Capítulo 16: Planes Para el Futuro

3 0 0
                                    


Han pasado unas horas, pero la noche prosigue para los orcos, pues piensan celebrar hasta el amanecer y tal vez más allá.

Gran Baraya se encuentra alejada del festejo. Prefiere quedarse en su cabaña, moliendo un hígado humano, tratando de averiguar qué propiedad pueda tener para sus brebajes y ungüentos. La orca anciana siente que alguien entra en su cabaña, por lo que se da la vuelta. Se trata de Ziriviir, quien porta su túnica con la capucha tapándole la cara.

-¿No celebrarás la victoria? –Sonríe el elfo.

-Yo no participé en la batalla, no tengo motivos para estar ahí. –Dice Baraya tras girarse y seguir con sus labores alquímicas.

-¿Qué importa? La noche es maravillosa y el futuro de los orcos es prometedor, es momento de dejar atrás el pasado y celebrar el presente.

-Suenas bastante alegre, caminante. –Comenta la anciana con extrañeza.

-Es que tuve una pequeña discusión.

-Je, los elfos sí que son raros. No sabía que los conflictos les gustaran.

-Por lo general no, pero éste tuvo un final... inesperado. –Sonríe Ziriviir.

-¿Y con quién fue? –Preguntó la anciana sin prestarle mucha atención al elfo.

-Con su hija, Gran Baraya. Ella me acusó de asesinar a Thrun.

La orca se detuvo, entonces giró su cabeza un poco. -¿Y qué le dijiste?

-Que efectivamente, fui yo. La convencí de que se trató de un mal necesario para liberar su poder.

La orca prosiguió con lo suyo. -¿Y cómo salió eso?

Ziriviir agarra su cadera. –Bastante bien. –Sonríe. –Tanto que no me molesté en decirle que hay dos errores en su teoría.

-¿Cuáles?

-Bueno, el primero es que Thrun murió por una apuñalada en el corazón. La cosa es, Baraya, que yo no sé dónde está el corazón de los orcos. –Mientras el elfo sonreía, la orca terminó con lo que estaba haciendo, dejando el plato redondo con el hígado en una mesa. –El segundo error es que me dijo que encontró mi daga, manchada de sangre, en la cabaña donde me hospedo. Pero, según yo, la daga debería estar en el lugar en el que ha estado todos estos meses desde que llegué a la aldea. Justo aquí. –Dijo mientras apuntaba con su dedo a la cima de un estante. -Mira, el poco polvo que se ha acumulado contrasta con el resto de la madera. Ni siquiera te molestaste en disimular ¿Eh?

Baraya se gira. –Mi hija se merece lo mejor... -Dice la orca seriamente, con una voz y una cara inexpresiva. -¿Por qué mentiste?

-Si voy a ser sincero, Gran Baraya, no dije nada que no hubiera pensado desde antes de que Thrun muriera. Sin embargo, la razón de mi engaño es que, en la situación en la que estaba, hubiera sido más difícil convencer a Zybára de que se equivocaba. Además, si me hubiera creído, ella habría ido a confrontarla a usted, lo cual es un pequeño placer culposo que me quise reservar. –Sonríe el elfo. -Así que dígame, curandera ¿Por qué lo mató?

Baraya se aproxima a un estante con una jarra y unas copas. -Ella tiene que ser mejor que todos, y por eso debe tener a su disposición las cosas más competentes... en especial a sus amantes. Tiene que probarlos, masticarlos y, si es necesario ¡escupirlos! como a ese inepto pacifista de Thrun. Pero tú, Ziriviir, eres especial. Tienes dentro de ti una visión un tanto perversa de las cosas, pero a la vez llamativa; algo que solo vi en mi hijo y mi esposo. –Baraya acaricia sus dos grandes trenzas. -Sin duda serás su mayor reto. Me pregunto si podrá superarte.

-No se confunda, señora. Mi cariño hacia Zybára es auténtico; no pretendo ser su rival.

-Que no te importe lo que yo opine, sólo soy una anciana. Preocúpate por mi hija, se ha convertido en una orca fuerte, y si detecta que tú ya no le convienes... te lo hará saber.

Ziriviir sonríe. -A veces no estoy muy seguro de si le caigo bien o me detesta, Gran Baraya.

