XXVII "Raison d'etre"

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Hunter estaba sobrevolando los terrenos de La ciudad sin nombre, cubriendo todos los kilómetros hasta Vrḗst Babilonia y así poder llegar al Palacio negro con noticias de la situación en general. Las puertas negras de la terrible Wӓifenn se mantenían cerradas, y la pequeña ciudad se había vuelto un tráfico inmenso de almas en una larga fila que parecía no tener fin alguno. Las enormes alas negras de la regente de muerte movían grandes cantidades de aire helado, y anunciaba desde una buena distancia que se acercaba a su objetivo. Aguzó la vista sobre el terreno a kilómetros bajo ella, y se percató de que todo estaba quemado hasta las cenizas, polvo negro y árboles secos eran lo único que denotaba. No pudo ver más que desastre y soledad; el ejercito de Lucifer parecía propagarse como un virus corrosivo, crecía y no paraba. Estaban arrasando con todos, incluso con las preparadas legiones de la reina como si estos no fuesen más que ejércitos de papel.

La regente llego a los perímetros del palacio negro y sus alrededores, aunque se mantenía volando más alto para evitar ser vista. Se detuvo un buen rato y miro fijamente la pelea que se desataba en el puente y el palacio. La reina roja y los otros que la acompañaban parecían tener todo bajo control en dicha zona, aunque en la lejanía, por el paso del puente, se acercaban más guerreros enemigos. Su deber le dictaba que debía descender y auxiliarlos, su deber le decía que por juramento real estaba atada a defender la corona a capa y espada. Hunter suspiro y negó para sí misma antes de ponerse en marcha hacia la dirección opuesta; aquella a la que consideraba su única amiga había muerto, sus planes habían fracasado y ahora no tenía lugar a donde ir. Pronto lo sabrían y no quedaría impune, el reino se quedaría nuevamente sin guardián de la muerte. Mientras volaba no podía evitar pensar que había malgastado su tiempo, cuando pudo haberse unido al menos al bando que tenía las de ganar, y ella, ahora prófuga, no tenía compromisos con la corona. Al fin aterrizo entre unas ruinas, las del derrumbado castillo de Fonsheka; el mar negro se hallaba a pocos kilómetros, y hacía a la costa y los acantilados aún más fríos. Guardó sus alas y se subió a un trozo de roca en la pendiente de tierra. Los trozos rasgados de su atuendo volaban con la brisa, al igual que su cabello que se retorcía y se pegaba a su rostro húmedo. Estaba a punto de sentarse sobre la roca cuando algo tocó las murallas de su mente, era la presencia telequinetica de alguien más; permitió la comunicación y se quedó mirando a la nada.
—Hunter —dijo la voz femenina, sabía quién era —. No sé dónde estés ahora, pero tengo un plan.

—Yo ya no tengo planes, si me atrapan me mataran como a los demás.

—Dime donde están los demás —su voz era firme, se escuchaba como si estuviese ahí de pie a su lado, pero en realidad se hallaba a kilómetros de distancia.

Hunter hizo una mueca —. En los alrededores del palacio. Haz lo que vayas a hacer y desaparece. Esta es la última vez que hablemos.

La conexión se rompió de súbito, sin más palabras, y todo quedo en silencio...excepto quizá, por el ruido del tormentoso mar, la brisa helada y las pequeñas piedritas crujiendo bajo los pies de alguien más. Hunter no se movió de su lugar, se quedó mirando hacia el horizonte gris como si esperara ver el sol por primera vez. Entrecerró los ojos y trago saliva.
—Siempre es un placer ver la muerte...pero aquí arriba, me siento más viva que nunca —sonrió como no lo había hecho en muchos años.

Nadie más lo supo, toda la calma y caos de aquel lugar; las enredaderas secas, las rocas derribadas y la tierra húmeda. Solo los cuervos silenciosos se quedaron observando como la enorme espada rebanaba de tajo el cuello de la regente, y su cabeza caía al enorme vacío al igual que su cuerpo. Quizá cayó con esa misma sonrisa, o quizá dejó de sonreír, nadie lo sabría nunca. El alto soldado de espalda ancha y uniforme rojo retrocedió; el emblema con una torre de ajedrez en su pecho se manchó de sangre espesa. Tower guardó la espada y materializo una mariposa entre sus dedos, entonces susurro algo en voz baja y esta partió hacia el palacio.

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