💎 CAPÍTULO 5 - MALDITA MUJER 💎

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Al llegar a su apartamento, dejó todo lo que traía encima sobre el desayunador de su apartamento, llaves, billetera y el sobre en el que Topacio le devolvía el dinero que le pagó la noche anterior.

Se quitó la ropa aun antes de llegar a la habitación, dejándola regada por todo el camino desde el recibidor hasta la ducha. En el cuarto de baño, abrió el grifo con la intensión de dejar que el agua calentara lo suficiente y se apoyó en la encimera del baño y con la vista fija en un punto no definido del espejo frente a él hasta que el vapor distorsionó la imagen en él. Tomó la toalla de manos del atril cromado y de una pasada, limpió la condensación sobre él.

¡Eres un estúpido! —le dijo al patético que se reflejaba al otro lado del cristal y se metió a la ducha y dejó que el agua recorriera cada parte de su cuerpo desnudo.

Sebastián tiempo atrás descubrió que, bajo la cascada terapéutica de su regadera, lograba bajar los niveles de estrés acumulado de su cuerpo. Le hacía olvidar los problemas y los recuerdos que llevaba tanto tiempo tratando de dejar atrás y que, en momentos como esos, surgían de cada recoveco de su cabeza, donde los había escondido.

Esta vez, no era un pasado tan lejano el que lo torturaba, tan solo es de unas horas atrás. Lo suficiente para impedir que la tensión muscular abandonara su cuerpo. El agua caliente no tenía el efecto que necesitaba por lo que cambio la temperatura del tibio al helado casi congelante. El aire se escapó de sus pulmones en forma de vaho por su boca. Se mantuvo tanto tiempo, que pensó que no le llegaría el oxígeno al cerebro, pero tampoco hizo por donde moverse.

Las manos le temblaban al pasarlas sobre su rostro, cuando trató de aclararse el gel facial. El aroma mentolado, así como el frescor que sintió su piel combinado con la escarcha que le caía en forma de cascada, sirvió para bajar dos rayitas su estado #modomaldito que cargaba encima. En pocas palabras: estaba que se lo llevaba el mismísimo demonio. No lograba darle pies ni cabeza a lo vivido con Topacio. Definitivamente las mujeres para él eran seres irracionales, que lo único que hacían con él, era sacarlo de sus casillas, como le estaba pasaba en ese momento a Sebastián, que como un loco hablaba consigo mismo, en voz alta, como si al hacerlo, le sería de ayuda para convencerse de ello.

—Solo esto me faltaba. Otra mujer volverá mi mundo de cabeza, pero si eso es lo que quieres, así será. No me verás de nuevo Topacio y serás tú, quien lo lamentes.

En su cabeza no cabía la idea que ella, precisamente una mujer como ella, que se dedicaba a lo que hacía, le hubiese puesto en su lugar y le hiciera pagar con su propia moneda. En varias ocasiones, fue él quien hizo lo mismo con sus antiguas "amigas con derecho a roce". Así que se trataba de consolar, convenciéndose de que era Topacio, quien se lo perdía.

El agua fría estaba ayudando. Su mente se sentía adormecida y ya no sentía los dedos de sus manos. Trató de enjabonarse de nuevo y la botella de su gel de baño fue a dar al suelo, reventándose y el líquido viscoso, se esparció por todo el suelo.

—Terminaré loco por su culpa.

Trató de calentarse sus manos frotándolas entre sí sin lograrlo y una vez más, cambió la temperatura a caliente y se quedó debajo del agua, dejando que esta le golpeara directo a su cuello y a sus hombros. Apoyó una mano contra la piedra de laja negra y con la otra se quitaba el agua del rostro y vió como el resto del gel se filtraba por el desagüe y cerró los ojos, en su cabeza se dibujó la imagen del cuerpo desnudo de Topacio. Recordó cada gesto en su rostro cuando su lengua y boca estimuló las cúspides endurecidas de sus senos, al aprisionarlos con ellos y, nada se comparó al temblor que provocó en sus piernas cuando sus dedos invadieron su centro húmedo y el calor en su interior, cada vez que deseaba alcanzar más profundidad. Aquello había ocasionado que las paredes de su útero, se contrajera en varias ocasiones aprisionándolo. Había disfrutado tanto ser el responsable de los orgasmos previo a hundirse en ella.

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