CAPÍTULO CINCO

30 2 0
                                    

Isabelle cerró los ojos, aspiró el salitre del aire caribeño y sintió que todas sus tensiones se fundían bajo la calidez del sol tropical. Eso era justo lo que necesitaba, pensó mientras el zumbido profundo del motor del ferry la adormecía sumiéndola en un estado de ensoñación. Una semana entera de sol, arena y cócteles con sombrillitas. Y lo que era más importante, una aventura ardiente y sin compromisos para ponerle la frutilla al pastel.

Una voluta de anticipación comenzó a florecer en su vientre. Habían pasado diez días desde que había despertado sola en la habitación de Damon y en menos de diez minutos lo volvería a ver.

Suspiró de placer cuando la brisa ligera le acarició la piel de los hombros, que el vaporoso top blanco sin espalda ni mangas dejaba al descubierto. Formaba parte de las muchas compras en las que había insistido Clary mientras preparaban el viaje al complejo turístico de Cayo Holley.

Izzy se acomodó en el suave banco tapizado del ferry y no pudo evitar dejarse impresionar por el servicio del hotel hasta el momento. A ella y a varios pasajeros más los había recibido un monovolumen en el aeropuerto Charlotte Amalie de St. Thomas y se los había llevado con toda comodidad, aire acondicionado incluido, al ferry privado del complejo vacacional. Una vez a bordo les habían servido un delicioso ponche de ron, un cóctel de ananá y un delicioso surtido de fruta fresca tropical mientras aguardaban la llegada de otros huéspedes.

Si la bienvenida daba una idea del servicio que iba a recibir, Isabelle comenzó a comprender por qué Cayo Holley estaba adquiriendo tan deprisa la reputación de ser uno de los lugares favoritos de los jóvenes y ricos para descansar, recuperarse y divertirse. No pudo evitar admirar a Damon por haber hecho realidad su sueño. Recordaba con claridad sus días de universidad, cuando él le había hablado de fundar su propio complejo turístico, lejos de la sombra de D&D. Damon había cumplido su sueño de sobra.

—No es más que un club sórdido para gente a la que le gusta la fiesta —habían gruñido Stefan y su padre cuando a Cayo Holley lo habían descrito como «un lujo hedonista de primer orden» en la revista Viajes y Ocio—. Apuesto a que no hay más que orgías y gente corriendo desnuda por ahí. Es una vergüenza para D&D que Damon se haya implicado en algo así.

Isabelle jamás se había molestado en puntualizar que Cayo Holley no tenía nada en absoluto que ver con D&D, que Damon había levantado el complejo de la nada y que se había buscado sus propios inversores. Que ella supiese, su amigo no había cogido ni un centavo de su considerable fondo fiduciario.

Pero Isabelle sabía que no tenía sentido discutir. Robert Lightwood, Stefan Salvatore y Giuseppe Salvatore, todos sufrían de un caso grave del síndrome de «Si no se inventó aquí». Si no se les había ocurrido a ellos primero, era que no merecía la pena molestarse.

Los nervios y la anticipación le hacían bullir la sangre. Viajar hasta allí le había parecido una idea estupenda cuando Clary se lo había sugerido dos días antes.

—Necesitas salir de aquí —le había dicho Clary mientras examinaba los montones de regalos de boda que salpicaban el apartamento de Isabelle una semana después del desastre de su boda.

—Ojalá —gimió Isabelle pasándose los dedos por el pelo—. Pero tengo que devolver todos los regalos y escribirles notas de disculpa a todos los invitados. —La joven sondeó lo que por lo general era un saloncito impoluto.

—¿Tarjetas de disculpa? ¿Qué se supone que tienes que decir, «disculpen que el novio se dedicara a revolcarse a otra en el cuarto de las escobas»? ¿Esto no debería estar haciéndolo Stefan? 

—No lo sé. Pero mamá insistió —dijo Isabelle—. Y últimamente está la pobre hecha un desastre, no podía discutir con ella.

—¿Qué le ha pasado a la nueva Izzy? ¿La Izzy que no deja que la mandoneen así como así? —preguntó Clary mientras se acomodaba en la silla de madera de respaldo alto, enfrente de Isabelle.

FIESTA PRIVADAWhere stories live. Discover now