XXVIII "Mariposas del Infierno"

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Enseguida, fue como si el infierno entero se hubiese quedado en silencio. No se oía más que la respiración de aquellos que estaban a su lado. El cielo, la guerra, la lluvia, el aire...todo estaba en silencio; pensó que volvía a enloquecer o que sus oídos se habían quedado sordos durante ese instante, pero no. Era más o menos lo que suponía estar a mitad de un trance o un estado de shock cuando se vive una fuerte experiencia interna o externa. Aún tenía la mano levantada a la altura de su rostro, ligeramente cerrada, pero con el índice levantado para que la bella mariposa dorada pudiese posarse sin problema. De pronto, esta movió las alas con cuidado y se hizo humo rápidamente ante sus ojos. Red se quedó sin aliento; su ceño se arrugó y sus labios se entreabrieron, resecos y temblorosos. Samael que había estado observándola desde que la pequeña criatura alada se posó en su mano, se volvió finalmente hacia el frente donde tenía vista plena del puente desolado. No sabía lo que estaba sucediendo, pero le invadió una sensación extraña, como si un frio aterrador le calara los huesos por completo. Se agacho y extendió la mano sobre la tierra, tanteándola con curiosidad, hasta que se levantó y miro a Ananel.
—Algo ha sucedido. La tierra emite vibraciones extrañas —. Estaba muy serio —. Algo anda mal.

—Lo siento también —le tocó el hombro a Red, esperando llamar su atención —. ¿Qué sucede?

Ella lo miró, con lágrimas en los ojos, y bajo esa faz dolorosa, un atisbo de odio y miedo —Kyel, ha asesinado a Kyel... —sentía que perdía la coherencia al expresarse, y cada vez sentía que se ahogaba más —. Era mi mejor amigo...

No tuvieron el tiempo suficiente de asimilar lo que sucedía, o de pensar soluciones, o de pensar en defensas, porque enseguida pudo vislumbrarse desde el otro extremo del puente una serie de afiladas lanzas negras, venían aquellos soldados que las llevaban con suma firmeza. Nuevamente se veían en apretada situación de ataque, solo que esta vez ya no podrían huir como cobardes; allá donde fueran, serian encontrados por los enemigos o incluso por el mismo Lucifer, y morirían de igual forma. Ningún territorio o plan les funcionaria a esa altura. Los tres retrocedieron, miraron a su alrededor y evaluaron con cuidado la cantidad de soldados a su disposición, eran una nimiedad.

Los cascos de un caballo rezumbaron desde su flanco izquierdo. Algo había logrado burlar las pocas barreras que quedaban. No tenían más que los protegiera de esa cruel intemperie. Red desvió la mirada de los soldados hacia el ruido intruso y retrocedió aún más, maldiciendo en voz alta. El príncipe volvió a aparecer ante ella como el demonio de muerte que era, llevando su espada con excesiva gracia. Bajó del caballo y se quedó de pie en su lugar, solo observándola. Esta vez no estaba del todo solo, más soldados le seguían, ahora era una batalla cien a uno.
—Nos llegó la hora. De verdad no quería meterme en esta mierda de guerra —rezongó Samael.

"Todos tenemos que hacer un sacrificio"

"Todos tenemos algo que perder, incluso nuestra cordura"


Se vio a si misma sentada sobre la arena blanca, jugando con esta y haciendo castillos que compactaba hábilmente con agua. Era una niña, y sonreía, sonreía de una forma tan extraña, cálida y palpable, casi podía sentir toda la felicidad de ese momento. Se preguntó si era real lo que veía, puesto que no recordaba algún momento así de simple y feliz en su vida. Su cabello negro le caía por los hombros y notó miraba a alguien más, no podía distinguir de quien se trataba, pero sentía amor y comprensión al verle. De pronto imaginó que Meghan estaba ahí armando castillos de arena con ella, pero no era así, en ese entonces ni siquiera sabía de su existencia. Se desvaneció.

Luego estaba en un gran salón con muebles, libros, lámparas hermosas y otra gran cantidad de cosas que no alcanzaba a describir con precisión. Estaba sentada de nuevo, pero esta vez sobre una silla azul marino y madera blanca. Ella miraba con curiosidad a la persona delante de ella, quien estaba de pie sosteniendo un libro entre sus manos, claro que no recordaba muy bien el título. Supo al instante que era una memoria real, porque la sentía y la recordaba tal como la veía en ese momento. Sonreía de nuevo, pero era una sonrisa curiosa la que mostraba, y se percató de que la otra figura era Mephisto. Llevaba una especie de traje victoriano vinotinto sin chaqueta y comenzaba a caminar despacio de un lado a otro, mientras leía una vieja historia en otro idioma, le pareció que era alemán. Entonces se detuvo y la miro, esperando alguna respuesta de su parte, a lo que Red respondió con un movimiento de cabeza y una expresión divertida "No he entendido tanto como piensas, soy pésima con los idiomas"

Queens of HellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora