Edward Eric es el chico mas deseado de la escuela Alchemist, es guapo y uno de los mejores de la escuela, sus notas son casi perfectas y siempre consigue lo que quiere, pero hasta ahora ninguna chica a logrado tener algo con el.
Un día llega Winry R...
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Narra Edward
Winry fue rápidamente hacia el armario, yo cerré las puertas apenas estuvo bien instalada. La puerta se abrió y en un milisegundo estaba haciendo lagartijas en el suelo.
—¿Qué estás haciendo?— preguntó mi madre con una cesta de ropa sucia en sus brazos.
—Me ejercito, quiero mantenerme en forma, ya sabes— dije sudando como nunca.
Estoy acostumbrado a hacer ejercicio pesado, pero si hay algo que me hace sudar más que eso, es que mi madre me descubra con mi novia en mi habitación, de la cual aún ni siquiera sabe.
—Nunca te había visto sudar tanto— dijo sorprendida, tomando la ropa sucia del canasto al lado del armario.
¡Está muy cerca, está muy cerca! Por favor fuerzas divinas, si existen, no dejen que abra esas puertas.
Seguí haciendo lagartijas cada vez más rápido, suplicando en mi interior.
—¿Te aseguraste de separar bien la ropa? Siempre dejas tus calcetines ahí dentro— dijo señalando el armario con cansancio.
Diablos, es cierto... ahí dentro hay un par prendas que llevan meses sin lavar, quién sabe qué cosas hay en ese lugar.
—Está vez tuve cuidado de separar todo muy bien— dije poniéndome de pie después de 100 lagartijas.
—¿Estás seguro?— dirigió su mano a la manilla.
¡Mierda, mierda, mierda!
—Estoy muy seguro— me puse en medio— por cierto mamá, feliz cumpleaños— sonreí lo más natural posible.
—Oh, ¿era hoy?— río sorprendida.
Esto de olvidar es de familia al parecer.
—Claro, ¿como puedes olvidar tu propio cumpleaños? anoche compré tus dulces y café favorito para el desayuno, Al debe estar esperándonos con todo listo.
Soltó la cesta de ropa y saltó sobre mi, dándome un gran abrazo. Se lo devolví con afecto, después de todo hoy era su día.
—¡Tengo los hijos más buenos del mundo!— beso mis mejillas— vamos, ya quiero comer esos pastelillos— sonrió contenta.
—Si, voy detrás de ti.
La vi irse saltando de felicidad. A veces puede ser muy infantil, pero realmente la quiero.
—Ya puedes salir, Win— dije recogiendo el desastre que mi madre dejó.
Ambas puertas se abrieron de par en par, dejándola caer al suelo.
—Maldición, Ed, ¿cómo puede un armario oler así de mal?— dijo pálida con una mano en la boca.
—¿Estas bien?— me apresuré a ir a su lado. —Creo que no— dijo vomitando todo en el basurero al lado de mi escritorio.
