💎 CAPÍTULO 3 - ¿QUIERES SER MI NOVIA? 💎

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Después de recuperarse de aquel delicioso placer, Topacio sonrió como boba al recordar la primera vez que sintió como, con tan solo una mirada, alguien era capaz de saber todo de ella. Muchos años habían pasado de eso. Fue en el preciso instante en que entró en razón que a las niñas le gustan los niños; tenía tan solo quince años cuando descubrió que no le era indiferente al chico al que ella había puesto sus ojos.

A su mente vino la mirada oscura de quien había sido su amor platónico de adolescente.

Fue el día que decidió cambiar su peinado. Las trenzas de niña que usaba a cada lado de su cabeza desaparecian para lucir ahora una coleta alta. Desde ese momento sus facciones infantiles desaparecieron para dejar ver a una hermosa señorita. Fue ese mismo día, que el joven a quien ella idealizó, la vio por vez primera, distinto.

💕

—¿Qué tal luzco? —fue la pregunta inocente a su hermano, que  jugaba con su XBox 360, en el cuarto de televisión.

George como siempre, la ignoró.

Le parecían tan estúpidas e ingenuas las preguntas que su hermana le hacía, en especial cuando él no podía verla de otra manera que no fuera como la mocosa que le tocó cuidar por horas, para que su madre trabajara y ganara el sustento de la casa y el que ella estuviera preguntándole por cosas de mujeres, lo empeoraba más. Para él, era una pérdida de tiempo y no desperdiciaría sus frases prefabricadas y más que aprendidas de memoria hacia el género femenino, en ella.

—Bien —contestó sin un ápice de emoción y sin despegar los ojos de la pantalla del televisor.

—Ni siquiera me has visto —reclamó dándole un golpe a la visera de la gorra que llevaba puesta.

—¡Déjame en paz! Voy a perder por tu culpa. Llevo el mejor puntaje hasta ahora. Estoy por romper mi propio récord —le hizo saber molesto y levantando la voz más de lo necesario.

Antonio se reía al ver convencido a su amigo, tratando de ganarle la partida y romper el récord que minutos atrás había logrado, cuando fue su turno frente a los controles de la consola. Conocía a la perfección que George cuando se decidía, no había nadie que lograra sacarle la idea de su cabeza. Menos, cuando el motivo era competir. Cualquier cosa era más creíble que pasara que su empeño en querer vencerle. No dejaría que alguien más lo apabullara en su propio juego y que el puntaje más alto, fuera de otro y no el suyo.

Sin embargo, las risas de Antonio fueron silenciadas al mismo instante en que sin quererlo o tal vez sí, se giró en dirección a donde sabía que la chica hablaba minutos atrás. Ella no había notado su presencia y salió de la habitación

Antonio la notó cuando les daba la espalda y se retiraba, cabizbaja y abrazándose a sí misma como si la gravedad del planeta la hiciera arrastrar sus pies y su cuerpo.

La sacudida que experimentó al ver a la hermanita pequeña de su amigo, no era normal. Algo no andaba bien, mucho menos el cosquilleo. No era habitual sentir aquello, menos por una niña —porque la seguía considerando una niña—, ni que decir de la reacción en esa parte específica entre las piernas de un hombre, que evidencia su excitación. Siempre fue débil de carne cuando observaba curvas femeninas o cuando se trataba de un buen y torneado trasero, como el que salía de la habitación en ese preciso momento. Pensó que alucinaba y se pasó la mano por el rostro.

«Tantas horas frente al televisor... mi mente me esté jugando una pasada» —se dijo y, con la esperanza de que su gesto pasara desapercibido, se acomodó la entrepierna del pantalón al levantarse del sofá.

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