Inmarcesible

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"Dícese de aquello que no puede marchitarse."


La azotea mucho más empinada que la última vez que la pisó,  junto con las gotas de lluvia resbalando entre las losas que forman el tejado de la casa hacen que los pies de Rousse caminen con dificultad hasta poder alcanzar su objetivo, el bordillo de cemento que separa el suelo del precipicio donde aún puede escuchar los gritos agónicos de Marina y Tatiana. 

No se le hace difícil recordar el día en el que mató con sus propias manos a esas pequeñas. También era una noche donde el diluvio caía a borbotones y el frío calaba en lo más hondo complicándole la tarea de pensar con claridad, al igual que en ese preciso momento.

Nota como el vestido de lino blanco se le pega al cuerpo y observa la cinta de seda que ciñe su cintura, volar veloz gracias a la fuerza del viento.

Con algo de esfuerzo sube el pie derecho hasta tocar el cemento de la orilla. Cierra los ojos con fuerza hasta notar por completo como la planta de su pie descalzo pisa con firmeza, es ahí cuando con un movimiento de cadera consigue subir el otro para elevar por completo su cuerpo unos cuantos centímetros.

Y sonríe, por primera vez en una década sonríe de verdad.

Ante ella una imagen que nunca antes había tenido la oportunidad de ver con sus propios ojos. Logra divisar la ciudad de Barcelona gracias a la infinidad de pequeñas lucecitas que se observan muy a lo lejos. Y Rousse no puede ser mas feliz con la libertad a punto de ser tocada con los dedos de sus manos.

Ríe con fuerza al lograr ponerse de puntillas y danzar una y otra vez a lo largo del abismo que separa la vida de la muerte, sin hacer ni un solo movimiento inestable.

Su precioso vestido la acompaña en ese baile improvisado, del mismo modo que sus cabellos cobrizos, que brillan más que nunca, se mueven a su libre albedrio. Por una vez no se encuentran encarcelados en un trenza tensa, que sin ser consciente era la peor de sus torturas.

Se imagina en su mente una de las melodías que solía practicar antes de la hora del té, para poder acompasar el ritmo de su cuerpo con las notas que resuenan una y otra vez en su cabeza. Hasta que un rugido grave la descoloca haciendo que sus piernas fallen logrando que casi pierda el equilibrio.

-¡Rousse no te muevas! - ordena con voz firme - Iré a buscarte, pero por lo que más quieras no te muevas de ahí.

-Aléjate o te juro por lo que mas quieras que me lanzo al vacío – amenaza ella con rabia por haber tenido que terminar el único momento de libertad que ha tenido en treinta años – Siempre tienes que fastidiarlo todo, Tinet.

-¿De que hablas? – pregunta mirándola con ojos de pena.

-Por tu culpa llevo toda mi vida viviendo a medias, respirando a escondidas y llorando por dentro cada una de las noches que he vivido desde que pisamos tierra española. Me has limitado a ser una marioneta que no tiene poder ni derecho a actuar por si sola.

-No seas injusta, sabes perfectamente que tanto tú como los demás estaríamos en peligro si nadie te controlaba – grita señalando todo a su alrededor – Todo esto lo hice por ti, si yo no te hubiera mantenido escondida ahora mismo estarías pudriéndote en una cárcel putrefacta, o lo que es peor, en un psiquiátrico de máxima seguridad, donde hermanita mía te aseguro que nadie dejaría que te escaparas.

-No me diste la oportunidad de elegir – concluye ella dándose la vuelta y volviendo a alzar los pies unos milímetros del suelo para seguir con una danza mucho mas imperfecta que la de hace unos segundos- ¿Qué quieres Tinet? ¿Qué te agradezca por todos estos años de esfuerzo y constancia para que nadie diera con mi paradero? – pregunta en forma de burla – Pues te estaré muy agradecida hasta mi último aliento, pero ahora desearía estar sola.

Incandescente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora