Capítulo 5- De Barcelona a París

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Sobre la mesa quedaron abandonados seis makis de sushi que nadie se atrevió a comer. Yo sentía que me había comido dieciséis de más y no podía ni verlos.

—¿No te gustaron, Besitos? ¿Por qué ya no te quieres comer esos? —preguntó con la boca llena de rollitos de arroz y pescado crudo. 

—¡No inventes! ¿Es broma no? Si me atraganté como con cincuenta y seis. Neta, Besitos, es lo más rico que he probado en mi vida —dije por sexta vez en la pasada hora. Y no estaba exagerando. El sushi siempre había sido uno de mis platillos favoritos —después de los típicos mexicanos—, en mis escasas veintiséis primaveras había probado todo tipo de rollo en todo tipo de restaurante japonés, pero este que se deshacía en mi boca era por demás uno de los mejores.

—Gracias, Besitos, pero en serio no tiene mucho chiste. El truco está en saber escoger el pescado. Truco que me enseñó mi papa cuando trabajaba con él en uno de sus restaurantes. El arroz es súper fácil, las instrucciones vienen en la caja y no tiene gran ciencia.

—No, Besitos, pero esta salsita de soya te quedó... —me chupé los dedos para agregarle veracidad a mis palabras— de re-chu-pe-te. Tenía dentro unas gotas de limón y chiles serranos, toreados y picaditos... ¡buenísima!

—Tú sí que estás de rechupete, mi reina. ¿Ya te enamoraste de mí? —me preguntó mirándome a los ojos y parpadeando repetidas veces. Estiró su mano para alcanzar la mía al otro lado de la mesa.

—Ya casisito Besitos, unas seis cenas más como estas y me tendrás comiendo el sushi desde tu abdomen, remojándolo en la alberquita de salsita de soya que haré en tu ombliguito —le dije en un claro tono burlón—. El problema va a ser que estés dispuesto a estar con una hipopótama; si seguimos cenando así, mis caderas reventarán.

—Como si eso pudiera cambiar lo que siento por ti. Pero bueno, no me has dicho cuándo te vas y a dónde. Cuéntame tu plan, mi reina. ¿O ya decidiste quedarte a vivir en Barcelona? —dijo levantándose de la mesa para ocupar la silla blanca a mi lado. 

—Así plan, lo que se dice plan, no tengo aún, Besitos. A ver si me ayudas a armar uno bueno. Tengo en mente Grecia. Siempre ha sido uno de mis sueños. India, también porque Jackie no para de hablar de ella. Tal vez algunos países de Europa del este porque son muy baratos y tampoco tengo mucho dinero. Pero tú ¿cómo ves? ¿qué me recomiendas? —pregunté levantándome de la mesa. Recogí los platos vacíos y me alejé de él para evitar el cosquilleo en mi sangre que sentía cada vez que estábamos tan cerca. 

—¿Quéhacesquéhacesquéhaces? —preguntó asombrado sin dejar espacio entre las palabras—. Ni se te ocurra, Besitos, ni se te ocurra mover un dedo. 

—Sorry, pero es regla de oro, tú cocinas y yo lavo —le repelé.

—A ver, a ver, a ver, mi reina. MI casa, MIS reglas. Yo cocino y luego los dos reposamos la comida. Cuando me invites a cenar a TÚ casa, seguimos TUS reglas. Así que no me discuta y vengache pa'acá, reinita —dijo invitándome al sofá con los brazos abiertos.

Mentira total. En MI casa tampoco me había dejado mover un dedo, pero era imposible discutir con él.

—¿Por qué nunca te dejas consentir, eh? —me cuestionó según me recostaba sobre sus hombros al ver mi cara de resignación.

—Buena pregunta, ¿tal vez porque a mí también me gusta consentirte? —le dije en un tono de pregunta para dejar la respuesta al aire— pero no cambiemos el tema. ¡Ayúdame, Besitos! ¿a dónde voy?

Héctor me contó un resumen de sus múltiples viajes. No había ido muy lejos porque en la entrevista a la que fue en Barcelona le habían ofrecido un trabajo que le sonó como campanas de júbilo. Más aún cuando aceptaron esperarlo seis meses para que pudiera continuar su viaje. 

Seis Meses ❤ Ganadora Wattys 2015 ❤Kde žijí příběhy. Začni objevovat