CAPITULO 21 Elena

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—Draco... —susurro. El dragón gira su negra cabeza llena de escamas para enfocarme. Luce irritado, iracundo.

Me ruge de forma aterradora. El aire despedido de sus fauces es tan fuerte que me hace irme hacia atrás por unos instantes.

En el acto, bajo mi pecho al suelo y le muestro el respeto que debo ofrecer a mi amo. El respeto que debe dar un guardián ante quien le ordena. Bajo la mirada y me quedo a sus pies, esperando por cualquier cosa que me haga cambiar de postura.

La sangre de mi hombro brota a borbotones, me siento demasiado mareada. Estoy perdiendo mucha sangre y eso me hace estar en estado somnoliento.

La luz cegadora vuelve a relampaguear ante mis ojos y ahora los pies humanos de mi esposo tocan el suelo.

—¿Elena? —su melodiosa voz se escurre entre mis oídos y toca hasta mis sentidos, aturdidos por la pelea—. ¿Qué haces? —me pregunta, yo no me atrevo a moverme más que para respirar.

No era así como me imaginaba nuestro primer encuentro después cuatro años. Esperaba poder contar con la ventaja del libro y presentarme ante él con los brazos abiertos, suponiendo que él quisiera que yo estuviese a su lado nuevamente.

—Me inclino ante mi amo... Le muestro mi respeto al rey de Goll—logro decir con un hilo de voz apenas perceptible.

—¡Levántate! —ordena y yo hago caso total a su petición, levantando la cabeza del suelo, esforzándome por no irme de bruces y quedar en ridículo. Estoy tan mareada que creo que vomitaré en cualquier momento.

Y ahí estaba, con ese majestuoso porte de rey; hombros cuadrados y firmes brazos, con esa barba que podía obsesionarme tocar. Sus ojos azules destellantes, irradiando la luz del fuego que él mismo es. Con su cabello caoba perfectamente peinado. Está tan guapo como el día en que le perdí el rastro.

Respira con dificultad, su pecho sube y baja, al hacerlo despide humo cada tanto. O está sumamente enfadado o se alegra de verme, no sé definir cuál de las dos sea la respuesta acertada. Su semblante es indescriptible, no me ayuda a corroborar qué sentimientos le rodean el pensamiento en este momento.

Me pongo de pie y aún así él tiene que ver hacia abajo para mirarme fijamente, pero ahora lo tengo tan cerca del rostro que su humo toca mi boca y yo me siento temblar, deseosa de tenerlo nuevamente entre mis brazos.

Ya había olvidado lo que sentía al estar cerca de él; la sensación de que mis rodillas se irán hacia delante, como ese espasmo de calosfríos que recorre mi cuerpo hasta hacer a mi piel erizar por completo, como ese bombeo constante que mi corazón da al sentir al suyo cerca.

Era él, mi esposo, el amor de mi vida, el hombre que en más de una ocasión me había salvado, incluso lo hizo de mí misma, aferrándose a mí hasta el punto de hacer que mi corazón sintiera ganas de volver a existir, de volver a amar.

Sus ojos recorren cada parte de mi rostro, se detiene en secciones y me analiza detenidamente. Su boca está ligeramente abierta y al exhalar vuelve a arrojar humo a mi rostro. Alza la mano y toca mi mejilla con suavidad, casi roza con sus dedos. Por inercia cierro los ojos, empapándome de esa deliciosa caricia sobre la piel de mi rostro.

Su mano tiembla ligeramente y al encararlo, me observa como si fuese la cosa más hermosa que haya visto en su vida. Sus ojos se vuelven acuosos, rojizos, y por un momento creo que va a abrazarme, que abrirá sus brazos y me estrechara contra él, pero estaba muy equivocada, ya que su semblante se torna turbio. Su rostro lleno de ilusión se vuelve uno de dolor, uno de furia.

De golpe se aleja algunos pasos de mí y veo las aletas de su nariz contraerse al respirar.

»¿Qué haces aquí, Elena? —pregunta con los dientes apretados y los puños cerrados a sus costados.

DRÁGONO. El rey dragón © ¡YA A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora