Capítulo 10

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El diario secretísimo

     Estaba más que enfadadísima. No es que me molesta que desconfíen de mi, y tampoco es por el hecho de que mi parte sea más complicada que la suya. No, lo que me molesta es que yo haya mi parte del trato al pie de la letra y sin preguntar nada, y ellos me hubieran preguntado y dudado en cumplirlo. ¡MALDITOS BASTARDOS!

     Me fui a mi habitación, debía aprovechar el libro, y lo iba ha hacer. Desde que supe que lo tendría, le pedí un cuaderno a Hagrid de tapa dura con exactamente 247 páginas en blanco, solamente faltaba rellenarlo. 

     Apunté a mi varita al libro de Pociones de artes oscuras, pronuncié el hechizo, y dirigí el haz de luz blanca al libro en blanco. Copiado. El mejor hechizo hasta la fecha que había descubierto.

     Mañana lo devolvería. Pero por más que diera vueltas y vueltas por la cama, no podía dormir. Estaba con demasiado mal humor, necesitaba desahogarme. Así que subí las escaleras sin rumbo fijo, aún cabreada por mi situación, tan cabreada que no me fijé en que había llegado arriba del todo. ¿Y ahora qué?

     Empecé a dar vueltas de un lado hacia otro, necesitaba descargar toda mi energía o le pegaría a nadie. Oí un sonido como un desliz, algo delicado que si no hubiera estado en silencio no lo habría escuchado. 

     Giré mi cabeza, venía de la pared. 

     Una puerta que antes no se mostraba se alzaba inmensa delante de mi. Pequeña, negra y con aspecto de haber aguantado a personas golpeándose encima de ella y un pequeño cartel que ponía habitación insonorizada. Entre sin dudar. 

     Era tan grande como una habitación, con una batería en el medio y un piano a la derecha, instrumentos enganchados en las paredes, una silla y una pila de libros de música desparramados por los suelos.

     Ya sabía como relajarme. No llevaba mis baquetas, pero allí sobraban para mi. Toqué tan fuerte la batería que partí dos baquetas con la misma mano, y los ritmos eran tan rápidos que poco a poco mi corazón se calmaba.

     No me di cuenta de las horas que estuve hasta que me encontré bañando al tambor caja con mi propia sangre. Grité de frustración y me tire en el suelo cansada. Si, mucho mejor. Odiaba estar estresada.


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     Tardé varias semanas en saber que era esa extraña habitación del séptimo piso. Y tuve que hacer varios intentos para que volviera a aparecer. Se tiene que pasar tres veces delante de la pared y concentrarte en lo que necesitas: como ahora mismo que necesito un baño. Y baño conseguido. 

     No me encontraba últimamente bien. Solía levantarme demasiado tarde, no era normal. Mi cuerpo pesaba, y Nyx no mejoraba. Era extraño. Me levantaba aturdida, como si me hubiera acostado con un relajante muscular solamente una hora antes de levantarme y que aún me estuviera haciendo efecto. 

     Ahora, en vez de ser la primera en levantarme era la última y debía darme prisa si no quería llegar tarde a primera hora. No podía si quiera desayunar, y Nyx tampoco se quejaba por lo cansada que estaba.

     En ese periodo de tiempo, Hermione estuvo en la enfermería. Corrieron rumores sobre su desaparición cuando el resto del colegio regresó a Hogwarts al final de las vacaciones de Navidad, porque naturalmente todos creyeron que la habían atacado. Pero cuando la vi con cara de gato supe los efectos de la poción multijugos con pelos de animales, interesante. Eran tantos los alumnos que se daban una vuelta por la enfermería tratando de echarle la vista encima, que la señora Pomfrey quitó las cortinas de su propia cama y las puso en la de Hermione para ahorrarle la vergüenza de que la vieran con la cara peluda.

Lilianne y la Cámara de los SecretosWhere stories live. Discover now