Capítulo 12

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La Cámara de los Secretos

     Mi cuerpo me pesaba. Desde hacía demasiado tiempo que sentía como si no hubiera dormido para nada. Nyx estaba cada vez peor y no se separaba para nada de mi lado en busca de calor corporal. 

     Cada vez comíamos menos y mi mal humor empeoró de mal a peor. 

     El verano estaba a punto de llegar a los campos que rodeaban el castillo. El cielo y el lago se volvieron del mismo azul claro y en los invernaderos brotaron flores como repollos. Pero sin poder ver a Hagrid desde las ventanas del castillo, cruzando el campo a grandes zancadas con Fang detrás. 

     La noche del último ataque (donde Hermione y la prefecta fueron las víctimas) se llevaron a Hagrid a Azkaban y pidieron la dimisión de Dumbledore. Estábamos acabados.

     Ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz. Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresara tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida.

     Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente de aquella atmósfera de terror y recelo. Draco Malfoy se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual. Aún me costaba comprender por qué Malfoy se sentía tan a gusto hasta que, unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentado detrás de él en clase de Pociones, le oyó regodearse de la situación ante Crabbe y Goyle.

     -Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore -dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja-. Ya os dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional...

     Snape pasó al lado de Harry sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Hermione.

     -Señor -dijo Malfoy en voz alta-, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?

     -Venga, venga, Malfoy -dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír con sus finos labios-. El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.

     -Ya -dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad-. Espero que mi padre le vote a usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.

     Snape paseaba sonriente por la mazmorra, afortunadamente sin ver a Seamus Finnigan, que hacía como que vomitaba sobre el caldero.

     -Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya todos el equipaje -prosiguió Malfoy-. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger...

     La campana sonó en aquel momento, y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Ron había saltado del asiento para abalanzarse sobre Malfoy, aunque con el barullo de recoger libros y bolsas, su intento pasó inadvertido. Entre Harry y Dean sujetaban a Ron quien aseguraba que sin varita podía matarlo.

     Pero yo hice explotar su caldero y ahora se encontraba medio inconsciente.

     -Daos prisa, he de llevaros a Herbología -les gritó Snape, y salieron en doble hilera, con Harry, Ron y Dean en la cola, el segundo intentando todavía liberarse. Sólo lo soltaron cuando Snape se quedó en la puerta del castillo y ellos continuaron por la huerta hacia los invernaderos. A nosotros tenía que llevarnos a Defensa Contra las Artes Oscuras. 

Lilianne y la Cámara de los SecretosWhere stories live. Discover now