Capítulo 8: La Ballena del Desierto

3 0 0
                                    


La noche era estrellada y luminosa, las pequeñas ventiscas levantaban tenues nubes de arena que se dispersaban rápidamente. La lagarto gigante avanzaba lentamente, pero no porque estuviera cansada, sino que estaba atenta. Zybára, aún arriba de la criatura, miraba en todas direcciones mientras sostenía una plática con la arena oscura y mágica que Ziriviir le dio.

-¿Alguna vez habías escuchado de algo así?

-Para nada, lo que me describes es demasiado irreal para ser producto de la naturaleza. Aunque es posible... -La figura de arena de Ziriviir, quien caminaba al mismo paso que Zybára, bajó la cabeza, como si estuviera pensando.

-¿Qué pasa?

-He oído historias sobre magos que experimentan con la vida, tratando de moldearla a su antojo; creando en el proceso criaturas malditas y horripilantes. Tal vez lo que me cuentas es el producto de uno de esos experimentos. Si es así, entonces no sólo te enfrentas con un ser monstruoso, sino mágico, capaz de maldecir a aquellos que son de su interés.

Decir esto, obviamente, no tranquilizaba a Zybára. -¿Hay alguna forma de matarlo?

-No conozco ninguna particularmente efectiva, tendrás que cazarlo como a cualquier otro animal.

-Sólo que éste es mucho más difícil de matar... ¿En qué estaba pensando? Quiero decir: todos los orcos de esa aldea murieron tratando de matar a esa cosa. ¿Por qué yo podría sola?

-Porque no eres cualquier orca, ni siquiera una líder más. Encabezas un movimiento que cambiará el curso de toda tu especie... por siempre. Eso no lo hace cualquiera. Eres especial, Zybára... demasiado.

Zybára sonrió mientras bajaba la cabeza. -¿Sabes? Acabo de pensar en algo. Si la arena copia tus movimientos, y me estas siguiendo, eso quiere decir que debes de estar dando vueltas por toda la aldea ¿No?

-Je, no. ¿Recuerdas esas caminatas nocturnas que suelo hacer?

-¿Tan tarde?

-Paso todo el día entrenando a los aldeanos y mejorando la aldea. Sólo en la noche, después de la reunión nocturna, cuando los orcos duermen, tengo tiempo para caminar por el desierto, tratando de relajarme y despejar mi mente.

-Entonces interrumpí tu relajación.

-Todo lo contrario. Oír tu voz, saber que estás bien y verte, aunque sean sólo granos de arena... Es lo que más me ha aliviado durante estas semanas. Ancio volver a verte frente a mí, y así poder volver a apreciar los hermosos detalles de tu cuerpo. Tus ojos negros que se camuflan con la vacía noche del desierto; tu pelo rojo e intenso como las llamas de la gran fogata. Y por supuesto, tu verde rostro, que contrasta tanto con lo pálido de la arena y te hace ver tan... imponente. –Ziriviir se dio la vuelta, Zybára se había detenido y lo veía fijamente. –Yo... lo lamento.

-No tienes por qué disculparte.

-Claro que sí, no debí decirlo. Esas cosas se guardan para uno mismo... no importa que tanto arda ocultarlo. –Aunque la capucha no permitía ver la cara del elfo, era fácil notar que estaba apenado.

-Ziriviir, yo...

-Tienes cosas más importantes en qué concentrarte que en las palabras de un tonto. Es hora de que te deje. Buena suerte.

-¡Espera!

La figura de arena se deshizo. Esto molestó a Zybára, pero luego algo llamó su atención. La orca vio un pedazo oscuro y hueco en medio del piso, a unos cuantos metros de ella. Fue hasta que la figura de arena se desvaneció que ella pudo ver el hueco que estaba detrás.

Historias de un mundo olvidadoWhere stories live. Discover now