I

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En la niebla del alba comienza a despertar la grisácea ciudad. Primero los barrenderos y pequeños comercios abren sus puertas al público más madrugador, después el pelotón de personas ocupadas que recorren las calles y se suben al transporte público en dirección a sus trabajos. Todos metidos en sus cabezas, ajenas al resto, ajenos a nosotras.

El alto señor de la gabardina mira su reloj cada cinco segundos, aterrado por llegar tarde y que le despidan. No puede permitirse perder otro trabajo más, necesita el dinero para su anciana madre que no puede ni salir de la cama. Acelera aún más su paso saltándose semáforos en rojo por llegar a tiempo, por ella.

El joven chico del periódico vocifera las noticias esperando vender los suficientes para poder pagarse una educación. Trata de venderlos a menor precio aún sabiendo lo poco que conseguirá, pudiendo no tener suficiente ni para comer. Su padre le enseñó a no darse por vencido, y ahí sigue día tras día.

La recién ascendida oficinista se recoge el pelo por el camino. En un tropiezo se le cae el maletín y se le esparcen los papeles por la acera. Un agradable hombre le ayuda y acaban yendo juntos con una sonrisa en sus caras.

Una mujer de alta edad despierta como cada mañana entre cartones. Nada ha cambiado para ella en el último año. Solo ve personas pasar sin apenas dirigirle la mirada. Y si lo hacen, es con pena. Un perro se acerca alegrándole la poca vida que le queda por delante. Echa de menos a su hijo. Le hicieron dejarle atrás cuando buscó una mejor vida para sí misma en otro país. Cada día reza por volver atrás y no separarse nunca de él.

Una vez la hora punta ha acabado me dirijo a mi lugar preferido, el Retiro. Hay algo en él que me inspira tranquilidad. No sé si es por las personas que disfrutan de la atmósfera que ellos mismos crean o por la naturaleza con la que tan fácil se hace conectar. Aunque, por muy bonito que sea, seguramente se vea mejor en color y no en blanco y negro.

Una pequeña niña me mira sentada en un banco. Sujeta un cuaderno que supongo que está repleto de dibujos y tiene al lado una caja de ceras. Sus ojos curiosos me repasan de arriba a abajo buscando algo que no sé si sabré darle. Finalmente esboza una sonrisa mientras comienza a dibujar con sus manitas.

Viendo cómo está sola decido acercarme y sentarme al otro lado del banco. Su lengua se escapa de entre sus labios mientras trabaja con las cejas juntas. De vez en cuando me mira por unos segundos antes de volver a su obra. Me deslizo un poco más cerca de ella para poder observar su trabajo.

"¿Cómo te llamas?" Despega la vista mirándome con una sonrisa falta de algunos dientes.

"Alba. ¿Y tú?"

"Una artista nunca desvela sus trucos." Mueve las cejas de manera graciosa y no puedo evitar soltar una suave risa. Regresa a su cuaderno para escribir mi nombre en la parte baja antes de guardar sus ceras en la cajita.

"¡Leslie! Ven, vamos a ver a los patos." Una mujer de pelo rizado se acerca con una barra de pan recién comprada en la mano. Está pasando por una ruptura con su pareja y ha decidido llevar a su hija al parque por el bien de las dos. Comparten sonrisa torcida y pelo rebelde.

Leslie separa la hoja con cuidado de su cuaderno y la deja sobre el banco. Corre hasta su madre y le agarra de la mano. Se despide con la otra mientras se alejan.

Una sonrisa se implanta en mí al inspeccionar el retrato que me ha hecho la pequeña. Con un suspiro lo guardo en mi abrigo y me levanto del banco. Me acerco a la fuente del ángel caído donde se encuentra María sentada en ella. Irónico, la fuente que más frecuentamos.

"Que me pinchen con un palo. ¿Es Alba a quién veo? Inédito. ¡Que alguien llame a la prensa!" María gesticula desde su posición haciendo el teatrillo que tanto le gusta. Sin embargo, siempre consigue sacarme una sonrisa con él.

Somebody's wings - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora