1. Resiliencia

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Resiliencia

f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.

Aitana

- ¿Quieres un café?

Era el quinto intento de Ana por extraer alguna palabra de mi boca en los apenas cinco minutos que llevaba sentada en el cómodo sofá que presidía el salón común.

- ¿Prefieres un refresco? – la canaria sonrió mientras entrelazaba sus manos, repetidamente, en un claro gesto de nerviosismo. - ¿Una cerveza?

- Creo que no quiere nada, Ana. – Cepeda le sonrió débilmente, posando una de sus manos en la pierna de la susodicha.

- Los demás están a punto de llegar, ¿sabes? – Ana se levantó, acercándose a la puerta. – Queríamos celebrar tu llegada y hemos pedido pizzas. Han ido a recogerlas.

¿Celebrar mi llegada? No entendía que había que celebrar. No creía que fuera motivo de festividad ni de alegría el camino recorrido hasta allí ni el motivo real que me había arrastrado a la Academia Cristal.

- No tengo hambre. – susurré, recolocando mi flequillo.

Me sentía pequeña delante de Ana. Apenas la conocía y ya podía percatarme de la luz que irradiaba. Algo parecido a la envidia se instaló en la boca del estómago, provocando un amargor que se extendió hasta la punta de mi lengua.

- ¡Miren, ya llegan! – la emoción hacía eco en su voz mientras se escuchaba un tintineo de llaves en la puerta.

Una mezcla de voces y risas reverberaron en el salón, haciéndome sentir aún más miserable. Si pudiera haber pedido un solo deseo, hubiera querido desaparecer de esa escena; huir hacia la seguridad de mi cama, escondiéndome entre las sábanas.

- ¡Aitana! – los brazos de Roi rodearon mi cuerpo con fuerza pillándome por sorpresa, sin saber cómo responder ante tan desconocido gesto para mí.

- Eh, deja algo para el resto. – una chica con una característica melena rizada se quejó entre risas. – Soy Miriam.

Otro abrazo más. Y otro, esta vez de una tal Amaia, que se tropezó con sus propios pies antes de llegar hasta a mí. Y otro más de un chico algo tímido llamado Alfred.

- No la agobiéis, pesados. – Cepeda se acercó hasta el improvisado círculo que se había formado a mi alrededor. – Si quieres te enseño tu habitación, Aitana.

Asentí en silencio conectando mis ojos con los de Cepeda, agradeciéndole su ayuda. Dejamos a los demás dubitativos, inquietos con las manos llenas de cajas de pizzas y la sorpresa reflejada en sus rostros.

De repente, en medio del pasillo, las manos de Cepeda agarraron mi cintura, provocando un estremecimiento dentro de mí y cortando cualquier posibilidad de paso. Podía sentir su aliento cálido chocar con mi rostro gracias a la cercanía de nuestros cuerpos.

- ¿Qué haces? – me intenté apartar, empujándolo, pero sus manos seguían férreas en la misma posición, sin intención de moverse.

- ¿Qué coño te ha pasado para que tus ojos reflejen tanta tristeza? – susurró, acercándose a estos.

Aprovechando su ensimismamiento y reuniendo toda la fuerza posible, empujé su pecho y conseguí apartarlo unos metros de mí.

- ¿Y a ti qué coño te pasa, Cepeda? – escupí su nombre, haciendo una mueca de repugnancia y asegurándome que él la viera.

- Me importa que trates mal a mi única familia. – señaló con su cabeza el salón, desde donde provenían pequeños gritos y conversaciones alegres a doquier. – Lo único que quieren es que estés cómoda y debes de entender que no queremos a nadie que rompa nuestra unión. Para algunos de nosotros somos lo único que tenemos en el mundo, ¿sabes?

Vuela || AitedaWhere stories live. Discover now