Capítulo LIII

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Jaime no se movió y retuvo el aliento, esperando ver los ojos de Laura. Pero estos no se abrieron. Aún así, siguió bajo el hechizo de su mano.

-Jaime – murmuró en el mismo tono de voz.

-¿Qué Jaime? – volvió a murmurar, desconcertada.

-Tu novio... ¿No me recuerdas? – dijo incrédulo.

-Posiblemente, si se me quita el dolor de cabeza... - contuvo sus palabras antes de continuar - tienes barba.

-Si... no he tenido tiempo de rasurarme...

-Me gusta...

-¿Te sientes bien?

-Muy cansada... ¿Dónde estoy? – seguía murmurando, sin abrir los ojos. Jaime se extrañó que no los quisiera abrir, por lo que estiró su mano para poder llamar a la enfermera.

-En la clínica... has estado en coma...

-¿Coma? – frunció el ceño. - ¿Dormida?

-Si... dormida.

-¿Y cuanto tiempo? – no alcanzó a obtener respuesta, pues en aquel momento entró la enfermera junto a los médicos quienes hicieron salir a Jaime para poder examinarla.


Casi media hora después, la doctora lo encontró en la sala de espera, dormitando.

-Jaime... - se sentó junto a él, mientras se despabilaba.

-¿Cómo está?

-Mejor, claramente. Despertó, aunque no del todo. Sigue cansada y sus ojos se niegan a abrir. Dice que el cansancio no la deja ver. Es una de las secuelas que irán pasando a medida que despierte del todo.

-¿Recuerda algo?

-Sabe cómo se llama... pero, como te digo, aún no despierta del todo, por lo que no quiere pensar más allá de que hay un hombre que duerme apoyada en su estómago y dice ser su novio. – dijo la doctora, sonriendo.

-No se acuerda de mí. – dijo sorprendido.

-No te preocupes. A medida que recupere la conciencia, su mente se despejará. Puede que tenga lagunas los primeros días. Pero es importante que mantenga la calma, para que podamos controlarle la presión. De acuerdo a ello, podremos comenzar con su tratamiento.

-¿Puedo verla?

-Claro que sí. Está esperándote. Pero no te sorprendas si la encuentras dormida. Estará así varios días. Tú solo preocúpate de estar con ella, de esa forma ella estará tranquila.

-Gracias, doctora.

La doctora lo dejó solo, y él se encaminó al cuarto.

Al entrar, la encontró en la misma posición de siempre.

Durmiendo.

Él volvió a su sofá, mientras sacaba su teléfono para enviarle un mensaje a su mamá.

Despertó. No del todo, pero al menos cruzó un par de palabras conmigo.

Al minuto, recibió la respuesta de su madre:

¡Gracias a dios!

Dale nuestros saludos.

Dile que los niños la extrañan y la quieren.


-Jaime... - Laura estiró la mano, buscándolo.

Jaime, rápidamente, le tomó la mano.

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