VI

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La calle aparenta más triste tras el final de la tempestad. Entrada la noche apenas hay gente recorriendo las estrechas callejuelas que me separan de mi casa. La luna brilla con intensidad haciéndose ver en cada superficie reflejante, siguiéndome en mi camino.

Un empresario se mueve a paso rápido en dirección a su apartamento. Allí le espera su mujer con la que podría ser la mejor noticia de su vida si así ocurre, pues llevan intentando formar una familia durante meses y ésta podría ser la definitiva.

Su energía me hace sonreír, recordando las ganas que tiene Natalia por reencontrarse con su hermana. Tiene las ideas claras y no piensa parar hasta que todo esté tal y como ella quiere. Su imagen me mantiene ocupada hasta llegar a mi lugar de convivencia.

En la habitación encuentro a María, descansando con los ojos abiertos sobre el colchón. De alguna manera le veo más viva, más real. Entre sonrisas mutuas me dejo proteger por sus brazos, ganándome un beso en la frente de regalo. Sin necesidad de hablar continúa arropándome y llevándose con ella parte de mis inquietudes.

Excepto una.

No sale de mi cabeza, mis pensamientos no pueden alejarse de ella más de cinco minutos; pronto recordando y analizando esas facciones que me hacen perder el juicio aunque no estén a mi vista. Mi cuerpo anhela su roce.

La mueca consternada de María termina por derrumbar mis débiles murallas construidas con papel de celofán.

"No quiero ser su ancla," comparto con el cuello de mi camisa. Su ceja arqueada confirma que no me ha escuchado.

"Que no quiero ser su ancla, quiero ser sus alas. Que vuele alto como merece." Mi voz se quiebra a mitad de la frase por la emoción contenida en ella. El pecho comienza a dolerme tanto que siento que voy a desmayarme.

"Natalia, ¿no?" Asiento con dificultad buscando el aire que se niega a llegar a mis pulmones.

"Puedes ser lo que quieras ser, Alba. No lo olvides." Me acuna la cara con su mano. "Volveremos a vernos." Confundida, trato de incitarla a que se explique pero el inminente dolor en mí se acentúa hasta que todo se vuelve oscuro.

~|~|~

Me arde la espalda haciéndome retorcerme del dolor. El dolor cesa y aspiro el aroma a casa que me calma. Agarro las sábanas con el puño notándolas más sedosas de lo normal. Insegura me froto los ojos antes de abrirlos contra la luz que entra por la ventana. Tras un segundo vuelvo a cerrarlos de nuevo.

¿Qué?

Miro a mi alrededor cerciorándome de estar viendo con mis propios ojos. Incrédula, los vuelvo a cerrar de nuevo. Es imposible.

Hay color. ¡Color!

La tonalidad del cielo me empuja a mirar por la ventana, y al asomarme mi boca se abre por culpa de mi asombro. Los vibrantes colores de la ropa que viste la gente captan toda mi atención. Algunos mantienen los tonos grisáceos con los que estoy acostumbrada a verlos mientras que otros se atreven combinando colores identificables a kilómetros.

Respiro agitada observando el nuevo mundo que se presenta ante mí. Es prácticamente como renacer. Me giro esperando encontrar a María en el otro lado del colchón pero no está ahí. Continúo buscando por el pequeño apartamento que hacemos llamar hogar con el mismo resultado. Confundida, me apoyo en la pared para organizar mis ideas pero me despego al segundo al notar la presión de la superficie directamente contra mi espalda, sin una barrera acolchada de por medio.

Corro al baño y me deshago de la ropa en mi parte superior confirmando mis sospechas. Trago con dificultad y me giro para verme la espalda. Donde antes nacían mis alas no hay más que dos cicatrices medianas en proceso de curación.

Somebody's wings - AlbaliaWhere stories live. Discover now