Prólogo

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Po observó el bastón de jade, pulsante de Chi, con tantos Chis condensados que sabía, faltaba poco para que alcanzara la vida. Durante un momento se abstuvo de concederle el último que le hacía falta para lograr su despertar, pero... Negó con la cabeza, pasándose una pata por el pecho, donde tenía en su pelaje, como una mancha o un lunar, el contorno de las almohadillas de una pata.

Kai lo derrotó, le arrebató el Chi que hubiera sido su carta de triunfo y lo dejó en el Mundo Espiritual por... los dioses sabían cuántos años. Debía volver y derrotarlo. Pero tenía miedo, años en el Mundo Espiritual lo habían mantenido en un estado de adormecimiento a nivel mental, porque la angustia por querer salir o saber si iba a morir por falta de comida había tomado la batuta conforme a los verdaderos problemas, como la masacre que de seguro sufrió su aldeas de pandas.

Trago grueso, sintiendo un dolor lacerante en el pecho.

Tigresa.

No sabía si ella estaba o no viva.

Por todos los dioses, esperaba que sí.

Necesitaba que así fuera.

No sabía qué sería de sí si no lo estuviese.

Inspiró profundo, concentrando uno de los muchos Chi que había recolectado conforme estuvo en el Mundo Espiritual, de distintas clases de... seres vivos. Con una simple orden, susurró las palabras para traspasarlo a su bastón de jade, que, cuando lo recibió, empezó a brillar de un dorado tan vivo que cegaba. Lo colocó en una vaina plateada que mitigaría sus efectos y no lo mataría cuando lo empuñase.

Se colgó el bastón a la espalda y sacó con cuidado una daga de jade que encontró hacía meses en el Mundo Espiritual, hacia el oeste, donde todo se conectaba. Sonrió, aquel viaje fue demasiado surreal, su otro yo era demasiado estirado.

—Corta y abre un portal —susurró hacia la daga.

Acto seguido, gran cantidad de los Chi acumulados que poseía salieron de sí mismo, fluctuaron en el aire y entraron en la hoja. Su entendimiento del Chi ya llegaba a los niveles de Kai, y comprendía por fin por qué él recolectaba tantos Chis. Por poder, claro, pero más que todo por necesidad y adicción. El Chi como se lo había mostrado Shifu era sólo el inicio, el primer paso, para la verdadera forma de uso.

Alzó la mano y trazó en el Mundo Espiritual un corte en el aire, que deformó el Mundo, abriendo un pliegue de energía tan condensada que dejaba en tablas a la Llave Dactilar Wuxi. Pudo atisbar el Mundo Mental, pero su objetivo era el Físico: el Mundo Mortal. Cuando su alma encontró un punto de apoyo, el portal se abrió como una cortina, dejando ver las afueras de la Aldea de los Pandas y Po supo que muchas cosas malas habían ocurrido.

Inspiró profundo y pasó una pata a través; el aire gélido de las montañas le sentó reconfortante.

—Tu Chi al mío —dijo, recuperando los Chis que había usado para despertar a daga, después a arrojó al suelo. O bueno, a la roca flotante.

Armándose de valor, empezó a cruzar el portal, decidido en destruir a Kai, o al menos devolverlo al Mundo Espiritual, donde debía estar. Pensó de nuevo en Tigresa y una sonrisa afloró en sus labios, sonrisa que se disipó a escuchar una voz atona en su mente.

«¿Nos vamos, Po? —Sonaba un poco adormilada, aunque con un bastón con consciencia, era difícil decirlo—. ¿Vamos a eliminar la maldad?».

Po no respondió. Atravesó el portal y, luego de la consecuente sensación de mareo, llegó al mundo mortal con un estallido de Chi. El suelo frío y suave por la nieve bajo sus pies le resultó, después de años de la dureza de las rocas del Mundo Espiritual, extraño.

«Sí, ya lo creo —dijo el bastón—. Vamos a matar mucha maldad».

Po empezó a arrepentirse de haberle dado vida a aquel bastón.

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