Capítulo 6- Mon Amour

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Siempre he creído que esa vocecita interior que de pronto nos aconseja tiernamente, o nos grita a voces nuestras verdades, es nuestro Dios interior. Ese Pepe Grillo que vive sobre nuestro hombro y golpea su cabeza contra la pared cada vez que volvemos a ignorar sus consejos para caer de nuevo en un hoyo que nosotros mismos cavamos para luego aventarnos dentro sin paracaídas, es nuestra parte más inteligente. Esa diosa interior que suspira profundo sacando paciencia de donde no la hay cada vez que nosotros nos empiernamos con el drama en vez de escuchar su sabia y tenue voz. 

—No abras sus mails —me susurraba mi grillo al oído mientras mi mirada permanecía fija en la pantalla de la computadora de Jackie contemplando las posibilidades —te va a hacer llorar otra vez — insistía recordándome los últimos acontecimientos traumáticos de mi vida.

—Solo uno—, le contesté en mi mente al grillo cantor mientras abría el primer email de los seis que Fréderic me había mandado desde que había dejado Salamanca. 

Con tan sólo leer las primeras dos palabras, la tristeza que había echado casi a patadas de mi mundo seis minutos atrás, irrumpió por el balcón del cuarto de Jackie colándose por mis fosas nasales hasta ocupar del todo mi pecho.

Mon amour comenzaba el correo que, cual adicta al crack no pude evitar leer y releer hasta que mis lagrimales parecían estar a punto de sangrar. Esas benditas dos palabras provocaron una avalancha de emociones que cayó sobre de mí enterrándome por completo bajo la sal de mis lágrimas.

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El ayer

El río Sena acompañó nuestros pasos durante el primer atardecer a lado de mi francés en París. El olor a humedad y el aire templado nos hacían saber que aún era verano. 

La vista a la torre Eiffel con los puentes y el río a un lado cambiando de color junto con el cielo y sus colores anaranjados, me hacían más difícil creer que de verdad estaba ahí cumpliendo lo que tantas veces había soñado el último mes (aunque sin hijos corriendo a mi alrededor). Era aún más perfecto que lo que podía alcanzar mi imaginación.  

Por las calles habían puestos de vendedores ambulantes ofreciendo representaciones de los cuadros que se encuentran en los museos más famosos de París como La Mona Lisa en el Louvre y algunos otros que se exhiben en el museo d'Orsey como la Noche estrellada sobre el Ródano o el dormitorio en Arlés, dos de mis Van Gogh favoritos de todos los tiempos. 

Hablábamos de cosas relevantes e irrelevantes. Al pasear nos deteníamos a observar los recuerditos que se vendían carísimo a los turistas. Cuantos más pasos dábamos entre la gente, menos creía que realmente estaba ahí con él. Me parecía totalmente surrealista que en una de mis manos se derritiera un helado mientras que la otra se derretía en esa conexión avatariana. 

—¿Por qué me ves así? —preguntó confundido sin quitar la sonrisa de la cara.

—Porque no puedo creer que esté aquí contigo. ¿Sabes cuántas veces me imaginé esta misma escena en mi cabeza en todos esos días que me hiciste esperar por ti?

Mi comentario lo hizo sonreír como si fuera un niño planeando una travesura. Después de una pausa, me tomó de la cintura y me levantó en al aire dando vueltas como si estuviéramos en una competencia de baile.

—¿Y en tu cabeza te imaginaste esto también? —me preguntó aún sosteniéndome en el aire pero sin girar. Ni siquiera me dejó contestar. Se acercó para probar mis labios con sabor dulce de los restos de yogur con zarzamora que aún se notaba ligeramente por el helado que había devorado antes—. Yo sé que tal vez no empezamos con el pie derecho, pero pensaba que podríamos arreglar eso hoy. —Sus labios tocaron los míos suavemente. Decir que ese momento fue algo eléctrico no alcanzaría para describirlo adecuadamente. 

Seis Meses ❤ Ganadora Wattys 2015 ❤Where stories live. Discover now