XXXIII. Todo lo mío es tuyo

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Extrañamente, había sido la mejor mañana de su vida al despertar, y solo hizo falta que abriera sus párpados, descubriendo ante sus esmeraldas a un Tanjirou que ya sabía todo de él, historia y sentimientos, uno que le prometió amarlo más adelante en lugar de dejarle la incertidumbre. Un chico corriente como cualquier otro que había conseguido encadenarle el corazón a él, de devolverle las ganas de vivir y ayudando mucho con su presencia a tener bajo control sus problemas mentales sin necesidad de empastillare, aunque no lo hacía todavía. Su apoyo, su cariño y su comprensión eran las medicinas que necesitaba, pues lo suyo no era crónico o genético, sino producto de una mala vida. Observando aquellas facciones asiáticas tan puras, levantó la mano y las recorrió con los dedos en apenas un roce. Un toque tan ligero como la pluma de un pequeño gorrión. Trazó la la forma irregular de su cicatriz, apartanado el proceso el pelo despeinado que le caía sobre ella. Le gustaba, le daba ciero toque atractivo y personal. Tenía curiosidad por saber... cómo se la habría hecho. Bajó hasta su ceja, delineándola en la dirección del vello pelirrojo y dio un salto hasta su sien, deslizando despacio sus yemas a traves del pómulo acaramelado y la mejilla suave. Se notaba que, incluso no teniendo problemas en su piel o siendo fina, le gustaba cuidarla. Plantó ahí todos sus dedos con la misma escasa presión, se acercó despacio y regaló un beso tan superficial, tan pequeño como él cuando se sentía avasallado por la vergüenza. No hizo ningún ruido al separarse, fue una caricia delicada, pero cargada y repleta de algo que jamás había sentido por alguien, ni siquiera por sí mismo. Y le agradaba, era cálido, reconfortante, le hacía feliz. Tanto que no importaba nada más. No importaba si estaba lejos de casa, no importaba si su madre era horrible, no importaba si era famoso o no. Siempre deseó una vida normal, ser un niño normal que creciera a una adolescencia normal, como debía ser. Y de alguna manera, lo había obtenido a través del amor. Lo sentía, lo sentía muchísimo y, pero... ya había tomado la decisión; no iba a regresar. Se quedaría allí, en Tokio, junto con aquel chico al que tocaba como si fuera lo más bello del universo, con sus dos nuevas amistades, tan genuinas. Sin más soledad, sin más vacío, sin tener que volver a esconderse. Sin embargo, tenía miedo. Temor por cómo haría para deshacerse de sus problema con el grupo, qué haría o diría para poder estar donde se encontraba ahora mismo. ¿Debía... revelar su identidad al fin y notificar su abandono? ¿Fingir que Hog estaba muerto? No lo sabía... Y le asustaba de tal manera que tampoco estaba dispuesto a esforzarse por intentar llamar o informar a la policía. Ah... definitivamente era un cobarde. Cerró los ojos y arqueó las cejas hacia atrás, entristecido por ser tan débil en el fondo.

-¿Inosuke?... -una voz más grave de lo normal, algo pastosa y adormilada lo llamó en medio de su ensimismamiento. Había estado tan centrado que no se dio cuenta del momento en el que Tanjirou se despertó. Este parpadeaba lento, sin llegar a separar sus pestañas del todo. Inmediatamente, su mano se retiró de golpe, y él adquirió un tono rojizo intenso en su rostro, comenzando a expulsar vapores imaginarios de su cabeza caliente y actitud avergonzada. Ser suave no era parte de él y se sentía extraño si le veían serlo.

-¡¿Qué?! -preguntó, alzando la voz sin querer, nervioso. Ocasionó una risa errática y afónica en el pelirrojo.

-Buenos días. -maldita sonrisa tan radiante como el sol. Inosuke no pudo soportar que lo mirara así en su estado pudoroso. Se escondió en su cuello canela para evitar seguir siendo observado, volviendo a generar la risa contraria, esta vez, más melódica. Escucharlo le gustaba, de todas formas. -¿Dormiste bien? -su cabeza azulada empezó a ser acariciada.

-Hummm... -gruñó un poco, presionando más su cara contra el hueco entre su hombro y cuello. -Sí. -vocalizó contra su piel, calentándola y haciéndola vibrar por el sonido, provocándole leves cosquillas. Fue abrazado con gentileza y firmeza, como si el japonés quisiera mostrar cariño al mismo tiempo que marcarle como de su pertenencia. No quería separarse de aquello, sentir en su sensible piel la contraria era pisar un paraíso con los pies descalzos. Se apretó más y sacó su cabeza del escondite para volver a apoyarla en la almohada. Oh, joder... Esos ojos ciruela tan bonitos le perdían con aquellos tonos entre fogosos y rosados. Sin ser capaces de resistirse a la atracción, juntaron sus labios en un choque sutil. Uno que fue presionándolos con el transcurso de los segundos hasta convertirse en un beso real, firme. Al mismo tiempo, enredaron las piernas en un nudo, juntando por completo sus cuerpos. Las sensaciones eran una maravilla, todavía nuevas para ambos por las pocas veces que se acercaron de tal manera. El beso se rompió despacio con un sonido fuerte a la par que abrían los ojos del mismo modo, lento.

Rage WildWhere stories live. Discover now