares, siempre había estado rodeada de etiquetas, las personas siempre me han juzgado por mi físico e incluso por mi forma de ser. Aprendí por las malas que las personas siempre iban a juzgarme.

—¡Jess, he preparado el desayuno!

La voz de mi hermano consiguió que me levantara de la cama. Alan siempre había sido muy bueno conmigo, desde que me ocurrió lo de Skylar estaba haciendo todo lo posible para que estuviera mejor. Incluso cocinaba, aunque no se le diera del todo bien.

Me dirigí al cuarto de baño y me miré en el espejo, estaba horrible. Mi pelo estaba todo alborotado, mis ojos con unas ojeras muy profundas y mi piel más pálida que la misma nieve. Parecía un león con complejo de mapache.

Intenté alisarme un poco el pelo para poder recogérmelo en una coleta alta, y me apliqué algo de maquillaje para poder tapar las ojeras correctamente, no lo hacía por mí, no quería preocupar más a Alan. Al terminar, volví a mi habitación para colocarme algo de ropa limpia.

Seguidamente, me dirigí hacia la pequeña cocina, cuando un olor a quemado no tardó en inundar mis fosas nasales.

—Lo siento Jess, he intentado hacer tortitas porque se que te encantan, pero sé me han quemado y...

Le interrumpí dándole un gran abrazo y un beso en la mejilla.

—Las quemadas son mis favoritas— sonreí separándome de él.

Me dedicó una gran sonrisa y ambos nos sentamos a comer. Alan intentaba no hacer ninguna mueca de disgusto mientras se las comía, yo en cambio, había llenado las mías de sirope de caramelo y el sabor a quemado quedaba por debajo de la fuerte dulzor de este.

—Gracias— sonreí.

Él me miró con la boca llena de tortitas y me sonrió como pudo. Yo reí ante la cómica situación.  Al acabar recogimos las cosas.

—Vuelvo a mi cueva— bromeé. Cuando me iba a dirigir a mi habitación, él me cogió del brazo con suavidad.

—¿No has dormido bien, verdad?

Suspiré al oír la pregunta de mi hermano. Aunque me pusiera maquillaje o fingiera estar bien, él siempre sabría la verdad. Sobre todo ahora, que sabía lo frágil que estaba.

—No, pero no importa Al...— él me interrumpió.

—Claro que importa ¿Por qué no te tomas las pastillas? Para algo te las recetó el médico— me miró seriamente.

—Estoy harta de pastillas, Alan. He de saber vivir sin ellas.

Él resopló, parecía no estar de acuerdo con mis palabras. Le miré a los ojos, vi sus ojos de preocupación, los mismos que vi el día que ocurrió lo de Skylar.

Notaba sus ojos azules fijos sobre los míos, sus cejas estaban fruncidas y sus labios apretados.

—Jessica, si el médico te las ha recetado es por algo.

—Te prometo que estoy bien, no necesito tomármelas para todo. Créeme que si lo veo necesario me las tomaré, te lo prometo.

Mis palabras parecieron tranquilizarle, me dedicó una agradable sonrisa.

—Te quiero, hermanita.

—Yo también te quiero.

Nos volvimos a juntar en un cálido abrazo. Se sentía bien tener a alguien a tu lado y notar su calidez. Subí a la habitación de nuevo, al entrar no pude evitar visualizar una fotografía de Skylar en el suelo. Suspiré cogiéndola.

Sé que me había hecho daño, y no era la primera vez que hacía alguna estupidez, era una persona muy impulsiva, pero la quería. Me ayudó mucho con mis problemas, sus bromas me hacían reír en todas ocasiones y siempre tenía sus brazos abiertos para cuando lo necesitase. Sin embargo, no todos los finales eran felices.

Al acabar de recoger unas cosas bajé de nuevo al comedor cogiendo algo de dinero que tenía sobre la mesa.

—Voy a dar un paseo— le informé a Alan, el cual se encontraba viendo algo de fútbol en la televisión.

—¿Te acompaño?— me preguntó.

Negué con la cabeza y le sonreí antes de salir por la puerta. Decidí ir caminando hasta llegar a la zona donde estaban las tiendas, me gustaba caminar e ir mirando el cielo mientras los pensamientos inundaban mi cabeza. Por suerte hoy no me tocaba trabajar, así que no tenía que aguantar a mi jefe, el cual ni siquiera se sabía mi nombre.

Aunque tampoco podía quejarme, había personas que no tenían trabajo, había tenido mucha suerte. Me senté en una plaza cercana a un supermercado y saqué una libreta para dibujar algo.

—Jessica.

La voz de Skylar hizo que me sobresaltara. Sus ojos se clavaron sobre mí. Parecía en el mismo estado que yo, su pelo estaba más alborotado que de costumbre.

—Por favor, quiero hablar contigo.

Skylar sabía de mi gran bondad, sabía perfectamente que acabaría accediendo a hablar con ella y yo sabía que no dejaría de insistir hasta que aceptara. Asentí sin decir palabra alguna. Ambas nos dirigimos a una pequeña esquina donde poder hablar a solas.

—No voy a perdonarte, ni mucho menos volver contigo— preferí ser directa y dura, aunque me doliera.

—Lo siento Jessica, siento ser una egoísta y una rencorosa...Pero te necesito, no puedo dejar que me dejes de hablar— notaba como se le quebraba la voz.

—Podemos saludarnos, nada más— dije mirándola a los ojos.

—¡Siempre he estado a tu lado!— me gritó ella, a los pocos segundos pareció arrepentirse.

—Te he dado muchas oportunidades, que hayas estado a mi lado no significa que no fueras tóxica. Y yo también estuve siempre a tu lado— mascullé.

—Tú siempre estás al lado de todos, seguro que si no estuviera Robin volverías conmigo.

—¡No es verdad, Sky! Te quiero, sabes que te quiero, pero por una vez he decidido hacer lo que es mejor para mí. Y lo mejor para mí es que lo nuestro haya acabado.

Mis palabras parecieron hacer reflexionar a Skylar durante unos segundos. Ella suspiró. No hizo falta que dijéramos ninguna palabra más, ella me dedicó una sonrisa, una sonrisa de perdón. Después desapareció por la esquina.

Tendría que superarla, aunque me doliera muchísimo.