II

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El sol comienza a asomar entre los nubarrones que llevan acechando la ciudad toda la semana. En lo alto del edificio de Telefónica me siento al borde con los ojos cerrados a escuchar.

Un padre apremia a sus hijos para que crucen el paso de cebra de la abarrotada Gran Vía. El pequeño me observa en el medio del cruce, cerrando sus manos alrededor de sus ojos simulando usar prismáticos. Le fascinan los pájaros desde que era un renacuajo, y no siente más que pura curiosidad por mis blancas alas que se mecen con el aire. Me señala con el dedo para mostrarme a su padre, quien después de un rápido vistazo le regaña por inventarse cosas. Me despido con la mano aunque dudo que me pueda ver con nitidez a esta altura.

Una mujer de avanzada edad, con una clara encorvadura en su espalda, pasea a su caniche entre la marabunta. Hace semanas que no sabe nada de su hermana pequeña y no le queda otra que asumir lo peor. Va de camino a casa de su nieta, esperando que le ayude con la tecnología para tratar de encontrarla. Sin su hermana pocas razones le quedan para seguir adelante.

En un banco frente a una casa de apuestas un chico pasea la mirada por su móvil, moviendo la pierna con impaciencia. Ha puesto todos sus ahorros en un partido de fútbol, pues nada le duele más que no poder ayudar en casa económicamente. Una sonrisa aparece en su rostro al comprobar que ha acertado y con ello incrementado su dinero. Recoge su mochila y se levanta en dirección a casa. A pocos metros escucha a una chica rasgando una guitarra mientras la acompaña con su voz. No puede evitar pararse, embelesado por su arte y su belleza. Ve en ella sus propios deseos olvidados de dedicarse a la música y no tarda en meter la mano en su bolsillo en busca de monedas. Una conexión se crea entre ellos al dejar todo su cambio en la funda de la guitarra, sonriendo cómplices de su momento.

Una fuerte presión en mi pecho me despierta del pequeño trance en el que me hallaba. Algo va mal, muy mal.

El sonido de unos pasos a mi costado me hace girarme y encontrar la procedencia de aquel dolor tan profundo. Una adolescente avanza con paso decidido hacia el muro de piedra que hace de barandilla, subiéndose a él con nerviosismo. A simple vista sé lo que pretende hacer así que me acerco a ella poniendo una mano sobre su pecho. Lleva años soportando burlas y jugarretas de sus compañeros, escuchándoles insultarla por su peso, su cuerpo, y su forma de ser. Quiere acabar con ello, necesita que sus voces se silencien de una vez; las de sus supuestos amigos y las suyas propias.

Le abrazo tan fuerte como puedo, dejando todo de mí en alejarle de su idea. Por un segundo se achanta, sintiendo ese poco de esperanza que trato de transmitirle, pero de poco sirve cuando sus pensamientos toman control de ella y se deja precipitar al vacío, llevándose todo de ella y todo de mí.

Las piernas me tiemblan y me bajo del muro, sentándome con la espalda apoyada en él. Mi respiración se acelera y se me nubla la vista, dejando como última imagen en mi retina el revoleteo de un plumaje blanco.

~|~|~

Despierto en el colchón con una hendidura en el centro que tan bien conozco. Descolocada, trato de encontrar con la mano a tientas el cuerpo que suele compartir ese espacio conmigo.

"Hey, Alba, despierta. Estás en casa." Abriendo los ojos me deslumbra la luz proveniente de la ventana tras María, dándole un halo angelical.

"Te desmayaste hace unas horas y te traje de vuelva. ¿Qué tal te encuentras?" Me incorporo en el colchón asegurándole que no pasa nada, bastante se ha ocupado ya de mí.

"Gracias María, te debo una." Ella chista rodando los ojos.

"Qué deberme ni qué hostias. Eres mi amiga y te cuido, y si tengo que dar todo por ti pues lo hago. ¿Te ha quedado claro?" Asiento y me envuelve en uno de esos abrazos que te libran de todo mal, aunque para mi sorpresa encuentro más tristeza en ella que en mí.

"Mari..." Se separa de mí negando con una sonrisa.

"No es nada, tranquila. Ahora tienes que descansar." Acepto con un suspiro y me recuesto de nuevo. Deja un beso en mi frente y una caricia en mi cara. Solo puedo sentir físicamente a mis iguales así que su tacto me reconforta más que cualquier otro.

"Buenas noches, Albita."

Somebody's wings - AlbaliaWhere stories live. Discover now