Capítulo 1- Un paso adelante

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La primera hora de la mañana se encontró con las largas ondas de mi pelo color chocolate volando en libertad a causa del viento que soplaba con una agresión desmedida despeinando cada uno de mis cabellos. Entrecerré mis ojos para poder ver al tren acercarse a la estación acarreando con él un ventarrón que me despeinó aún más. Sentí mis piernas agitarse. Era hora.

A mi lado me acompañaba un buen amigo: el miedo. Me abrazó sin reconfortarme al encontrarme con mi mundo empacado en quince kilos, recostado a un lado de mis pies en mi grande y estorbosa mochila esperando dar un paso para adentrarme a un futuro tan incierto que lo único que sabía era que no había vuelta atrás.  

El tren que me llevaría lejos de la vida que amaba y que conocía tan bien se acercó con un ruido ensordecedor que parecía gritar horrorizado —igualito que mi corazón—, por la impulsiva decisión que había tomado días atrás. Lágrimas nostálgicas y temerosas resbalaban por mis cachetes enfriando mi cara y uniéndose en complot al típico frío de febrero que despedía al invierno que había congelado mi corazón con sus heladas repentinas. No podía saber si tiritaba de frío, de miedo o de tristeza. Tal vez era una combinación de todas.

Mis lágrimas bajaban con tal armonía que parecía que bailaban al son del viento con su nostalgia invernal. Solté mi cuerpo del abrazo con el que mis propias manos cubrían intentando calmar —sin éxito— el frío que sentía en la piel y el corazón.

Mi mano derecha agarraba con todas sus fuerzas al acompañante que estaría conmigo por seis largos meses: Florencio, un hipopótamo rosa de peluche que Héctor me había regalado días antes para que cuidara de mí. Lo hizo con el único fin de contradecirme por haberle dicho que él tenía menos gracia que un hipopótamo rosa.

—¿Ya viste como son súper graciosos los hipopótamos rosas, Besitos? —Acercó el pequeño peluche hasta mi cara simulando tiernos besos que me cubrieron enterita —Se llama Florencio y te quiere mucho.

—¿Cómo Florencio? ¡Es rosa, debería tener nombre de niña! —Le repelé con una sonrisa que solo Héctor sabía activar.

—Ay, Besitos, ¡claro que no! —contestó en tono de obviedad como burlándose de mí por no estar al día— el color no tiene género, eso es un turco del patriarcado. El rosa es el nuevo negro, lo puede usar cualquiera y a Floren le queda súper bien, ¿a poco no se ve súper coqueto? —me preguntó para complementar su regalo con la ternura que lo caracteriza.

Dejar ir a Héctor había sido igual o más difícil que sacar a Fréderic de mi vida, y aunque no hacía mucho que lo había visto, los pocos días que había pasado sin él habían debilitado la poca alegría que aún sobrevivía muy, pero muy dentro de mí. 

Con una extrema debilidad puse la maleta sobre mis hombros para prepararme a dar el paso que me aterrorizaba. Le eché un último vistazo a ese cielo cubierto de un gris depresión que parecía llorar junto conmigo. Inhalé profundamente como quien toma fuerzas de las partículas de aire, pero al querer dar un paso hacia el frente un grito me detuvo.

—¡Alex! —escuché a mis tres incomparables amigas.

Les había pedido que no fueran a despedirme para no hacer más drama de ese momento que ya de por sí lo sentía como una avalancha de yunques candentes cayendo sobre mí. Por suerte desobedecieron mi tonta petición y esperaron al último momento para acercarse a darme un abrazo lleno de inspiración y buenos deseos. Nos abrazamos las cuatro cual futbolistas y pude ver a Lili ocultando sus lágrimas tras su camiseta. Le sonreí tiernamente al ver las huellas húmedas sobre sus hombros y le prometí que regresaría. 

—¡Marica, aún no te vas y ya tengo saudades de você! —me gritó Lili con ese tierno acento brasileño/colombiano queriendo decir que ya me extrañaba— ¡En serio marica, no posso creer que por culpa del huevón de Fréderic nos vayas a dejar! —continuó emberrinchada con la voz quebrada. 

