Letter 11

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Epílogo 1

Tony vio las estrellas aquella noche. No sólo a través del techo transparente de la casa del lago. No sólo vio las luces distantes salpicando el cielo nocturno. Las vio al cerrar los ojos, mientras hacia el amor por primera vez con el amor de su vida. Cada beso, cada caricia, por alguna razón, las sintió con mayor sensibilidad de la que recordaba tener. Tal grado de compatibilidad, no podía ser terrenal, mucho menos normal. Toda su historia de amor pertenecía a otro plano, de eso no le cabía duda, ¿qué más podía pensar después de la manera en la que se habían conocido? ¿Cuantas personas conocen a su pareja a destiempo?

Preguntas como el punto de origen y el porqué de su encuentro quedarían, por siempre, en el limbo cuántico, que había sido el hilo que los había unido. Y no se molestaría en averiguarlo, era la primera vez en su vida que no quería saber el cómo, le bastaba con el resultado y nada más.


Despertó al día siguiente por culpa de la luz del sol que entró por el techo. Su calor y brillo terminaron molestándolo. Abrió los ojos y se encontró sólo en la cama, sin embargo, no temió a la soledad, no se le pasó por la cabeza, siquiera, que todo lo que había pasado el día anterior, hubiera sido mentira o una mala jugada de su mente e imaginación desbocada. No. Desde ahí, le llegó el aroma del café y una sonrisa se dibujó en su rostro, mientras giraba sobre el colchón, escapando del resplandor dorado del Sol, aunque fuera un poco.

Steve, con sólo el pantalón puesto y dos tazas de café en las manos, caminaba desde la otra habitación. Una ventaja de esa casa era que no había muchos lugares en los cuales esconderse. Sonrió con anticipación y vio que Steve correspondía a ello. Tony se incorporó y se sentó en el colchón, notó un ligero dolor en su baja espalda, pero no le prestó atención. Steve se sentó a su lado y le tendió una de las tazas. Le rodeó la cintura por detrás de la espalda, al tiempo que le besaba suavemente debajo del lóbulo de su oreja.

—Buenos días—escuchó, Tony, cerca de su oreja y su aliento tibió le estremeció.

Sonrió bobamente y giró el rostro para verlo, mientras asía con ambas manos la taza de café caliente. Steve le sonrió y Tony descubrió que, bajo la luz del sol, era mucho más guapo. Su cabello tenía un halo dorado ahí donde el sol incidía y el azul de sus ojos era casi iridiscente. Rió para sí, pensando que, ahora, podría despertar todos los días con esa imagen; y, después, le dio un sorbo a su taza de café.

Steve también lo miró, y su gesto, al tomar el café, le inspiró ternura. Tony era realmente muy tierno sin darse cuenta y sin caer en la exageración. Era como si conservara el alma de un niño. Por otro lado, Steve no podía negar lo atractivo que le era. Lo mucho que le gustaba su cabello castaño y ligeramente ondulado, en ese momento, completamente revuelto. Le gustaban sus largas pestañas y el avellana de sus ojos; pero, sobre todo,  la sonrisa que adornaba su rostro, a veces, socarrona; a veces, sórdida; a veces, dulce; pero casi siempre suya. No lo pudo evitar y le besó de nuevo, esta vez en la sien.

Tony giró el rostro y el besó se repitió, ahora, en los labios. El sabor del café les acarició la lengua.

—¿Estás bien? —preguntó, Steve, cuando se separaron.

—Síp—respondió, Tony, con una sonrisa.

—Tengo algo para ti—Steve se levantó, dejó su taza sobre la mesa de noche y, después, se dedicó a liberar un tablón del piso, al costado de la cama.

Tony lo miró con el ceño fruncido, completamente extrañado. Steve quitó la tabla y sacó del hueco debajo, un libro, que Tony conocía bien.

—¡El libro de mi mamá!—dijo y estiró una mano para que Steve se lo diera.

La casa del lagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora