CAPITULO DIECIOCHO. AVERIGUALO.

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Cole

No debería, pero siento gran emoción cuando me encierro en mi habitación a comer los panquecillos.

Son mis favoritos.

Nunca nadie me dio un regalo tan... auténtico, que incluso me siento incómodo. No lo merezco, no de ella después de lo patan que he sido.

Sin embargo, hoy no puedo evitar sentirme un poco humano y emocionarme al recibirlo.

Sostengo con una gran sonrisa el panquecillo, para después darle una gran mordida.

Gretel

Mika se alegra de que haya tomado la decisión de tomar otro look. Dice que me veo más fresca y glamorosa.

—Como chica de telenovela—dice.

Yo solo me limito a reír mientras trapeo.

—¿Puedes ir a hacer el mercado, Mika?—Ella asiente entusiasmada, yo lo digo a propósito, pues sé que últimamente ella y Jared —el chófer— traen ciertas ondas románticas de adolescentes.

No me deja decirle nada más porque sale volando.

Yo continúo trapeando el piso con cansancio y en eso escucho unos tacones de aguja inundar el gran salón.

No la observo, sé que es la bruja.

—¡Ay, por Dios!—Chilla, yo solo muerdo mi lengua para no hablar—¡Joder! ¡Hey! ¡Tú, criada!

Me obligo a levantar la cabeza y mirarla con la mandíbula apretada, ella luce aires de superioridad. Lleva un largo abrigo de leopardo y un vestido negro. Se ve bellísima, aunque odie admitirlo.
Sin embargo, sus ojos derrochan burla y la hacen lucir como un tornado a punto de destrozarme.

—Entiendo perfectamente que estás de luto, ¡pero por el amor de Dios, criada! Yo te pago un sueldo, que te mantiene, a ti y a tu padre, no lo olvides, y tú única obligación aquí es hacer las cosas bien, así que ten un poquito de—pone el dedo en su barbilla, buscando la palabra ideal— ganas y haz las cosas bien, por tu mami, estoy segura de que ella también fue una gata cualquiera, y fue la que te enseñó a trapear ¿no es así? Así que muéstrale que no eres una buena para nada.

Me miró con tanta burla cuando menciona a mi madre y eso hizo que mi pulso se acelerara, mi sangre hirviera y únicamente tengo ganas de abofetearla, me estanco en un shock tan fuerte que lo único que me saca del trance es el sonido de un florero romperse. Ella lo tiro, a propósito y se marchó. Y yo me quedo con las palabras estancadas en la boca y los sentimientos revolucionados en mi corazón.

Sin importarme absolutamente nada, me dirijo a la habitación que comparto con Mikaela, con el corazón acelerado y la cólera recorriéndome todo el cuerpo, tomo mi maleta y lanzo la poca ropa desgastada que tengo dispuesta a marcharme, hasta que me topo con una fotografía; en ella, estamos los tres. Papá, mamá y yo, en el festival de la miel. Tenía 15. Mamá luce enferma y papá esboza una sonrisa cansada, acababa su turno de 8 horas y yo les rogué por ir. Papá, a pesar de sentirse cansado accedió.

Entonces entendí que debía poner a mi padre por encima de mis sentimientos, porque él me necesita. Necesitamos el dinero.

Sin poder evitarlo dejo que las lágrimas salgan de mis ojos, me lo permito. Me siento vacía, sola, lejos, perdida...
El vacío qué hay en mi interior no podrá ser llenado nunca.  El día en que mi madre pasó a formar parte del cielo algo se rompió dentro de mi, he amado a muchas personas en mi escasa vida, pero creo que realmente nunca habrá un amor como el que le tenia a la mujer que me dio la vida y creo que no existirá comparación al dolor que hoy siento.

•••••••

El golpe del viento en mi cara hace que me sienta tranquila. Estoy sentada, recargada en el tronco de un hermoso árbol lejano a todo.

En pequeños momentos así, me pregunto por qué los dueños no se tomarán su tiempo para apreciar su hermosa casa. Es grande, tiene un jardín precioso: lleno de flores, árboles y de verde pasto.

Muerdo mi manzana mientras contemplo todo.

—¿Hoy no fuiste a tu hogar?—me sobresalto al escuchar una voz, y mi cara se pone roja al ver al señor Cole.

Debe pensar que no tengo casa o familia. O viene a burlarse, quizás.

—No quise ir, señor.

Me limito, su rostro muestra cierta... sorpresa.  Quizás le sorprende mi sequedad, pero realmente no me importa.

—¿Se podría conocer el motivo o seguimos en esta guerra?—dice, antes de sentarse a mi lado.

—Yo nunca he estado en ninguna guerra. Y decidí no ir para poder mandarle más dinero a mi padre.

Él asiente.

—¿Y él cómo está?

Su pregunta me desconcierta, ¿realmente quiere saberlo?

—Supongo que lo sobrelleva...

—Es una pregunta estupida, lo lamento. No, no creo que lo sobrelleve. Les deseo fuerza, a ambos—dice y yo me ablando un poco.

—No lo es. Todos estamos mal, nunca creo que podamos estar realmente bien. Era la mujer de la vida de ambos.

Mi voz tiembla y las lágrimas amenazan con salir, maldita sensibilidad.

—Créeme, una muerte nunca se supera. Pasa el tiempo y las heridas se cierran, o al menos eso parece, pero siempre están ahí. De la nada, sangran.

—¿Experiencia o sabiduría?—me atrevo a preguntar.

—Averígualo.

Dice antes de marcharse y dejarme aún más desconcertada.

PIEL MORENA. ®️Where stories live. Discover now