CAPÍTULO SIETE

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Al día siguiente, Damon saltó de la cama a las cinco y media de la mañana. Puesto que ya llevaba dos horas despierto, lo mismo podía levantarse. Después de una carrera rápida de ocho kilómetros alrededor de la isla, se dio una ducha y se dirigió sin prisas a su despacho.

Tenía que repasar los planes para la gran boda poblada de celebridades que iba a celebrarse en el hotel diez días después. Era la primera vez que iban a albergar un evento de esas características y Damon y Enzo estaban haciendo el pino puente para intentar asegurarse de que todo iba a la perfección. Para complicar las cosas, la novia era una de las actrices mejor pagadas de Hollywood y estaba decidida a mantener la ubicación de su boda en absoluto secreto para que no se enterara la prensa. Era un desafío inmenso, incluso a pesar del compromiso de Cayo Holley con la intimidad de sus huéspedes. Enzo y su primo se veían reducidos a hablar en código con todo el personal, los proveedores y cualquiera que pudiera filtrar el evento a la prensa.

Por el lado bueno, si la boda iba bien, Cayo Holley se convertiría en el lugar más exclusivo del mundo para celebrar una boda.

Y mejor todavía, en cuanto tuviera noticias de su éxito, su padre tendría que admitir al fin que aunque Stefan fuera el heredero del reino, era Damon el que tenía de verdad lo que había que tener para gobernar un imperio.

Entretanto, pensó Damon mientras se hundía los dedos en la nuca, era una suerte que el trabajo le quitara a Isabelle de la cabeza. Se había pasado toda la noche imaginándosela entrelazada con el buceador aquel, el tal Sebastian, y aquella visión lo había vuelto loco.

Enzo ya estaba en la oficina, esperándolo.

—Gracias a Dios que estás aquí. Ya me ha llamado cinco veces esta mañana para repasar el presupuesto. —Enzo miró el reloj—. Y son qué, ¿las cuatro de la mañana en la costa oeste? Esa mujer es una psicópata. Ah, y esa asistente que tiene...

Damon se sirvió una taza de café y escuchó solo a medias mientras Enzo se despachaba a gusto sobre la asistente de Jane Bowden.

—Se cree que somos unos incompetentes —bramó su primo—. Quiere que hagamos comprobaciones detalladas de los antecedentes de todo el personal, ¡hasta la última camarera del hotel!

Damon se sentó detrás del escritorio, enfrente del de Enzo.

—¿Qué quería Jane? —preguntó Damon. Enzo podía quejarse de la asistente todo lo que quisiera. En lo que a Damon se refería, era Jane la auténtica espina que los atormentaba a los dos—. ¿Vuelve a quejarse de las flores?

La novia no entendía cómo podían costar tanto las flores cuando estaban en una isla tropical. No parecía comprender que las hortensias que quería no crecían en el Caribe.

—No, esta vez es el catering —dijo Enzo—. Cree que deberíamos conseguir un precio mejor por el champán.

Damon encendió el ordenador y no tardó en encontrar en su base de datos el número del móvil de la ayudante personal de la novia.

—Yo diría que cuando a alguien le pagan un millón de dólares por episodio, no se pone a discutir por este tipo de cosas.

No era la primera vez que Damon se cuestionaba si había sido buena idea aceptar la organización de la boda de Jane Bowden. El dinero y la publicidad les iban a venir de perlas pero después de pasarse cuatro semanas negociando hasta el último centavo, no estaba muy seguro de que compensara los dolores de cabeza.

—Lo sé —dijo Enzo—. Yo pensaba que el sentido de este sitio, era que si tienes que preocuparte por el presupuesto es que no deberías estar aquí.

Damon consiguió adoptar un tono cordial cuando dejó el mensaje para la ayudante de Jane pidiéndole que lo llamara para hablar del catering.

—Si esa mujer no se tranquiliza, va a terminar con un regalito muy especial en la torta —dijo Damon.

FIESTA PRIVADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora