XXIX. Relación amor-odio

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Uno... Dos...

-¡Tres! -en cuanto tomaron la violenta curva acuática, Inosuke empujó los bordes, generando un extra de movimiento y desestabilización, provocando un tremendo caos en el interior que le hizo volverse loco de emoción. Al hacer tal presión, él mismo casi cayó de cabeza al agua. No le importo el pequeño susto. Los salpicones eran enormes, el suelo estaba encharcado, y en él, los tres japoneses apenas pudieron agarrarse a lo que fuera. Estaban empapados, tirados. Era un desastre, y solo fue la primera curva... Había muchas más, pues el viaje duraba cinco minutos. Cinco jodidos y largos minutos de sufrimiento. O al menos, lo eran para Zenitsu. Los otros dos podían verle el lado divertido, aunque fuera solo un poco.

-¡NO VUELVAS A HACER ESO! -chilló el rubio, tratando de regresar a su pequeño asiento, arrastrándose y chapoteando.

-¡Como que te voy a hacer caso! -contestó. Ni de coña, aquello era demasiado entretenido. Verlos caerse fue fantástico. Parecían salmones convulsionando fuera del agua en sus intentos por mantenerse quietos. El río artificial iba veloz, por lo que tenía que darse prisa en tomar las curvas por sí mismo para repetir el proceso. Y vaya, que si lo hizo, y esta vez al lado contrario. Comenzó a reír como un desquiciado, casi volcando de nuevo y mandando al resto a rodar antes de que pudieran hacer nada. Parecía que los rebozaba en una sartén gigante. El poco trayecto sin curvas pasó, y se preparó para el siguiente hasta que... -¡¿Waaah?! -alguien lo agarró del pie justo en el momento en el que se generó la tercera sacudida. Golpeó la quijada con el borde de la barca, tan fuerte que creyó habérsela partido. Y en serio, le estaba doliendo muchísimo, y cuando llego al suelo, no podía moverla. No hasta que la forzó con un crujido y la encajó en su lugar por pura suerte. -¡¿Quién fue el imbécil?! -se agarró a los asientos, muy cabreado. Oh, no necesito mirar más, reconocía aquella expresión de repentino miedo que estaba poniendo Zenitsu. -¡Te mato, me desencajaste la boca! -no tuvo un atisbo de duda en engancharlo de los pelos y hundirle la cabeza en el agua, esquivando sus manotazos y patadas.

-¡Inosuke, no hagas eso! ¡Se puede golpear! -Tanjirou trató de ponerse en pie para detenerlo.

-¡Él me hizo daño primero, que sufra! -empujó con más ímpetu.

-¡INOSUKE! -aquel tono enfadado puso los pelos de punta al alemán, quien se quedó estático por ello, sudando frío. Esa faceta no la conocía, y era... aterradora, imponente. Soltó al rubio justo cuando tomaron la cuarta curva. Este pudo caerse hacia atrás y asegurar su lugar dentro, sin embargo, el músico se desestabilizó al estar en pie. La parte trasera de sus piernas golpeó los bajos y diminutos asientos desocupados y cayó hacia el borde que le obligó a arquear la espalda.

Unas manos repentinas y veloces lo captaron en el aire y lo atrajeron de nuevo, sacándolo de un posible chapuzón peligroso. Cayó sobre la persona, y no fue hasta que salió de la sorpresa que alzó la cabeza.

-Ehh... Mejor que te quites... -Genya estaba siendo aplastado por la cadera, con un rubor de vergüenza intensa. Pudor. Jamás iba a acostumbrarse a tanta cercanía por parte de nadie. Menos si lo tenía sentado encima. Aquellos ojos verdes se desviaron por un momento al pelirrojo, quien observaba la escena con cara de pocos amigos, los labios presionados y las mejillas algo hinchadas. Aun viéndose bastante tierno, no dejaba de irradiar aquel aura que le pinchaba las vértebras con agujas de hielo. Rápidamente, se retiró.

Todo el viaje fue caótico por su culpa, y no cayó ninguno por pura suerte. Salieron completamente empapados, y no tenían recambios de ropa. Lo bueno de aquello era que estaban en pleno verano y se secarían rápido. Podían aprovechar el delicioso frescor de la humedad. Tanjirou y Zenitsu se sacudieron el pelo con las manos, mientras que los dos de estilo oscuro tomaban los suyos entre las manos, hacia un lado, y los estrangulaban para sacar el exceso de agua. No iba a admitirlo, pero el extranjero todavía continuaba cohibido por el anterior grito de regaño que le dio el pelirrojo. Evitó hacer contacto con él desde entonces, por miedo. Sí, por miedo, era así. Jamás había sentido su piel hormiguear de tal manera, su garganta cerrarse y su cabeza bloquearse. Tal parecía que aquel japonés escondía más de lo que mostraba. Esa paciencia suya era un muro casi inquebrantable, y cuando este se derrumbaba, daba paso a lo que había vivido en medio de la atracción. Un simple grito fue suficiente para hacerle sentir tan menudo, tan pequeño e incapaz.

Rage WildDonde viven las historias. Descúbrelo ahora