Prólogo.

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Jueves, 24 de Diciembre de 1998.

Pasado.


Era por la tarde en la ciudad Evotica; el sol estaba por ocultarse, y las personas estaban alborotadas en las calles; comprando regalos y comida, para la cena de navidad de medianoche. Alegres, por otro año más que disfrutar con la familia en nochebuena.

Las calles estaban repletas de personas, caminando con compras de aquí para allá, de tienda en tienda. Con el espíritu navideño en sus corazones, y entre esas alegres personas, se encontraba la mujer que había engendrado al mundo a un pequeño niño que traería la diversión y el dolor al corazón de muchas personas.

Constance Saltsman se encontraba caminando por la calle devuelta a su departamento, con un grupo de bolsas que cargaba en mano. Eran las compras que había hecho en el centro comercial para la cena de esa noche, y además, allí guardaba secretamente el regalo que le había comprado a su pequeño hijo: Patrick.

La madre estaba emocionada por la nochebuena, e incluso tan feliz, que casi había olvidado que su marido la había abandonado a ella y a su único hijo, por otra mujer en la navidad pasada. Eso, la había devastado, Constance no pudo creer que el hombre al que tanto amaba la había dejado sola con su pequeño de once años.

Pero ella ya no pensaría en eso, ahora, se concentraría en hallar la felicidad propia. Había tenido muchas decepciones en su vida, y ya no quería estar en la tragedia. Se obligaba a no hundirse en la depresión como siempre, para no tener que volver al psiquiatra por algún intento de suicidio que había planeado hacer cuando llevaba a Patrick a la escuela y se quedaba sola en casa.

No quería volver a estar triste, y quizás, por eso se sentía tan feliz ese día. Constance quería cambiar, tener un nuevo comienzo. Alejarse de su constante negatividad personal. Además, estaba emocionada, porque hoy era uno de esos días que más le gustaba celebrar.

La mujer pelirroja había ido a la peluquería también, consideró la idea de hacerse un nuevo look y arreglarse un poco. «Algo de maquillaje, y un buen vestido elegante, y pareceré la dueña de un penthouse.», pensó Constance divertidamente mientras miraba el reflejo de su delgada figura por las vitrinas de las tiendas, camino a su pequeño departamento en el centro.

Constance era una mujer bastante atractiva y encantadora, y ella no entendía porqué ningún hombre se acercaba a hablarle, o se fijaba en ella. ¿Acaso la desgracia la perseguía? Ella no había estado con ningún hombre, desde que su infiel marido la dejó por una de las prostitutas del bar.

Se sentía tan sola, que algunas noches pensaba en su vida pasada, cuando trabajó en su adolescencia como trapecista de un circo, y se enamoró por primera vez, perdidamente de su compañero de trapecio. Él había sido el único hombre que la había tratado en toda su vida como a una verdadera mujer, pero no pudieron tener nada; tristemente, cuando el circo quebró Constance no lo volvió a ver. Extrañaba su vida en el circo, pero sabía que esa etapa de ella con todo eso había muerto hace mucho tiempo.

Cuando el sol comenzó a ocultarse finalmente, y sus intensos rayos fueron escasos, Constance aceleró el paso por las calles de Evotica. No quería que la noche la agarrara afuera, y ya estaba ansiosa por llegar a su casa y preparar todo para la cena con su pequeño Patrick; a quién había dejado al cuidado de una anciana niñera.

Entonces, cuando la mujer llegó al enorme edificio en el que yacía su departamento, y entró para subir a su casa. Fue cuando notó que la fría noche ya había caído, y que pasó todo el día en la calle. Mientras, que subía por el ascensor, pensaba en sí Patrick se habría enojado con ella por haber estado todo el día afuera. Sin embargo, no le dio mucha importancia, y cuando llegó a su piso fue enseguida a entrar con sus compras en mano para comenzar con todo.

El circo de horror de Patrick Saltsman ©Where stories live. Discover now