-Un poco de ambos. –Dice mientras sirve la bebida dentro de la jarra en las copas. -No me gusta tu forma de manipular a los que están a tu alrededor, en especial a los que son de mi sangre. Pero aun así, entiendo que esa clase de actos requieren de astucia e inteligencia, algo que respeto en cualquier ser vivo. Es por eso que te invito un trago.

Ziriviir acepta la copa que le extiende Baraya y ambos se sientan en unas sillas al fondo de la choza.

-¿Y qué harás ahora que tienes a un ejército de orcos a tu disposición? –Pregunta la orca antes de dar un trago.

-No es mi ejército, señora, es el de Zybára; yo solo soy su consejero.

-Dile eso a quien te crea. –Dijo Baraya, molesta.

Ziriviir da un trago, tras unos segundos sonríe. -... Ahora entrenarán. Este es sólo el inicio. Cuando estén listos, su expansión proseguirá y se tragarán al reino del escarabajo. Pero esa sólo sigue siendo otra parte del plan. Luego, su avance hará que dejen de pisar estas arenas. Cuando se den cuenta, su odio hacia los humanos los habrán guiado más allá del desierto; invadirán los bosques y las planicies. Acabarán con los reinos humanos. Los elfos seguirán sin darle importancia, creerán que su magia será suficiente para repelerlos en caso de una emergencia. Y así será como, cegados por su soberbia, verán a sus edificaciones ser destruidas sin que ellos puedan hacer nada, pues no sabrán cómo combatir mi arma oculta.

-¿La cual es...?

-Magia, Gran Baraya, pero no cualquiera. Magia Roja.

-Recuerda que hablas con una ignorante de esos temas. ¿Cuál es la diferencia?

-Las ramas de la magia convencional se dividen en varias vertientes. Para la protección, la sanación, la transportación, cosas como esas; todas basadas en sentimientos específicos para cada escuela. Sin embargo, la magia roja engloba todos esos hechizos en un solo sentimiento, un sentimiento tan poderoso que es difícil dominarlo, pero cuando se logra, abre el camino de un mundo tan poderoso que el único límite es el que tu cuerpo pueda tolerar. Por eso debemos entrenarlo. –Dice cerrando el puño con fuerza. -Los elfos son confiados, seguros de su poder. Pero cuando descubren que tienen entre los suyos a un dominante de la magia roja, se asustan y entran en pánico. Ni siquiera tienen el coraje de matarlo, simplemente lo expulsan de sus reinos esperando que el mundo se encargue de ellos. Te sorprendería el caos que puede ocasionar entre los elfos un mago rojo. Ahora imagínate una Legión de ellos. Sus bosques arderán.

-Tu plan suena... ambicioso, un tanto exagerado en mi opinión, pero sobre todo, tardado.

-Tengo tiempo. –Sonríe antes de dar un trago. –Ojalá pudiera decir lo mismo de ti.

-Ah, con saber que los orcos ahora son dignos de respeto me basta. Me iré viendo a un ejército formarse sin temor a verlo caer. De hecho, tal vez no los vea pelear y ¿sabes algo? Lo prefiero. Después de todo, pocas expectativas, en un momento dado, generan pocas decepciones. Eso es algo que deberías considerar.

-Lo lamento, pero yo no soy tan conformista. –Dice el elfo con coraje.

-Como sea, hoy no es tiempo para pensar en el futuro, sino, como tú dices, celebrar el presente. Brindemos, elfo, por una victoria de los orcos.

-Por Zybára y su victoria. Dice el elfo levantando su copa.

-Y por Thrun, nada de esto hubiera pasado sin él. –Sonríe Baraya, quien también alza su vaso, pero cuando está a punto de realizar el brindis, Ziriviir aleja la copa un poco.

-Más bien, con él. –Sonríe el elfo cínicamente antes de hacer que ambas copas se toquen.

El caminante y la curandera sonríen antes y después de beber.

Tras unos segundos, es Baraya quien prosigue con la charla. -¿Cuándo iniciarás tu próximo ataque?

-No lo haré yo. –Dijo Ziriviir, orgulloso. -Dejaré que el rencor de los humanos se acumule hasta que su orgullo los obligué a intentar recuperar sus tierras. Y cuando eso pase... Lo perderán todo...

Historias de un mundo olvidadoWhere stories live. Discover now