Capítulo 6

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—Hace un día precioso afuera —Mamá acaricia mi cabeza con suavidad—, ¿Por qué no salimos a dar una vuelta?

Niego con la cabeza, no quiero salir a ningún lado. Solo quiero estar echada en mi cama.

—Estoy cansada —murmuro—, déjame dormir, por favor.

Escondo mi cara bajo la sábana, se que mi mamá se preocupa por mí, pero no tengo fuerza para salir de aquí. El dolor constante en mi pecho no me deja respirar bien. Lo único que puedo hacer es dormir, cuando no duermo las imágenes me atormentan.

—Duerme mi niña —Me da un beso en la frente y sale del cuarto. Cierro mis ojos, tengo tanto sueño que de inmediato me quedo dormida.

******

Lizzy:

—¿Y bien? —Alberto me mira con una ceja alzada—, ¿Que haces aquí?

Lo miro sin saber que decir, aún estoy sorprendida que haya abierto la puerta sin darme tiempo a prepararme.

—Tengo cosas que hacer y si no tienes nada que decime, entonces me voy —dice tratando de cerrar la puerta, pero lo detengo agarrando su brazo con rapidez.

—Alberto, espera —Me remuevo incómoda—. Quiero hablar contigo.

Alberto me mira con el ceño fruncido, luego suspira y se hace a un lado para dejarme entrar.

Camino con inseguridad, barro el lugar con los ojos. Todo está tal y como lo recordaba.

—Te escucho —dice cruzándose de brazos. Su mirada sería me pone nerviosa.

<< ¡Vamos Lizzy! >>

—Yo... —Mi corazón palpita con rapidez en mi pecho—, yo solo...

Las palabras se quedan atoradas en mi garganta.

—Lizzy, no creo que...

—¡Lo siento! —digo atropelladamente y sin mirarlo. Después de unos segundos de silencio levanto la cabeza para mirarlo—, lo siento —repito.

—¿Lo sientes? —ríe con incredulidad—, ¿Que sientes? ¿El haberme dejado? ¿Sientes que me enamorada de ti?

—Siento haber sido una cobarde —afirmo—, lamento mucho que por mis miedos hayamos salido lastimados los dos.

El ríe y niega con la cabeza

—Alberto... —susurro.

—Es muy tarde, Lizzy —Descruza los brazos y se da la vuelta—. Ya todo paso, ya lo supere.

Al oír sus palabras mi estómago da un vuelco y mi corazón palpita con rapidez.

—Eso no es verdad —aseguro. Doy un paso hasta alcanzar su mano—, se que tanto tu cómo yo seguimos sintiendo lo mismo.

—Lizzy por favor, no seas tan vanidosa —Se gira. Me mira con fastidio.

—Sabes que lo que digo es verdad. Aún me amas.

—¡Te fuiste! —ruge—, y ahora vienes y quieres que todo esté bien. ¿Estás loca?

—Lo siento —murmuro. Siento un nudo en la garganta, pero no quiero llorar. La tristeza que veo en la expresión de Alberto me mata—, lamento haberte lastimado, fui una estúpida —mi voz sale entrecortada por evitar que se me salgan las lágrimas.

Alberto solo me mira, sin decir nada, sin moverse.

—Entiendo que ya no quieras nada conmigo, pero al menos debía pedirte disculpas. Nunca fue mi intención lastimarte. Pensé que hacia lo correcto.

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