Prólogo

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Aitana

No fui consciente del frío que arreciaba en las calles desconocidas de Galicia hasta que lo sentí golpear mi cara sin piedad. Acomodé la bufanda sobre mi cuello y sujeté la maleta con fuerza, aferrándome a ella.

- Tú puedes, Aitana. – susurré para mi misma, intentando en vano instaurar una llama de seguridad y confianza dentro de mí.

Miré a mi alrededor repetidamente, tratando de recordar algunas de las indicaciones que uno de mis compañeros de residencia, Roi, me había proporcionado unos días antes. Había sonado muy fácil cuando su alegre voz me lo había explicado, pero ahora, sola ante la oscuridad de la noche, no conseguía recordar nada.

Suspiré agotada y un escalofrío recorrió mi cuerpo. La oscuridad no hacía más que recordarme aquel momento fatídico en el que mis padres me habían cerrado la puerta de mi casa, haciendo hincapié en que ya nunca más sería mi hogar.

Intenté disipar las lágrimas que amenazaban con escapar de mis ojos; una de ellas, rebelde, recorrió mi mejilla en una especie de caricia. Respirando hondo y ahuyentando mis propios pensamientos, saqué el teléfono del bolsillo del abrigo y sin pensarlo dos veces, marqué el número de Roi.

- ¡Aitana! – tras dos toques, su voz inundó mis oídos y sentí el alivio fluir en mi interior. - ¿Dónde estás?

- Ojalá lo supiera. – suspiré. – Acabo de salir del aeropuerto y sinceramente, no tengo ni idea de cómo llegar a la residencia.

- Tú tranquila. – Roi rio desde la otra línea del teléfono. – Espera un segundo.

Lo escuché llamar a alguien para más tarde susurrar, provocando que mi incertidumbre creciera aún más. Sentí una gota de lluvia aterrizar en mi cara, y reí amargamente. Perdida en Galicia y sin paraguas. No me podía imaginar una bienvenida mejor.

- Ya estoy. – las gotas caían a raudales sobre mí y todos los locales estaban cerrados a esas horas, imposibilitando cualquier vía de refugio. - ¿Eso que escucho es lluvia?

- Un poco, sí. – reí, intentando quitarle importancia al asunto.

- ¡Bienvenida a Galicia! – sus carcajadas casi consiguieron arrancarme una sonrisa verdadera por primera vez en mucho tiempo; casi. – No te preocupes, el bueno de Roi ya ha conseguido una solución. Cepeda va de camino a recogerte en coche y no tarda más de diez minutos.

- ¿Cepeda? – la intriga y el desconcierto eran visibles en mi voz. - ¿Qué tipo de nombre es ese?

A Roi todo parecía hacerle gracia y entre carcajadas, me contó que era otro compañero de residencia y que Cepeda era su apellido. Me prometió que era buen tío y colgó, dejándome con una sensación agridulce. Quería sacar mi cuaderno y plasmar algunas frases que, con toda seguridad, después olvidaría, perdiendo el momento de inspiración. Y con los años había aprendido que es mejor no dejarla escapar nunca.

Las luces de un coche disiparon mis pensamientos y el dueño de este bajó la ventanilla, acercándose a esta.

- ¿Aitana? – su voz era grave y ronca; transmitía seguridad y un ápice de rudeza. – Soy Cepeda, el del nombre raro.

No sonreía y el miedo creció dentro de mí. Unos meses atrás, habría bromeado con él, riéndome de la situación. Sin embargo, la Aitana de ahora era incapaz de hacer eso. Me habían hecho demasiado daño como para confiar en alguien.

- ¡Que era broma, chiquilla! – empujó la puerta con una mano, mientras con la otra subía la calefacción. – Entra al coche, vas a coger una neumonía.

Vuela || AitedaWhere stories live. Discover now