Con tan solo escuchar ese nombre, mi fuerza se escapó por mis ojos dejando salir incontables lágrimas que bajaban con tanta prisa que parecían querer escapar de la tristeza que habitaba en mis ojos. 

—Tengo algo que decirte, churra —me confesó Dani aún abrazada a mí y con un gesto de temor en la cara—. Fréderic te está buscando. Ya me llamó tres veces. A la última le contesté, quería darme explicaciones pero no quise escucharlo. Quería verte, le dije que te habías ido de Salamanca, pero no me creyó. Ya sabes cómo es ese man, no va a parar hasta encontrarte —me dijo preocupada.

—¡Ay lo odio marica, lo o-di-o! —Gritó Caro soltándose del abrazo para reforzar su odio llevándose los puños cerca de la cara.

En realidad no daban mucho miedo enojadas, eran tan tiernas que era como si un osito cariñosito estuviera refunfuñando. La única que de verdad daba miedo al enojarse era yo. Cuando era chiquita mi hermana me decía "Alex Ka-Boom", comparándome con una caricatura de los noventas en donde una adolescente llamada Katie Ka-Boom se convertía en un monstruo con poderes sobre humanos al molestarse. Destruía toda su casa mientras casi mataba a su familia con sus arranques. Cabe recalcar que incluso un malentendido o algún comentario insignificante podían llegar a ofenderla y hacerla explotar en ira. Me es indispensable aclarar que mi hermana es una exagerada de lo peor, pero sí me sentía identificada... a veces.

Lo cierto era que en ese momento estaba tan triste que ni siquiera tenía fuerzas para estar enojada. 

No solo era que Fréderic me había roto el corazón con un miserable e-mail el día de mi cumpleaños y al día siguiente se había aparecido en la puerta de mi casa para arrancar lo que quedaba de él. Ese terrible acontecimiento me había hecho tomar la decisión de escapar de sus recuerdos y dejar mi cómoda vida a un lado. Y me había dejado un temblor en las piernas que se camuflaba con el frío que tanto odiaba sentir.

—Prométanme una cosa —les pedí muy seriamente a mis amigas— no quiero saber nada de ese pinche francés durante estos próximos seis meses. Si las fuentes de Dani son ciertas, regresando del viaje estaré renovada, curada... habrán pasado ya siete meses sin saber de él y estaré completamente rehabilitada. Pero si me cuentan cosas de él o si escucho su nombre a diario, recaeré en esta tristeza que siento que me aprieta mi corazoncito con sus manos de gigante. Si les llama no le digan dónde estoy, por favor. Por muy buena que sea su explicación, no quiero saberla. No quiero saber nada de él, ¿please? Yo sé que soy una debilucha por escapar de esta situación y no afrontarla como se debe, pero no me siento capaz. No soy tan fuerte —les dije con la voz cargada de tristeza.

—No eres débil güey, no —me contradijo Caro seriamente— tomar distancia no es debilidad, my love. El orgullo nos hace débiles. Aceptar que tienes emociones que te controlan y que pueden más que tú y darte espacio para trabajar con ellas me parece valiente y admirable. Lo estás haciendo increíble, cuando sea grande quiero ser como tú —completó sacándome una sonrisa que me hizo saborear la sal de mis lágrimas. 

Nos volvimos a abrazar solo un segundo más, pues el sonido del tren a punto de arrancar nos hizo separarnos. 

—Me saludas a Héctor cuando lo veas —me dijo Caro cerrando un ojo.

Me subí con un suspiro atragantado y me asomé por la ventanilla para ver a mis tres queridas amigas abrazadas con sus cabezas juntas despidiendo al tren que poco a poco dejaba atrás todo lo que conocía.

Dejé escapar un último suspiro de resignación y confié en haber tomado la decisión correcta. Miré al cielo como buscando a Dios entre las densas nubes grises y, para mi sorpresa, un arco iris con sus siete colores acentuados en perfección, se hacía camino entre las nubes regalándome una sonrisa cargada con toques de alegría.

Era una señal. Sin duda, había hecho lo correcto.

Seis Meses ❤ Ganadora Wattys 2015 ❤Where stories live. Discover now